Daniel Mendoza, "Un llanero en
la capital" (1849). Pum, pum, pum; jiiá, jiiá, jiiá! -Muchacho, mira quién toca -Ahiá, ahiá, ahiá! dónde están los blancos de aquí? ¿No hai quien choque al tranquero? Ahí, ahí, ahí! -Va! -Ya tumbo la palisá, huó huó, huó! -Pase U. adelante: ¿qué se le ofrece a U.? -No bibe aquí el Dotor? -Sí señor, pase U. adelante! -Pero ¿por dónde choco? Caramba! mire U. que no quiero perderme más. -Por aquí, por aquí... -Por aquí, por aquí siga U... entre -¡Oh, mi Dotor, dios me
lo guar... Candela! ¿tuabía está U. durmiendo
cuando ya es hora de sestiar? Arriba, arriba!
-Hola! Palmarote por aquí? Cuándo ha llegado U.?-Cañafístola! que
por tris no doi con su comedero. Dende que apuntó el
lusero, lo ando sabaniando por estos pedreguyales, y aquí caigo,
ayí
levanto: acá me arrempujan, ayá me estrujan; y por onde
quiera el frío,
y la gente, la buya; y los malojeros juio, juio, juio; y las carretas
rrruuu. Caramba! ¿cómo diablos pueen UU. bibir y
entenderse en esta
grísapa?
Así se anunció en
mi casa, no ha muchas mañanas, el personaje que voi a
presentar a mis lectores. No será necesario decir que era un
LLANERO,
tipo tan conocido en esta capital, que las pinceladas precedentes
bastarían a bosquejado, tipo original e interesante al propio
tiempo;
tipo, en fin, que difiere esencialmente de los demás caracteres
provinciales de aquesta nuestra pobre República.
Serían las ocho de la
mañana todo lo más, y yo dormía aún, o, con
más
propiedad, yacía aún en el lecho en ese estado de
parálisis que
suspende el uso de nuestras facultades físicas y morales. Grata
y
deliciosa parálisis, en que ni se duerme, ni se está
despierto: en que
los objetos se ven como al través de un prisma y los sonidos se
oyen
como a una gran distancia. Parálisis, de una vez, que
quisiéramos
prolongar indefinidamente y de la que nos arrancamos por un esfuerzo de
decidida voluntad.
Bien se me alcanza, desde
luego, que el escritor que así describe esta
situación se compromete a algo, porque parece que se declara
abogado de
la pereza, echándose a cuestas, por añadidura, una grave
responsabilidad higiénica. Empero yo protesto que no es mi
ánimo
comprometerme a nada. En la inconstancia e instabilidad de mi
carácter,
hoi aplaudo lo que tal vez mañana censuro: ahora saboreo las
delicias
de la cama, acaso más tarde escribo una filípica contra
los dormilones.
Y ¿Qué remedio, lectores míos? Cada uno es como
Dios lo ha hecho y a
veces un poquito peor, según decía Sancho. Lo que
sí no puedo pasar sin
someterlo a mi férula, es el candoroso error en que incurren
algunos
cuando exclaman: "Oh, qué grato es levantarse temprano!" Grave
error
gramatical, imperdonable confusión de tiempos! Señores,
será grato y
mui grato HABERSE levantado, pero ¿levantarse, Dios mío?
¿Puede haber
maldito el placer en arrancarse el placer mismo de los labios? Pasemos
adelante, lectores míos, y no hablemos mas de LEVANTAMIENTOS,
que es
plato que indigesta en estos climas.
Palmarote acababa de llegar a
esta melancólica capital, a donde se
había encaminado no por capricho, ciertamente, sino a
consecuencias de
no sé qué pecado cometido en Junio último en la
provincia del Guárico;
y no menos quería sino que yo lo enderezase a esas notabilidades
del
poder o del favor. Yo precisamente que no sé dónde paran
las unas ni
las otras! Pero, paciencia, me dije, que esta es una de las ventajas
del tener paisanos. Y después de rebullirme y desperezarme
lentamente,
salté al fin de aquel lecho, sepulcro de mis gratos o
desagradables
ensueños.
En tanto que Palmarote lo
registraba todo con ávida curiosidad, en
tanto que comentaba las láminas de algunos libros y examinaba
atentamente los muebles, tocándolo todo con sus manos, como para
salir
de algún error o mejor fijar una idea, en tanto, digo,
hacía yo mi
TOILETTE, que, de paso sea dicho, ni es tan esmerada como la de un
pisaverde, ni tan descuidada como la de un avaro. Y a propósito,
el
vestido de Palmarote no dejaba de interesar por su originalidad. Corto
el calzón y estrecho, terminando a media pierna por unas
piezecillas
colgantes que remedan, aunque no mui fielmente, las uñas del
pavo, de
donde toma su nombre, la camisa curiosamente rizada, no abrochado el
cuello, ajustada al cinto por una banda tricolor, como el
pabellón
nacional, y cuyas faldas volaban libremente por de fuera: un rosario al
rededor del cuello del GUARDA-CAMISA ostentaba sus grandes cuentas de
oro; desnudo el pie, y la cabeza metida por decirlo así, entre
un
pañuelo de enormes listas rojas, soportaba un sombrero de castor
de
anchas alas.
Mirábame el llanero, no
sin curiosidad, pasar de una función a otra de TOILETTE y me
abrumaba con repetidas preguntas.
-Y ese palito, Dotor, qué significa?-Es la escobilla de dientes, Palmarote: sirve para el aseo de la dentadura. -De moo que el que no tiene
dientes... ¡probe mi bale Alifonso! se quedó sin el
palito! Y este otro artificio, dotor?
-Esa es una relojera: ahí se pone el reloj cuando no lo lleva el
individuo.-¿Y la cabuyita negra? -Es el cordón del reloj. Mire U. un curioso tejido de cabellos de mujer. Y se lleva así, mire U. -Ja, ja, ja! Dotor, eso es
cargar la soga en el pescueso. Caramba! que
ya las mujeres enlasan con su mesma serda. Pues ahora, mi Dotor, tiene
U. que cabrestiar hasta el botalón o tirar para atrás y
rebentar la
soga. Pero ¡que malo es este espejo!
-Al contrario, Palmarote, tiene mui buena luz.-Pues ¿cómo me beo yo tan feo? Jesú, qué espantamio! -Porque ese espejo refleja fielmente las imágenes, amigo mío. -Candela ¡pues cuando mi
samba se mira en estos ojitos, dice que ya tiene sueño.
¿Y estos cueritos, Dotor, para qué son buenos?
-Esos son guantes, Palmarote: se llevan en las manos de este modo, mire
U.-Caramba ¡cuántos
aperos! ¿Sabe lo que se me ocurre, Dotor? Si todo lo
que UU. emplean en tantos cachibaches, lo hubieran empleado en nobiyas
de primer parto, ¿cuántos beserros no jerrariam en este
berano?
-Pero es menester, Palmarote,
no ver la vida de sociedad sólo por el
lado de las invasiones que ella hace al bolsillo, sino también
por el
de los goces que da en cambio.
-Oh! mucho que se gosa
aquí con el frío y con las piedras y con la buya
y dos riales por el sancocho y cuatro ramas de malojo por dos riales y
los marchantes con sus tiendas y los nobiyos a rial y medio y uno tan
corto y... Dotor, U. nesesita esta pistolita? qué bonita!
-No dejo de usarla alguna
veces, Palmarote; pero ese no es un
inconveniente para que yo tenga el gusto de ofrecerla a U.:
tómela U.
-Dios lo yebe al sielo, mi Dotor, aunque yo creo que ayá no
dentran los papeleros.Aquí interrumpí
yo la serie de preguntas de mi paisano para ponerme a
su disposición, estando ya en aptitud de salir de casa. Mis
servicios,
le dije, se limitarán a dar a U. la dirección de esos
señores, de
quienes anda U. tan solícito. Sin contestarme una palabra,
sacó de su
bolsillo un envoltorio de hojas de tabaco (del detestable que se
produce en el país), mordió una dosis más que
mediana que masticaba
con entusiasmo, luego me ofreció para que yo mordiera a
continuación,
lo rehusé desde luego, me protestó que su oferta era
sincera, le probé
que mi negativa lo era también, y por último, yo adelante
y él atrás
(humildad característica del llanero), salimos de casa y nos
echamos a
rodar por las inmensas calles de esta capital.
En puridad de verdad, no andaba
Palmarote escaso de razón al quejarse
del frío, acostumbrado, por otra parte, al calor sofocante de
las
llanuras. La humedad de la atmósfera helaba las extremidades del
cuerpo, por lo cual tomamos la acera azotada entonces por el sol.
Palmarote abría unos ojos llenos de avidez y de curiosidad.
Estamos en
la calle del Comercio, le dije.
-Mire U., Dotor: con rason yaman a esta suidá la empoya de las
letras: mire cuántos letreros!-El emporio de las letras, querrá U. decir. -Lo mesmo bale, Dotor, que yo no soi plumario. ¡Cuántos letreros! uno, dos, tres... Caramba! cada casa tiene el suyo, Deletréeme aquel. -"Pastelería nacional". -Eso sí es berdá,
Dotor: en cuanto a pasteleros, aquí no reconosemos
padrote, y para descubrir el pastel, también estamos solitos.
Lea aquel
otro, aquel del pabo!
-"Pavos y pichones para los parroquianos vivos y asados".-¡Jesú, y qué lástima les tengo a los parroquianos bibos! Porque al fin ya los asados pasaron por la candela. El de más ayá, Dotor! -"Códigos nacionales para instrucción de los empleados que se venden a precios cómodos". -Gran consuelo es ese para los
probes, mi Dotor ¡Mira, aquelotro; pero
apártese que lo tumba ese burro (Vuelta burro, juio, juio, juio)!
-"Aquí se amuela casi de balde".-Caramba! ya lo creo; pero
buélbase a apartar, Dotor, mire esa carreta
(¡Ese buei palomo choooó! ¿Marchantes, compran
carbones?)
¡Ah lusero!
mire, Dotor, aqueya blanquita cabos negros que ba ayí; aqueya
ojos
negros, pelo negro... esa Candela! y qué buena pata debe de
tener! mire
cómo pisa en la piedra, ni se trompieza, ni pierde el golpe.
Tiene toas
las condiciones.
-Sepamos, Palmarote, cuáles son esas condiciones!-Ancas, pecho, siete cuartas, suabe de boca, y guen mobimiento. ¿No correrá con la siya, Dotor? -Pero entendámonos, Palmarote, ¿habla U. de mujeres o de caballos? -Pue entonces léame
aquel otro letrero, que ya beo que no nos vamos a
entender. Y apártese que ahí ba una carreta con basura,
¿pa ónde yeban
esa basura, Dotor?
-Para aquel basurero que ve U. allí.-Cómo! en la capital de Berensuela hai un basudero entre la suidá? -Uno no más no, Palmarote; todavía hai algunos otros. -Corotos! Y buélbase a
apartar, Dotor, y le aconsejo que se biba
apartando: mire una trosá de gente que biene ayí, y
aquí biene otra,
estos barriles, y ese borracho, mire, mire (Lepruu! Biba la emocrasia!
Bibaa! Caraaamba! -¿Compran piedras de amolar! -Arre burro,
juio, juio,
juio! Ea, ño elombre, apártese! -¿U. habla
conmigo? Mire que si me le
boi al bosal jase barro con el rabo).
-Vamos, Palmarote, continuemos, y tomaremos ahora la calle del Sol.-Ja! están crendo estos
muñecos que como uno anda medio inquilino no
puee cantar en patio ageno, y no saben que yo ni miro joyo ni palma
chiquita, y cuando no tumbo al toro le arranco el rabo.
-Estamos, pues, ya en la calle del Sol, Palmarote.-¿En la caye del Sol, Dotor? ¿acaso el sol sabanea más por esta caye que por las otras? -Tienes razón; este es
un nombre de capricho; pero esto viene de la
necesidad de nombrar las calles, bien que algunas tengan un nombre
alusivo o histórico. En los pueblos de las llanuras no se conoce
esta
necesidad, ni tampoco la de numerar las casas, porque allí las
poblaciones son reducidas, las calles pequeñas, las casas
más distantes
puede decirse que están vecinas, y los individuos todos se
conocen
entre sí. No sucede así en las grandes ciudades
atravesadas por muchas
y extensas calles, con casas varias y en número infinito y con
una
población considerable, enriquecida casi siempre con gran
número de
extranjeros.
-Sí, ya comprendo la
nesesidá de jerrar las casas, como susede con el
ganao, que habiéndose aumentao tanto, ha sio menester pegarle un
jierro. Y diga U., Dotor, ¿algunas casas orejanas que he bisto
aquí, no
podría el vesino quemarlas con su jierro?
-Eso sería un robo, Palmarote, como lo sería el hecho de
apropiarse el
individuo un OREJANO que no está en sus sabanas. Esas casas no
están
numeradas por descuido. -Y a propósito de estranjeros, diga U., Dotor, ¿esa gente de esas otras tierras, serán cristianos? -No todos lo son, Palmarote;
porque no todos los pueblos adoran al
Cristo del Calvario. Hai los judíos que, no reconociendo al Hijo
de
Dios, observan el antiguo código de Moisés. Hai los
mahometanos, que...
-No siga, Dotor, que ni yo
tengo catria de tos esos cóligos, ni es eso
lo que he querío preguntale. Lo que yo quiero saber es si esos
MUSIUS
que bienen de por ayá hablando en lengua, son gente güena.
-La sola calidad de
extranjeros, Palmarote, o de naturales no hace a
los hombres buenos ni malos. El corazón, la índole y los
principios de
educación son las causas de la bondad o maldad del individuo.
Así que
entre los extranjeros, como entre los naturales, hai gente buena y
gente mala. ¿No conoce U. venezolanos malos, Palmarote?
-Y tantos, Dotor, que más balía que no los conosiera.-Pero hai una circunstancia en
favor de los extranjeros. Todos los más
vienen al país por conveniencia, y siendo desconocidos en
él, necesitan
hacerse una reputación, tienen que hacer dobles esfuerzos para
merecer
la estimación pública. De ahí viene que sean por
lo regular mas
morigerados y mas laboriosos que los naturales, y de aquí el
rápido
incremento de su fortuna.
-Y cómo ha de ser gueno, Dotor, que esos marchantes bengan
aquí a yebarse los riales?-Malo y mui malo sería
que se los llevasen, si no dejasen en cambio un
equivalente. Pero al contrario, ello plegando a esa sed insaciable de
riqueza, que no sentimos nosotros por cierto, contraen todas sus
fuerzas al trabajo, establecen industrias desconocidas en el
país, que
van a ser otras tantas fuentes de riqueza pública, emplean en
sus
establecimientos gran número de obreros naturales, que
más tarde se
harán empresarios, o al menos se harán más
hábiles y diestros en su
industria, fomentan, por tanto, y hacen popular el amor al trabajo,
satisfacen con sus productos gran parte de las necesidades del
país y
sirven, por último, de estrechar más y más los
lazos de nuestra
República con las distintas naciones a que ellos pertenecen
¿Qué
importa, pues, que en cambio de tantas ventajas se lleven parte de
nuestro numerario? Porque has de saber, Palmarote, que la riqueza de
una nación no consiste en el dinero que ella tenga, sino en los
productos que...
-Alto ahí, Dotor!
cómo es eso? ¿La riquesa no consiste en el dinero?
Cañafístola! Si yo dijera eso ayá en mi tierra, me
apedriarían.
-Y sin embargo esa es la verdad, Palmarote, como lo persuaden los
economistas.-El diablo serán esos aconomitas, Dotor! No dormiría yo con eyos ni que me dieran una baca paria. En esta sazón y
coyuntura atravesábamos mi paisano y yo la plazoleta de
San Francisco. Aquí tiene U., le dije, la iglesia de San
Francisco, y
ese edificio que ve U. a su izquierda es lo que fuera un tiempo el
convento de frailes franciscanos, destinado hoi a las sesiones de las
Asambleas legislativas. Acerquémonos.
-Y diga U., Dotor, ¿a ónde se han ido esos flaires?-A la eternidad, Palmarote. Después de la extinción de los conventos todos han muerto ya. -Serían traviesos los
tales flaires Dotor, porque yo sé unas historias
de sus paternidaes... ¿Y dice U. que aquí biben ahora
esas señoras
Asambleas?
-Decía yo, Palmarote, que en ese local se hacen nuestras leyes.-Caramba, Dotor! ¿Y pa
una cosa tan pequeña un caserón tan grande? Pues
andarán eyas toas regás quini frutas de maraca.
-Continuaremos, si le place,
Palmarote, y volviendo esta esquina,
ganaremos la calle de Las Leyes Patrias. Mire U. ese paredón,
que
arrancando desde aquel edificio que ve U. allí recorre toda la
manzana!
Todo eso es el convento de Reverendas Madres Concepciones.
-Hum, malo, malo! ¿Tan
serca de los flaires esas madres? ¿Y no es pecao que las monjas
sean madres, Dotor?
-No, Palmarote; es un
título que se da a las religiosas, quienes
renunciando al mundo y abrazando una religión de las aprobadas,
se dice
que son esposas de Jesucristo, nuestro Padre, así como a los
clérigos
se les llama padres, considerados como esposos de la iglesia, nuestra
madre.
-¿Y qué
dirán esas santas mujeres de nuestras cosas, Dotor? y gordasas
que estarán ahí entrese potrero, y cómo
chocarán al tranquero por berse
a toa sabana!
-Ese edificio que está
al frente, Palmarote, es el Seminario
Tridentino, el establecimiento más útil y más
célebre de nuestro país.
Ahí se enseñan las ciencias mas importantes al hombre...
-Hablemos claro, Dotor:
aquí se conseña a papelero: aquí es que se
apriende a Dotor; pero ya nadie quiere aprender a cura, no,
señor
¡Papeles ban y papeles bienen; pero naide dice "dominos bobisco".
Cuando saben haser cuatro gasetas, se cren ya unos hombresitos; pero
coja U. un Dotor y póngale una soga en la mano, pa que lo bea
too regao
en la siya. Ni sabe apiársele a un toro, ni arriar una madrina,
ni
trochar una potranca, ni pasar su siya, ni maldita la cosa. ¡Y
esto no
es sensia!. No señor: gasetas ban y gasetas bienen: Dotores por
ayí; y
ni el toro se tumba, ni se jierra el beserro, ni se arrea la madrina,
ni se trocha la potranca y se moja la siya. ¡Y too esto no es
sensia!
-Qué disparates,
Palmarote! ¿Qué sería de la sociedad si todos
fuéramos
ARREADORES DE MADRINAS, como dice U.? Los cultivadores de las ciencias,
como los industriales, como los que ejercen oficios, etc., todos, todos
prestan un gran servicio a la sociedad, auxiliándose
recíprocamente, y
es necesario que todos desempeñen funciones distintas.
Sería imposible
que...
-Pare, pare, Dotor, que ya beo
que U. también es papelero, y dígame:
ese jumo blanco que se be ayí arriba del serro
¿qué significa? Por que,
jumo no pue ser, porque ¡hombre! ¡Quien ba a estar asando
tanta carne
ayí a estas horas? Polbo tanpoco, porque ¡candela!
¡qué bestiaa puee
estarse barajustando ayá arriba? Yo digo que eso debe ser el
puro frío.(1)
-Esos son los vapores que
exhala la tierra, Palmarote, que no pudiendo
ascender más por su peso, ni descender por ser más
ligeros que las
capas inferiores del aire, se quedan en esas regiones
atmosféricas.
-Apártese, Dotor, que
aquí biene uno a cabayo. ¡Gua! el mocho es de la
cría padronera: béale el jierro en este ganso! Mire,
Dotor: yo tengo un
mocho rusio, grande, buen moso, y con unas ancas, que se puee escribir
una carta, y tan baquero, que la ilasion es que el toro se mené,
cuando
¡sas! ya me yeba a la buelta del cacho; ¡mocho de
responsabilidá! ¿No
le gustan a U. los mochos, Dotor?
-Oh! Mucho, muchísimo me desvivo por un MOCHO.Al llegar aquí nuestro
diálogo, tiempo había ya que nos encontrábamos
parados en la esquina que forman al cortarse las calles de las Leyes
Patrias y de las Ciencias.
-Mire U., dije a mi protegido,
señalando hacia el Oriente, aquella plaza que ve U. allí,
es la de San Jacinto.
Al oír esta palabra
Palmarote hizo un movimiento convulsivo, semejante a esos sacudimientos
galvánicos, y palideció.
-Caramba! dijo después
de un momento de silencio, si yo juera desos
jasedores de leyes, la primera lei que sacaba del morde, sera: "que se
conpusieran las cárseles y se les añadieran algunas
piesas más",
porque, Dotor, puee ofreserse pará un rodeo ayí y no hai
sabana; bien
es que en un barajuste de ganao hai nobiyo biejo que ba a tené
al
improsulto.
Palmarote calló, su
frente se puso un tanto sombría, un profundo
suspiro salió de lo íntimo de su corazón y una
preñada lágrima rodaba
lentamente por la mejilla de aquel rostro tostado por el sol y arrugado
por las fatigas de una vida rudamente laboriosa. A pesar mío
interrumpí
aquella situación interesante e hice seña al paisano de
continuar
nuestra carrera. De allí á poco nos encontramos al frente
del palacio
de Gobierno. La entrada estaba sellada de gente. Volvíme hacia
Palmarote y le dije:
-Está cumplida mi
oferta, amigo mío: está U. en el palacio de Gobierno,
y aquí tocará U., como Dios lo ayude, con las personas
cuyo favor
solicita.
-Y diga U., Dotor, detrás de ese serro no haberá algun
yano?-Sí, Palmarote: detrás de ese cerro está el horizonte. Adiós! 1 Histórico |