Los escritores y el vulgo


Donde quiera que voy, vanme siguiendo;
Agárranse de mí, como la yedra
del árbol que la vive sosteniendo.
Entre los pies me nacen, como medra
Entre cepas la grama; que parece
Que aquí produce un necio cada piedra.
                        
                        Larra.


    Sr. X. Y. Z.


    Dos grandes obstáculos se opondrán siempre a la carrera de los escritores públicos en el difícil y peligroso género de costumbres.  Es el primero la propensión de ellos mismos a salpicar sus cuadros, que sólo generales debieran ser, de caracteres particulares; y el segundo, la propensión irresistible del pueblo a encontrar éstos en cada frase del escritorio.  Y quédese esto dicho y entiéndase del mismo modo lo que sigue, como reflexión abstracta, que ni a V. ni a ningún otro colaborador del El Correo atañe; pues tengo para mí que sus artículos de costumbres son decorosos y generales, no embargante algún necio de los que tropiezan siempre con alusiones a otros necios.

    Cuando un hombre nace condenado por el cielo a padecer la sensibilidad del corazón y de la inteligencia, en medio de los tormentos y desengaños del mundo que le irritan, lejos de calmarla, es difícil que no dicte sus escritos con el hondo sarcasmo y la ironía que quisiera hacer sentir, como él siente disgustos, a los que tantos le ofrecen; y acaso sus pasiones, mezclándose insensiblemente a sus tristezas, hacen que cuando debiera representar un vicio, retrate en toda su perfecta y repugnante semejanza al vicioso que lo ostenta, con todos sus pormenores y aún la infernal espiritualidad de la fisonomía.

    Pero no.  Viva y muera saboreando las amarguras de la sociedad; vea como adornos caprichosos de lunático y como velos mortuorios esas pompas y galas con que la sociedad se burla de los dolores y  vive alegre rodeada de muertes y se agita indiferente por el bien y por el mal, por nada y para nada; vea monstruos en lugar de bellezas; en lugar de virtud, hipocresía; llore sobre el necio que ama, porque cree ser amado; compadezca al iluso que busca la gloria en la virtud, la recompensa en los servicios, el amor verdadero, la amistad fiel; tal es su destino y debe cumplirlo.  Empero, si la venganza de la humanidad exige que truene contra el vicio, el honor le manda respetar al hombre y la virtud protegerlo; que la ruina del mundo sería tan cierta como su maldad, si lo poco que aún respeta destruyéramos.  El hombre tiene derecho a que el santuario de su hogar se venere entre lo más sagrado que venera el mundo; y en su recinto las debilidades y las ridiculeces son propiedades. Desde el atrio de ese templo en que solo cuenta con sus propias fuerzas, la sociedad pierde su dominio. Allí vive el hombre consigo mismo o vive con familia; y bien goce en su seno de la precaria felicidad de la tierra, bien llore haber nacido entre la destemplanza de la pobreza, la desesperación de un desengaño o el mal de una perfidia, desgraciado o dichoso, se ha reservado llorar o reír solo, lejos de la envidia y la irrisoria compasión de sus semejantes. ¡Desgraciado del que allí vaya a buscarle para atacarle! ¡Desgraciado del que le hace objeto de burla y escarnio, profanando así sus cortas alegrías o su llanto o su muerte!

    Y a ti, ¿qué te diré que al alma llegue, vulgo, que juzgas, acaso con razón, que nadie puede hablar de ti sin zaherirte? ¿A ti, que en la humillación de los otros te complaces y tu propia humillación te alegra? ¿A ti, que donde quiera ves un retrato, porque donde quiera te ves retratado? ¿A ti, vulgo de todas partes y de todos tiempos? De ti digo que, inconsecuente, aún en tus momentos lúcidos, te ríes de lo que escandaliza; de ti diré que la novedad te deleita, la verdad te irrita, el deshonor del prójimo te place; de ti diré que buscas alusiones, porque ellas son el alimento de tu malicia, y crees encontrarlas, porque como necio te juzgas sabio, travieso y entendido; diréte, en fin, que tus juicios, que risa y burla excitan, son como aquí leerás, si leer sabes y quieres.

    Un necio me encontró hace días y no es extraño que de poco acá, como ríos salidos de madre, todo lo inunden.  -Agur, amigo, ¿cómo va? ¿Qué hay? ¿Qué se miente?, me dijo con pasmosa volubilidad.  -Hombre, en cuanto a la salud, si eso me pregunta, estoy bueno, respondí; en cuanto a lo demás, no sé lo que se miente. -Espero que V. dará pronto un articulejo de costumbres en el Correo.  Me intereso mucho por ese papel y le prestaré mis esfuerzos para mantenerlos en boga.  Aunque los redactores no hayan contado conmigo, no dejaré de enviarles una vez más que otra alguna cosa de mi caudal;  pero amigo, volviendo a los artículos de costumbres, es preciso que V. contribuya con alguno y nos ayude. Contra ellos, amigo, contra los tontos; no hay que dejarles respirar.  Eso sí, no se venga V. con emplastos ni pasteles; claro, clarito;  que la cosa se conozca; y luego, ¿para qué? ¿Acaso se dice otra cosa que lo que uno sabe?  No, nada; la diferencia está en que se imprime.  Conque así, amigo, al grano.  Las costumbres todos las tenemos; lo curioso y lo salado son las particularidades, y además sólo así puede V. tener el gusto de verse reimpreso en París, Madrid y Londres. Hombres hay que me tienen por un necio, y ya V. ve si le he desenvuelto bien la idea y si conozco bien el género. ¿Qué dice V?  ¿Qué le parece? -Digo que ha dicho V. cosas de imprimirse y me parece que tiene V. un buen talento... para desyerbar la calle, murmuré yo al volver la espalda, sin ceremonia, al rematado mentecato que de propia autoridad acababa de hacerse colaborador del Correo.

A poco encontré otro; (qué bien decía quien dijo que llueven necios). -¡Ay, amigo de mi alma!, me dijo desde lejos. Vengan acá esos brazos. ¡Qué gusto me ha dado V. con ese artículo sobre periódicos...! Y aquello de los camaleones, sobre todo, añadió acercándoseme a la oreja, precedido de un enorme bostezo, ¡qué bien pintado está allí ese pícaro que tanto me ha ofendido! -¡Es posible, exclamé yo estuperfacto, que los camaleones del artículo tuvieran algo que hacer con persona viviente! -¡Qué bien retratado!  ¡Perfectísimamente!, continuó mi hombre sin hacer caso. Cuando yo considero cómo deben tener los ojos y las piernas esos camaleones y sobre todo la barriga grandísima de esos animales, me muero de risa, pensando que V. le dio su nombre verdadero a ese picaronazo.  -Pero hombre, dije yo entonces, considere V... -¡Qué considerar ni qué nada! Así mismo deben ser los camaleones:  ojos saltones, brotados, gran vientre, y las piernas...
-Pero hombre de Dios, si los camaleones apenas tienen piernas, a lo que yo creo.     
-¿No tienen piernas? Pues es lo mismo; sin piernas debemos considerar a ese hombre; las piernas no importan nada; pero los ojos, la barriga; debe ser cosa terrible ver un camaleón.  Así pues, le estoy a V. muy agradecido.  Yo estaba buscando un nombre que ponerle y desde ahora le voy a llamar "Camaleón".  Daría yo lo que no tengo porque V. le llamara en otro artículo rinoceronte o cosa semejante; y  diga V. cuando lo haga (que sí lo hará) que esos animales tienen también una barriga grandísima y unos ojos endemoniados.  Conque adiós, amigo. Y luego me gritó desde lejos: no importa que tenga o no piernas el rinoceronte; que el caso es lo mismo.

           ¡Oh, necios terribles, necios respetables, que uno siente, ve, oye, sufre y respira! Necios que en todas  partes estáis y en todas atormentáis, y de día y de noche, en el trabajo y en el descanso, sois unos mismos; siempre pesados, siempre insufribles; necios, que de todo habláis, que todo lo veis y lo sabéis y os entrometéis en todo y todo lo decidís! Decidme: ¿qué sois? ¿Cómo y para qué existís? ¿Cómo es que tenéis ojos y no veis, lengua y no habláis, oídos y no oís, y sin embargo oís, veis y habláis más que todos los muertos juntos y los vivos? ¡Oh, necios!, que siempre estáis de más y os juzgáis de menos; mensajeros de malas nuevas; aumentadores de alborotos; apóstoles de corrillo; abultadores de noticias; necios que sois la peste de la vida, yo os respeto, os admiro y... detesto. ¡Permita Dios que feas os amen, que no encontréis cristiano racional que os oiga, ni libro que entender al revés, ni noticia que dar, ni sastre que os corte bien una casaca!
    
    
Este cuadro de costumbre fue publicado en el Correo de Caracas, No, 6, de 13 de febrero de 1839 con las iniciales A.A.A.