Pedro Emilio Coll, "La Sotana
del Cura". El Cojo Ilustrado,
Caracas, Año VIII, N°
188, 15 de agosto de 1899. p.662.
La sotana del cura Para Anatole France. Maestro, el curita de Normandía, a quien conocisteis, no tenía un alma más piadosa y bienaventurada que la del curita de Aguas-claras. Habéis referido en La resedá del Cura cómo el diablo tentó a aquel que no se había permitido menor sensualidad, penetrándole por la nariz en la forma impalpable y deliciosa del aroma de la resedá y encendiendo así en el espíritu beatífico del curita deseos pecaminosos y mundanos; gracias que el ángel Gabriel, disimulado bajo el plumaje de una gallina blanca, escarbara la raíz de las plantas y la secara permitiendo que el santo alcanzara de este modo el camino de la perfección. Pero el diablo se hace cada vez más sutil y su perversidad está a punto de igualarse a la de los hombres, como os lo demostrará la historia del curita de Aguas-claras. La sotana del Padre Celestino era una sotana deshilachada y roída; los años, la lluvia y la intemperie de los caminos le habían ido comiendo los hilos y gastado los pespuntes; cuando a pleno sol, el curita de Aguas-claras atravesaba con su gran paraguas de lona, la plazuela de la aldea, la sotana despedía tonos verdes y violeta. Sea porque el Padre Celestino hubiera crecido después de su primera misa, sea que la sotana se hubiera encogido, es lo cierto que la falda no le llegaba a los tobillos, dándole de esta suerte un aire inocente e infantil. Su aspecto inspiraba lástima y simpatía; más que sus buenas acciones, que su amor copioso por los niños y los animales, la sotana verdosa y corta le había creado el respeto y el cariño de todos. Es un verdadero cristiano, decían hasta los librepensadores que no escaseaban en el pequeño pueblo de Aguas-claras, célebre por sus espiritistas y sus baños medicinales. Pero los años pasaban y la sotana se deshacía sobre el cuerpo regordete del Padre Celestino. Además, Aguas-claras atraía de las ciudades circunvecinas, damas reumáticas y caballeros ricos y dispépticos quienes, después de deliberar que un balneario elegante tenía necesidad de un cura menos descuidado de su cuerpo, convinieron en sorprender al Padre Celestino con una sotana nueva, el día de su santo. Se hizo venir de la capital suavísima sarga y finísimos encajes; las señoras se encargaron de la hechura de la sotana y las señoritas de los adornos. A todo esto el Padre Celestino continuaba alejado de las pompas terrenales, dando de comer a los perros y a los pájaros y repartiendo su dinero entre los pobres. El día de San Celestino (papa y confesor) el curita de Aguas-claras recibió, con indecible sorpresa, una olorosa y flamante sotana, en un gracioso cesto de mimbre en el cual se había atado una tarjeta con los nombres de las personas que le hacían el presente. Con ingenua alegría y místico regocijo se revistió el Padre Celestino de su nueva sotana; mas a penas había echado el último botón cuando sintió que sus sentidos se turbaban; la seda crujía entre sus piernas como faldas de mujer y la tela tenia aun la fragancia de las manos femeninas que la habían acariciado; un tenue perfume de opoponax trascendía de los encajes; los dedos del curita se hundían en la sarga como en una cabellera. Una fuerza extraña lo llevó ante el turbio espejo de su cuarto, recuerdo de su hermana muerta y en el cual nunca se había mirado; se contempló en él y se encontró galante y rejuvenecido... pero en ese momento divisó en el fondo del cristal, una visión pálida, la figura de su hermana que le señalaba la sotana vieja colgada en un ángulo de la estancia. El Padre Celestino usó hasta el fin de su vida la antigua sotana hecha girones, pidió ser enterrado con ella y murió en olor de santidad, guardando siempre una inexplicable tolerancia hacia el espiritismo. ¿No es de creerse, Maestro, que el diablo tomó la forma de una sotana para tentar al curita de Aguas-claras, como antes la del aroma impalpable y deliciosa de la resedá para apartar de la ruta del Paraíso al curita de Normandía? |