Lo
que es un periódico Cuando
la autoridad protege abiertamente la virtud
y el orden nunca se la podrá desagradar levantando la voz contra el vicio y el desorden, y mucho menos si se hacen las críticas embozadas en la chanza y la ironía, sin aplicaciones de ninguna especie y en un folleto que más tiende a excitar en su lectura alguna ligera sonrisa que a gobernar el mundo.
Larra.
Sr. X. Y. Z. Capaz es la
tenacidad de V. de hacer un camino
carretero de aquí a La Guaira, o de aquí a
cualquier parte, ayudado por capitalistas nacionales, que es la ayuda
mayor de todas las ayudas, cuando a podido conseguir de mí que
escriba palabras sobre periódicos y para periódicos,
venciendo así mi natural repugnancia a embadurnar papel para el
uso del público en materia nueva y poco conocida.
Ignorándose aún qué cosa sea un periódico,
y comprometido a explicarlo, corro el riesgo de que pocos me entiendan
y aún el de que esos pocos, suponiendo que entiendan mis ideas y
no las suyas, me critiquen; riesgo que no bastan a hacerme despreciar
las ingeniosas reflexiones que V. me ha hecho para infundirme valor.
Poco me importa que en nuestra tierra sea común y de que nadie
se escandaliza ver leyes incomprensibles, hombres que nadie ha
entendido, ni entiende, ni entenderá, y que con todo, o tal vez
por lo mismo, son hombres de importancia; poco me importa que se
pronuncien y publiquen discursos, alocuciones, artículos de
periódicos verdaderamente apocalípticos; y todavía
me importa menos que la crítica sea entre nosotros moneda tan de
recibo como la alabanza, de tal modo inocente una y otra, que ni prueba
malicia la primera, ni justicia la segunda, pues nunca ha sido
razón bastante para mí que el mayor número haga
una cosa para que como un zote la haga yo también. Empero, si
está de Dios que yo haga un disparate, me place que al exigirlo,
y solo con exigirlo, me haya V. probado su amistad.
¿Cómo lo reconociera yo por íntimo amigo, amigo
del alma, si una vez más que otra me hubiera determinado V. a
hacer un rematado desatino? Por eso dicen que no hay mal que por bien
no venga.
Mejor puede decirse lo que no es un periódico que lo que es en realidad. Si supiéramos cuáles son sus cualidades positivas, este mi trabajo sería inútil, y V. sabría a punto fijo lo que ha de hacer para dar al suyo técnica forma, cuando ahora está haciendo V. periódico, como el labriego cortesano de Moliére hacía prosa, ni más ni menos. Debe V. pues, de saber, amigo X. Y. Z., que un periódico no es pasta que se sienta bien en el estómago, a juzgar por indigestión que a alguno y a algunos ha causado la "Política", "Grados Académicos" y otros accesorios de que se compone la repostería de su periódico; sin que valga que V. sude y se afane por demostrar en un prospecto lo saludable de aquellos alimentos; porque, ¿de qué sirve que ellos sean así o del otro modo, si V. no puede evitar que a algunos indigeste lo que a otros engorda? Y eso que V. ha omitido los avisos de quiebras, de sentencias y otras cosas que sin remedio producen constantemente ingestión general. Cosa de ciencia no es un periódico. A buen seguro que si lo fuera, estuvieran sus autores (como hoy lo están y lo estarán toda la vida) pobres y oscurecidos, y no ricos como Cresos y más resplandecientes que piropos, llevados por las gentes en la palma de la mano, empleados por el Gobierno, honrados por el pueblo y pasándose una vida de flores, sin más trabajo que el de ser sabios, ni otra preocupación que el de abrir la boca para pedir lo que a su capricho se le antojara. Bonitos somos nosotros para dejar que un hombre de mérito viva y muera como un cualquiera y no lo cojamos (aunque sea por fuerza) y lo llevemos, como si dijéramos, en volandas, hasta el pináculo de la gloria suma y de la suma consideración. También digo que no es empresa mercantil, si por éstas se entienden las que tienen por objeto hacer bien a nuestros semejantes, con una pequeña y equitativa utilidad. Hase notado que los que se dan a negociar con el respetable público en mercaduría tipográfica, quiebran a poco y al fin mueren de asfixia, quizás porque así muere todo el que, coma el camaleón, viene a carecer del aura común que necesita para alimentarse; sin que esto quiera decir que los periódicos son camaleones, bien que los haya que el mismo diablo lo confundiría. Y obsérvese que el público no es censurable en esto, si se considera que la más de las veces está inocente de que alguno se ocupe de él en bien o en mal, y otras ignora el nombre de los que en sus cosas se ocupan, como si necesitaran de ocultarse al emplearse de un modo tan desinteresado en su servicio. Pues a fe que es culpa de ellos, que si bien comprendieran su interés, debieran de poner sus nombres en las nubes, si hasta las nubes llegaran los periódicos, y gritar hasta que los sordos los oyeran. Sobre que sea modo de adquirir gloria, voy a permitirse la llaneza de contar a V. un cuento. Fue el caso que hablaban en un corrillo de la perfección a que habían llegado los globos aerostáticos, del valor de los que en ellos, por decirlo así, se embarcaban, y de los pasmosos resultados que para el género humano tendría descubrimiento de un medio a propósito para darles dirección. -Señores, dijo uno, he oído decir a ustedes que se navega en globos por los aires y aunque parezca feo que yo lo diga y por más extraño que parezca, digo que me ha ocurrido un soberbio pensamiento. -Hombre, di, di pronto ese gran pensamiento, contestó un chulo de la concurrencia que sin duda debía de conocer al pensador. -Pues, señores, volvió a decir éste, supuesto que esos globos navegan, creo que poniéndoles una buena docena de remos de banda y banda, además del timón, podrán ir a donde les dé la gana. El medio propuesto fue acogido, como muy a propósito, entre grandes aplausos. Si V., no contento con esta negativa descripción, quisiera saber lo que positivamente es un periódico, sépase que es un taller de sastre remendón; un soplón que vive de los que otros hablan; un vientre glotón que digiere o se indigesta de cuanto encuentra; un Tántalo siempre sediento y nunca saciado; una mala cerradura que ni abre, ni cierra, ni asegura, o la que chilla cuando nueva, y cuando vieja, por untada o enmohecida, se presta suave y silenciosa a la llave; una campana en desierto; un buen día de enero; Es, en fin, para decirlo todo de una vez, el término de comparación popular del mentir descarado, de donde para hablar de alguno de tantos, suele decirse que miente por los codos, que no las piensa o que parece una gaceta (como no sea la del Gobierno). Así como un árbol necesita para su vida vegetal tierra, humedad y calor, ni más ni menos es esencial para la vida de un periódico que tenga público que lea y juzgue, público que pague y opinión que le sostenga. Relativamente el primer público de éstos, nunca nos ha ocurrido la impía idea de que no exista entre nosotros, por más que algunos sostengan que, cuando más, puede decirse de él lo que se dice y cree del poder divino: que en todas partes está y en ninguna se le encuentra. Creo, al contrario, que el público existe entre nosotros; que es de carne y hueso, como cualquier animal; que nada tiene de espiritual, y que si se le encuentra rara vez, es porque no se le sabe buscar con esmero y cuidado; que el público, como todo lo que goza de libre albedrío y tiene expedito el uso de sus miembros, tiene locomoción y voluntad. De otro modo, vendríamos a parar en que no se mueve por sí, sino en virtud de impulso ajeno, ni obra sino en virtud de ajena determinación: lo que es absurdo a todas luces. Nosotros, que lo conocemos, estamos seguros de encontrarle, no siempre en verdad; pero sí en épocas en que, renunciando a sus costumbres sedentarias sale a tomar el aire por esas calles, con gusto de cuantos le ven. Y para que V. pueda ocurrir a él en la necesidad, voy a indicarles las circunstancias en que le será fácil gozar de su vista y trato amable. Apenas suene el clarín de alarma en la ciudad, y el gobierno se venga abajo, como si fuera de cartón, y todo se destruya y trastorne por un puñado de mal contentos, esté V. seguro de encontrar al respetable público en el puesto más riesgoso, ordenándolo y componiéndolo todo, con el pulso, cordura y valor que le son propios; colocando al gobierno en su butaca; prestando su bolsa, "gratis et amore", para el sostén de las instituciones; rodeando de brazos denodados a los altos magistrados depuestos y deseándole buena navegación en su paso por las Antillas. También sale a la calle el día en que un caudillo denodado, acompañado del público de otras partes, ahuyenta de la capital a los enemigos. Entonces el nuestro, ¡admirable espíritu!, echa mano a las armas y perfecciona la obra del libertador del pueblo, acompañando a éste por las pacíficas calles, al estruendo de vivas alegres y lucidísimos cohetes. Con mucha frecuencia y sin trabajo se le encuentra uno manos a boca en los ejercicios doctrinales de la milicia que está por organizarse, en donde se adiestra con magnánima docilidad en el uso de las armas, que son después el terror de reformistas, garantistas, farfanistas y toda laya de trastornadores. Después de encontrado (en éstos y otros casos peregrinos) ya no hay nada que hacer sino presentarle el periódico y que lea y juzgue; cosas ambas que ningún público existente o por existir hará jamás mejor que el nuestro, y de tal modo, que es gusto ver que lee y juzga sin necesidad de echar los ojos sobre el papel, por una especie de instinto más seguro que la razón, adquirido en su larga y lúcida práctica literaria. Por este lado nada tiene que V. que temer: su papel será debidamente juzgado; solo sí, que en virtud del instinto de que acabamos de hablar, es inútil imprimirlo, porque el original es suficiente. Bueno es saber, porque conviene, que el público que lee y juzga, no es precisamente el respetable personaje del mismo nombre, cuyo oficio es pagar el bien que V. le hace por medio de un periódico. Estos señores, aunque de la misma familia, viven separados y muy desunidos entre sí, por manera que es raro verlos juntos y se tiene como regla buscar al uno en dirección contraria del otro. Cuando el primero se reunió, por ejemplo, en cierta circunstancia crítica, para expulsar los reformistas de la capital, el segundo se escurría "pian pianino" por las alcabalas, para formar sin duda en los cantones otro sistema de defensa, que a bien que lo abunda no daña. Y después, cuando el uno completaba la obra del Esclarecido, corriendo por las calles, el otro se encerraba a organizar planes y preparar decretos, proclamas, alocuciones y otras armas, que son siempre las del caso en tan apurados momentos. Este público, menos grande que su pariente, es más fácil de encontrar. Suele hallársele los miércoles y sábados en las oficinas de Gobierno, si acontece que haya correo que despachar o recibir; en la barra del Congreso, si hay que nombrar presidente o vicepresidente de la República; en los refrescos que se estilan en el duelo de niños y en las comilonas con que nos dolemos de la muerte de un hombre: porque de todos modos puede uno dolerse de las cosas. Esto se entiende si V. quiere hallarlo bueno y sano, pues si V. deseara visitarlo de enfermo, habría de buscarlo en las sociedades de amigos del país, beneficencia, agricultura y otras; porque estas sociedades tienen el diablo en el cuerpo para desequilibrar los humores y enfermarlo. Una vez hallado, ya tiene V. cuanto necesita: puede V. considerar que su periódico empieza a vivir. Al instante, nuestro amigo el público que paga se obliga a criar a su costa al reciénnacido, firmando para ello una especie de contrata llamada suscripción. Cierto es que por este pequeño servicio sucede que nuestro amigo se abroga el derecho de fajar la criatura a su manera; pero no lo lleve V. a mal y déjelo que diga, que luego luego la deja en paz: golpea a V. suavemente en el hombro, le anima a consagrarse todo entero a sus deberes paternales, y acompañando su despedida con algunos consejos amigables, se aleja, dejando a V. sumamente satisfecho. Es señor de buen trato, sin más defecto que la falta de memoria. Tan distraído es y de tal modo se olvidará de que V. tiene un chiquillo, que no será extraño le aconseje a V., algún tiempo después que se case: porque no hay cosa como ésta, le dirá, para tener familia. En cuanto a la opinión, es otra cosa: maldita la dificultad que hay para encontrarla. Nada abunda tanto en nuestro país como la opinión. Se halla bajo todas las formas y en todos los trajes y con todos los tonos posibles, en cuantas situaciones uno pueda gozar libremente de la facultad de ver y de la de oír. Aquí, pues, el trabajo no consiste en encontrarla, pues se halla en todas partes, sino en reconocerla, puesto que en ninguna parte se halla del mismo modo. Suele disfrazarse ( adolece de extraños caprichos), digo que suele disfrazarse todos los años en una reunión en donde a cada individuo le pagan la miseria de seis pesos por que hable o no hable ( que es apreciar en bien poco la palabra y el silencio), y entonces anda tan abigarrada y es tan móvil y tan charlatana, que se porta cual otra y no la conociera la madre que la parió. Tiene con frecuencia la humorada de asociarse con los periódicos, siendo ésta la peor de todas las formas que puede tomar; porque apoyadas las gentes en aquello de "dime con quien andas...", la tienen por persona común y baja y para en que la encierren y digan mil iniquidades. No hay que pensar en columbrarla, ni disfrazada en ninguna sociedad numerosa, porque desde que vino al mundo en cuna noble la opinión, a fuer de aristócrata, es de los menos y no de los más: de donde viene que si en alguna puede reconocérsela es en la forma de mercader prestamista o militar elevado en dignidad y su clientela. De aquí viene que yo aconseje a V. se dé un tanto cuanto a la carrera del tráfico y a la de las armas, si quiere gozar una vez más que otra del gusto de disponer a su antojo (que es buen modo de disponer) de la hermosa e inconstante dama, árbitra de nuestros destinos periódicos y extraordinarios. Por lo que respecta a reglas de redacción, soy de parecer que V. observe las siguientes: No hablará V. de política, porque es inútil hablar de lo que todos saben. El Gobierno sabe sobre ella cuando hay que saber y el pueblo ignora cuanto debe ignorar: conque así, no hay para que turbar, por pelillos que a la mar deben echarse, la dulce inteligencia que entre ambos reina. Creo conveniente no decir cosa alguna acerca de la religión. El espíritu del siglo, si alguno tiene, es enteramente ortodoxo. La herejía no nació ayer y a la moda de ser hereje pasó desde que dejaron de asarlos en parrillas. De tolerancia podría V. hablar, si supiéramos a punto fijo si aquí la tenemos, según la Constitución; pero puede V. decir cuanto quiera del Concordato que se celebrará con el Papa, luego que concluida la misión fiscal de Inglaterra por nuestro ministro de Roma, obtengamos que su Santidad lo reconozca como a tal ministro; que bien merecido se lo tiene después de años de súplicas humildes que se han hecho para conseguirlo. El capítulo de legislación está completo, y tanto, que el tal capítulo forma ya cuatro volúmenes; eso sí, enteramente venezolanos, que se seguirá aumentando, Dios y las dietas mediante, cada año del Señor. Hay verdadero abarrote de leyes; pero a bien que como todos los días se derogan las tales, podemos decir que los introductores son también consumidores, mejor dicho, otros tantos Saturnos. En cuanto a inmigración, aconsejo a V. la prudente reserva con que el legislador y el Ejecutivo tratan este asunto, que a lo que se cuenta, debe ser muy malo o muy bueno, cuando sobre él ni dicen ni hacen nada. V. se acordará que a poco de haberse descubierto aquí la única máquina que ha ocurrido jamás al entendimiento de un nuestro conciudadano, se presentaron otros, también conciudadanos, nuestros, declarando que sus entendimientos eran parte de la máquina. Así, pues, si en lo que a V. queda de vida (que Dios quiera sea larga), ocurriere, por casualidad, que alguno invente máquina, absténgase de hablar de ella en la duda de si la producción es de esfuerzo singular o plural. En cuanto a máquinas extranjeras, diga V. que todas llegan a La Guaira sin novedad y allí siguen en cabal salud, cual a V. la deseo. De nuestro ejército puede V. decir cuanto le parezca en bien o en mal, que es como si dijéramos que no habla de nadie ni con nadie. Aconsejo a V. reimprima el Reglamento de Milicias en sus columnas. Hasta hoy sólo los tienen el gobernador, jefe político, alcaides, jueces de paz, jefes, y oficiales; pero es preciso que cada ciudadano tenga uno para que aprenda sus obligaciones. He aquí el verdadero obstáculo que se ha opuesto, opone y opondrá a su organización, porque de resto son bien conocidos los esfuerzos que han hecho y hacen el Ejecutivo general y los Ejecutivos provinciales para lograrlo, y tan es así, que entre todos ellos han conseguido formar una lista de 66.903 hombres. A propósito de literatura, tengo que decir a V. lo que sucede aquí con los enfermos que se mueren, que son los más. Es el caso que cuando los tales pagan su deuda a la naturaleza y a la medicina, es fórmula que el facultativo diga a los dolientes: "no era la cosa para menos: todos los recursos del arte eran inútiles; no había sujeto"; fórmula que por ser tan ingeniosa debe de haber nacido el mismo día que la ciencia de curar a los hombres. Esto no lo digo por la medicina, sino por la medicina y la literatura. En cuanto a rentas, instrucción pública, ciencia y artes, opino que a nada conduciría hablar de ellas por separado. La instrucción, las ciencias y las artes no tienen rentas, y las rentas no tienen instrucción, ciencia, ni arte; de donde deduzco que tampoco vendría a cuento hablar de ellas reunidas. Relativamente a las utilidades y gastos de la empresa (materia que de propósito he dejado para lo último) no parará mi manía de contar cuentos hasta que no refiera uno, para acabar esta larga disertación. Digo, pues, que sucedió que un hombre cansado de vivir soltero, resolvió unirse a una mujer en santo matrimonio; y como fuera hombre sesudo y amigo de consejo, quiso recibirlo de un casado viejo. Expuesto que hubo su cuita al encanecido veterano: "hombre", le dijo éste, "no puedo negar que en los primeros meses del matrimonio suelen pasarse algunos trabajos. Desde luego la compra del ajuar de casa y muebles y vestidos: después visitas que pagar y recibir, todas de enhorabuena por el estado que se ha adoptado: arreglos económicos, etc.; Pero en seguida (créamelo V. como somos cristianos) en seguida... más valiera para V. no haber nacido". Ahora, si V. no hace un buen periódico, no será culpa mía. Este cuadro de costumbre fue publicado en el Correo de Caracas, No. 4, 30 de enero de 1839, y firmado con las iniciales A.A.A. Las letras X. Y. Z. eran el seudónimo de Juan Manuel Cagigal. |