PARDO, Miguel Eduardo
“Madrileñas”. En: El Cojo
Ilustrado. Año III, Nº 57,
Caracas, 1 de Mayo de 1894. pp. 163-164.
MADRILEÑAS Ya
decía yo que la Providencia no
podía dejarnos de la mano.
El invierno, ese crudo invierno que hasta ayer nos tuvo sumergidas las narices entre las enormes y gordas solapas del gabán, huye o se dispone a huir. No obstante esto, y como el furioso “airear” del Guadarrama es traidor de suyo, los menos valientes o los más precavidos, apenas si bajamos el cuello del abrigo: las mujeres son más audaces y viendo el sol, se van por esos parques a cuerpo gentil. Ustedes no se pueden figurar lo que ha sido este invierno: un día nieve; otro un viento insultante y a todas horas lluvia torrencial. Se vieron calles enteras inundadas, de tal suerte que un periódico propuso seriamente salvar las distancias en globos cautivos; otros aconsejaron los “elevados” como en Nueva York; y los menos ambiciosos optamos por los zancos. Afortunadamente una Primavera nutrida de luz comienza a rejuvenecer los campos; la brisa tiene halagos acariciadores; las tardes tiñen de púrpura las cúpulas de los edificios; los árboles se humedecen al brote prematuro de las briznas verdosas; los ramajes del Retiro se visten ya de gardenias plegadas; las golondrinas se restituyen al hogar y la ciudad toda es un estallido de risas y de fiestas. La Primavera de Madrid es como una explosión de regocijos infantiles. _________ Los que pierden son los directores de periódicos. ¡Claro! En cuanto el sol comienza a hacerle ovaciones de luz a la coronada villa todos nos echamos a la calle… Quiere uno trabajar; pero a lo mejor la gente, que se ve desde el balcón, levanta un bullicio de alegrías que da envidia; inconscientemente se pone uno el sombrero y allá se va de andariego persiguiendo a una estrella de pañolón -cuyo perfil parece el de una modelo escapada del estudio de Madrazo. ¡Ah! ¡Cómo tiene razón Eusebio Blasco! “En cualquier capital del mundo hay una hora para pasear. En Madrid hay seis o siete”... ¡Y son pocas! Familias conozco yo, que salen de casa a las diez de la mañana y regresan a las ocho de la noche -si regresan- porque de cogerlas al paso un teatro, se van tras el rumor de las “peteneras” que se salen por las puertas del vestíbulo. De aquí que yo le eche la culpa de la holgazanería de los hombres a las mujeres. ¡Si ellas no salieran a darse pisto con sus mantillas espumosas por esos paseos, no abandonaríamos nosotros la faena para hacernos los encontradizos y acompañarlas al Prado, a Recoletos y la Castellana! ¡Cuando digo que ellas son las culpables! Una noche, y a poco de estacionado yo en Madrid, mi amigo Pepe Herrera que se desvivía por complacer a un compatriota, se empeño en que nos fuéramos de Teatros; y desde luego nos instalamos en el de la “Zarzuela”. -¿Ves aquel grandote?… ¿aquel que se va a sentar en butaca de orquesta?... Es Vital Aza. Yo que para entonces me pirraba por nutrir de siluetas mis Revistas, escribí al día siguiente una del autor de “El Rey que Rabió”, añadiéndole algunas apreciaciones harto ligeras sobre Ramos Carrión –que es como si dijéramos la mitad de Vital en todas sus manifestaciones. Hoy que los citados escritores me dispensan sus cariñosos saludos en los saloncillos de los teatros, en los banquetes “literarios”, etc; y tratándolos por de contado, a ratos, en esos sitios, no quiero dejar a medio hacer los referidos esbozos y me permitiré algunas ampliaciones, si ustedes no lo llevan a mal. Vital frisará en los cuarenta… ¿Vital dije? Pues dije bien. Vital lo llama todo Madrid. Vital solo… sin el Aza. Es muy alto, corpulento: lo que llaman generalmente, en España, un buen mozo. Va, de ordinario, muy elegante, muy vestido, en una palabra, muy señorito. De joven llegó a la corte a vivir vida de hospederías insufribles y vida de novias fáciles, esas novias muy hoscas de “primera intención” –que dice Luceño- y excesivamente mimosas después de la primera riña. Hoy tiene “posibles”… Viaja, se va en el verano a Santander o San Sebastián, pasea en grande, en relación a su estatura y no sé si en iguales condiciones como el pobrecito; pero es lo cierto, que su cara, eternamente risueña lo vende a leguas. Cuando entra, por ejemplo, a “la Comedia”, todos vuelven la vista al punto donde él se dirige. -¡Allí está vital! -¡Mira! -¡Adiós autor venturoso! Reparte sonriendo los saludos y no habla durante la representación; mas al salir, lleva tras sí un ejército de escritores y entonces hace el gasto él. En el foyer en que se forma un corrillo, donde todos sueltan el trapo a reír, no preguntéis cuál es la causa. Es Vital que está dando “la lata”; pero una lata llena de chistes, de salidas humorísticas, de frases deliciosamente equívocas. Es un hombre que “tiene ángel” –como dicen por acá. Sus narraciones son ligeras, fáciles, sin espavientos y sin ruidos vulgares como sus versos. Así le imprime por gráfica manera carácter a sus obras: todo, todo lo de Vital Aza tiene sabor de conversación familiar y naturalidad pasmosa: igual cuando esgrime la sátira, que cuando narra episodios como los del Doctor de “Villa-Tula”. Si alguno quiere saber dónde está Vital, se lo pregunta a Ramos Carrión, o viceversa. Aquí cabe repetir que este es la mitad de aquel; la mitad de la musa; la mitad de la estatura y la mitad de las afecciones. Siempre están juntos; cuando no se andan buscando. Estrechamente unidos van al paseo, al café, al teatro, a todas partes; creo que hasta come el uno al lado del otro; por lo menos en “El Inglés” cenan a partir bocado. Es una hermandad de tal suerte ligada, que el público, acostumbrado a la razón social de estos autores, no concibe una obra de Vital sin la firma de Ramos. A veces se agrega o agregan ellos un nombre celebrado a las producciones. El de Chapí. Escriben una zarzuela como La Tempestad, o La Bruja o El Rey…y Chapí la coge de su cuenta y la nutre de cantos, de bailes maravillosos y de inimitables gorjeos. A mí me sucedió con Ramos lo que a cierto francés, quién –según narra Amicis- empezó a leer en un wagon de viaje L’Assommoir de Zola: a las primeras páginas arrojó el libro con aire de desprecio; pero luego, a los pocos minutos tornó a hojear la obra y a vuelta de unos capítulos, lanzando una gran carcajada, le dijo al vecino: “¡Ah! querido… he aquí la descripción de una comida de boda que vale por todo el libro”. Pues yo me aplico el cuento, porque una vez dije que Ramos Carrión no me gustaba ni poco ni mucho, y ahora, convencido profundamente de lo contrario, rectifico con el mayor regocijo. Le conozco menos que a Vital; pero se le puede aplicar el acomodaticio refrán: dime con quién andas, etc., etc. Y no sé más. Ha fracasado (esta es la palabra) ha fracasado la fiesta o el proyecto de fiesta que organizaba el Ateneo en honor de Federico Balart. Balart es aquel poeta, de quien tantas veces he hablado –aunque no tanto como él se lo merece. ¡Como que escribe estos poemas en media docena de versos!: “De las estrellas blasfemé iracundo, Por blasfemar de Dios hasta en sus huellas; Y, huyendo de Él y de ellas Me arrojé a lo profundo; ¡Y ahondé!... ¡y ahondé!... –Y, atravesando el mundo, Hallé sobre mi frente las estrellas!” De verificarse la velada hubiérame yo holgado en describirla, porque pintar no una de esas celebraciones académicas a las que sólo asistimos los socios del Ateneo de Madrid, sí una fiesta a la que concurriesen las más hermosas damas de la corte y los más ilustres nombres del mundo literario, sería por lo esplendoroso del acto, tarea fácil para un cronista. Desgraciadamente está uno a lo que caiga, y esta vez ha caído como una bomba, entre la gente de letras, la noticia inesperada del diferimiento de la fiesta. Análogo a lo de Campoamor. Diríase que alguien lleva las de Caín en estos homenajes, que a lo mejor fracasan. Madrid: 8 de marzo de 1894. |