Tal Cual, 8 de noviembre del 2010
A la incómoda ciencia con saña
Willians O. Barreto A.
Hay sistemas
que requieren una pequeña cantidad de uno de sus componentes
para mantener la estabilidad. Pretender que la sociedad se apropie de
todo el pensamiento científico es como pedir demasiado. Y es que
también hace falta, en alguna proporción, esta forma de
pensamiento crítico. Si nuestro país fuera más
interciencia.org y menos aquelarre.gob, tal vez tendríamos
alguna oportunidad.
Hace más de veinte años se inició un proceso de
reconocimiento social de la actividad científica. Este proceso
surgió desde la propia comunidad científica, desde la
base, y se constituyó como un buen ejemplo de democracia
participativa. Los resultados fueron inmediatos. El año 1990 es
un punto de referencia histórica para la Ciencia en Venezuela.
Desde entonces, desarrollo y crecimiento científico fueron una
constante. Estos logros han sido reportados por gente que sabe
cuantificar el avance de la ciencia.
Como todo sistema humano, era y es perfectible. Pero la
incomprensión, la envidia, la mediocridad de agentes
pusilánimes-gobernantes hicieron lo posible para su
destrucción.
Al programa de promoción al investigador, conocido como el PPI,
lo ensancharon, envilecieron, degradaron, pervirtieron, violaron,
desfiguraron... hasta su estado vegetativo. Los programas de
subvención y estímulo a la investigación del
sector público permanecen en el limbo burocrático.
El 80% de la investigación científica en Venezuela se
realiza básicamente en seis universidades públicas.
Es imposible disociar el insólito hostigamiento a la Universidad
crítica (y por tanto disidente) del secuestro de los programas
de formación, subvención y estímulo
científico.
Presenciamos, expectantes e incrédulos (todavía), la
destrucción del sistema científico que mostró
crecimiento hasta el año 2008 como resultado de una inercia
inexplicable en breve espacio. Es tan brutal la arremetida como aquel
manotazo duro, golpe helado, hachazo invisible y homicida de la
Elegía a Ramoń Sijé, de Miguel Hernández, que
musicalizara Serrat. Canto fúnebre para rumiar la arrechera.
Casi un réquiem. La guadaña seudo-socialista de un tajo
siega el crecimiento de un árbol cultivado con ardua paciencia.
Sin argumentos, sin nuevas propuestas, sin razón alguna. Por
simple brutalidad. Continúa la autodestrucción.
La ciencia, con sus maestros y aprendices, es tan necesaria para
Venezuela como el espíritu ilimitado del conocimiento
(autonomía según José Balza) para la Universidad.
Rebrotará de la tierra hollada tras la recuperación del
fuero constitucional. ¿El costo? incalculable e impredecible.