Prólogo
Es un buen ejercicio
autobiográfico devolverse en el tiempo para recorrerlo por el camino del
recuerdo. Si el viaje es largo, veinte años, por ejemplo, puede darse una pequeña
y silenciosa odisea de la memoria. Esto no quiere decir que este libro tenga
escollos de esos que estremecen la historia. No. Esto quiere decir simplemente
que el autor ha visto de nuevo por dónde vinieron sus pasos, sin consolarse
pensando que a peores sitios pudieran haberlo llevado.
Eso es lo que hacen estas páginas,
revivir a pelo y contrapelo los recuerdos universitarios en la Facultad de
Derecho. Primero en el pupitre y a renglón seguido, en la cátedra, en la cátedra
de Obligaciones. Su trabajo ha consistido en revisar con ojos críticos esas dos
caras de la enseñanza-aprendizaje que le tocó vivir, y calcarlas con
fidelidad en este ensayo. Así fue naciendo el libro. Sin afectación, con
llaneza. Asómese el lector a la primera página, y verá que de punta a punta
la lectura fluye fluvialmente, arremansándose como es lógico en los sitios de
mayor interés.
La historia, dije, comienza
en el pupitre, con el aprendizaje. No hay comunicación con el profesor, no hay
diálogo. Reina el apuntismo. Los alumnos los hay, como es lógico, de toda
clase. Los hay despiertos y los hay morosos con la lectura. Son pocos los que
compensan en la biblioteca los defectos de clase. Son muchos los que se las
arreglan buscando el camino más fácil de la adaptación al medio para salir
adelante. De todo ha habido siempre en la viña del Señor.
Luego la historia pasa del
alumno al profesor en férreos eslabones de causa y efecto. El estudiante de
ayer tarde amanece hoy al frente de la cátedra, y vuelta a la noria, como
arando un terreno en declive, como practicando un degenerante matrimonio entre
primos. De esa forma la Facultad se aleja cada vez más de su edad de oro. El
profesor habla, dicta cátedra en tono magistral, sin preocuparse mayormente por
los resultados, sin advertir que disgusta y aleja a los buenos discípulos. Y lo
peor es que no se ve ningún interés en cambiar ese statu quo en la enseñanza
del Derecho. Eso es lo peor.
O no es lo peor. Lo peor es
que esa es también la historia en las demás Facultades. En todas partes el
profesor monologa, y el estudiante escucha. Así es en Humanidades, en Economía,
y pare de contar. Lo peor es que así es a nivel nacional, pues en la educación
universitaria rige también la ley de los vasos comunicantes: “Nuestro sistema
educativo -concluye Mauricio- es una tragedia. El estudiante es alienado de la
manera más cruel en nombre de la enseñanza. Se le castra al no permitírsele
pensar. Se le castra al no permitírsele expresarse. Se le castra al no permitírsele
desarrollarse. Queda a los nuevos profesores comenzar a tomar un nuevo sendero”.
Menos mal que se vislumbra una luz al final del túnel, al nivel de los
profesores jóvenes.
Pero desmontar de esa
manera la maquinaria de los recuerdos puede ser también un peligroso ejercicio
autobiográfico. Los riesgos lo acompañan. Ejercitar el pensamiento juvenil es
incitar a la rebelión, es desestabilizar... el sistema pedagógico, que tiene
sus dolientes, que tiene creados sus intereses. Por fortuna la universidad no sólo
es tradición. También es innovación, originalidad, búsqueda de caminos
nuevos. De allí que este ensayo sea a la vez polémico y fecundo, con sus
defensores por un lado y sus detractores por el otro. Yo me cuento entre los
primeros por razones, además, paternas.
CARLOS CÉSAR RODRÍGUEZ
Mérida, 1996