PARDO, Miguel Eduardo
“Madrileñas”. En: El Cojo
Ilustrado. Año III, Nº 60,
Caracas, 15 de Junio de 1894. pp. 234-235.
MADRILEÑAS Rara es la
casa de Madrid donde a estas horas gocen
de perfecta tranquilidad: en las de diputados, al menos, reinan los
mayores sobresaltos y zozobras, pues con esto de las súbitas,
enérgicas y borrascosas sesiones del Parlamento las familias de
los padres conscriptos viven con el alma en un hilo.
Para ellas, y para ellos, el mes que “va corriendo”: o andando, si ustedes quieren, ha sido un verdadero mes de pruebas. Las unas lloriquean y ruegan a todos los santos que sus mariditos no se pierdan en un arrebato parlamentario, y éstos, que no las llevan todas consigo cuando franquean las puertas del Palacio de los leones, van suplicando por lo bajo al Supremo Hacedor, que les tenga en suficiente calma a la hora de la bronca. Cuando ésta se va acercando hay diputado, que conociendo su carácter levantisco se mete debajo del banco, otros siguiendo los consejos de su cara mitad llevan coraza, y muchos toman el partido de no asistir, que es el mejor partido, según Pidal. Todo alarmado y tembloroso entra el público a las tribunas, porque la prensa anuncia con 24 horas de “anticipo”, el asunto trascendental que está sobre el tapete. Mañana –dicen los periódicos- se “tocaran” en el congreso cosas de sensación, y por de contado se cree que el patio va a arder: la atmósfera empieza a caldearse... Bajo tales auspicios abre el Presidente la sesión. Y un diputado de la minoría se pone de pie. Se extiende en soberbias disertaciones históricas, cita a Julio César, Nerón, Calígula, Bonaparte y la Revolución Francesa, y en el calor de la improvisación acusa al gobierno de no ocuparse del bienestar público como es su deber. –Sí, señores -exclama enardecido y violento– la prueba de lo que digo y a donde voy a parar es el estado de las patatas en el país: ¡las patatas están enfermas! Un ministro interrumpe, colérico, al diputado. - Su señoría se equivoca: las patatas no están enfermas. - Quien se equivoca es su señoría: yo repito que están enfermas las patatas -Es que yo puedo probárselo a su señoría porque yo las he comido esta mañana, y sin ir más lejos, en las Ventas del Espíritu Santo. -Pues miente su señoría -¿Cómo que miento?... -Que miente su señoría al afirmar que las patatas se conservan sanas. El Presidente que ve venir el chubasco agita violentamente la campanilla y varios diputados del banco rojo rodean a su compañero mostrando los puños a donde los de la mayoría rodean, a su vez, al Ministro desmentido. - Protesto -exclama éste- como Ministro y como caballero. - Esa protesta insolente, tratándose de las patatas, no se la tolera ni como caballero ni como Ministro, y mucho menos cifrando su señoría el honor en el banco azul. -Cada uno tiene el honor en donde le da la gana -responde el Ministro-. La primera bofetada no se hace esperar y entonces aquello se vuelve un campo de Agramante; vuelan los sombreros, se rompen los bastones; los gritos asordan y el público de las tribunas lamenta que no le dejen disparar naranjas y botellas, como en la Plaza de Toros -que bien se las ganan los padres de la patria. Por la noche se arrolla uno en las mantas pensando en los duelos a muerte que habrán surgido de la borrascosa sesión; pero apenas amanece y se echa con impaciencia mano al periódico que debe traer los detalles sangrientos del terrible desafío, y nos encontramos con que los padrinos de aquellos furiosos Rochefortes, no han encontrado ofensas en las frases lanzadas, por lo cual, evitando una gran desgracia, entre dos valientes, califican el suceso de simple incidente parlamentario. Por eso los españoles convencidos dicen: -Vaya con el Congresito… Tenemos unos diputados que no nos los merecemos. En España, ya se sabe, los toreros famosos, al cabo de cierto tiempo se transforman en héroes de leyenda. Lagartijo, por ejemplo, que llegó en días atrás a estos Madriles de su alma, llevaba una corte de admiradores que hacía ejército en la calle de Alcalá. Un gran rumor de admiración y de cariño circulaba por todo el trayecto: -¡Lagartijo!... -¡El Maestro!... -¡El Califa con sus emires!... Los grupos se abrían en alas; las señoras y caballeros se detenían con los ojos muy abiertos a la curiosidad; las chicas de mantón se echaban al arroyo voceando y los de “aficionaos” se llevaban la mano al sombrero con regocijo. En cambio pasa por allí Menéndez Pelayo, pongo por caso, y tropieza inadvertidamente con uno de los niños de la torería, éste no desperdiciará ocasión para soltarle un terno. _________ Y como estas son notas taurófilas: allá va una peregrina. Un periódico, de esos dedicados expresamente a revistas y biografías de toros y toreros, publica en su último número un retrato del célebre Guerra en cuyo margen se lee dificultosamente esta dedicatoria original. A mi querido banderillero Moyano. Su matador, Guerrita. ¿Su matador?... __________ En la
concurrida Carrera de San Jerónimo la
gente se detiene frente a un lujoso escaparate, donde se exhibe un
riquísimo traje de novia prendido de brillantes y tres corsets
de raso bordados en oro; debajo un letrero grande y llamativo:
Para la boda de una hija de Frascuelo. Ustedes pueden figurarse el ruido que meterá esta boda: el de un terremoto. La ceremonia de fijo, tendrá su público especial. En primer término lo formarán las familias de los ganaderos, en segundo el elemento alborotador de la calle de Sevilla y todas las criaturas de amplio sombrero, de los que miden, para los grandes días, diez metros de desarrollo; y en último término –que diría Urrecha- los sedentarios curnológicos. A estos se les antoja “corrida” la boda y andan comprando los billetes de invitación como las localidades en días de alternativa –a precios exorbitantes. -Ustez que es periodista, mayormente, -nos dice el Tío Caracoles- ¿pué informarme si la corría es en la Plaza Nueva o en la vieja? -No sé, amigo. -Yo pregunto porque, como, vamos al decir, Salvaor es un espada sugestivo, y tié, además, vergüenza y pundonor… “y lo que hay que tener”, como dicen en La Verbena de la Paloma… ¿Etá ustez? -No, no estoy tío Caracoles -Pero bien: voy a explicarme. Como ahora el Guerra es quien corta el bacalao en la Plaza Nueva, mayormente; y como mayormente Salvaor en punto a dignidá no hay quien le ponga el pie delante; y como entre ambos a dos los mataores no han sabío nunca comprimirse; y como mayormente… -Mayormente tengo yo que hacer tío Caracoles. Me voy: ¡adiós! -¡Vaya!... vaya con el niño. -Vaya usted con Dios -Y ustez, con la virgen del Pilar, ¡criatura! Estos o parecidos sujetos son los que menudean, hoy, en Madrid con motivo de la boda del Frascuelo, o de la hija, que para el caso da lo mismo. La calle de Sevilla es un hervidero, porque allí se reúne toda “la torería”; los periódicos aficionados, traen el retrato del novio, de la novia, de la casa donde van a vivir, de las zapatillas y hasta de los trajes que han de usar en casa. Todo esto apoya lo que he dicho al comienzo de estas líneas: que en España un torero viejo es héroe de leyenda; pero de leyenda curnóloga. ¿Ustedes no saben cómo es la primavera en Madrid?... ¿No, verdad? Pues fácil es enterarse. Compárenla ustedes a aquella Presidencia de Venezuela que anduvo de Herodes a Pilatos días antes del triunfo de la Revolución y en los que hoy era Pedro el Supremo Magistrado y mañana el Magistrado suprimido, y tienen una copia fiel de la estación actual en los madriles. A las primeras horas del día un frío horroroso y unos “ventarrones” indiscretos que se ensañan en los trajes de las señoras dejando apreciar más de lo conveniente algunas medias que se quisieran ocultar; y por la tarde un calor bochornoso que pone en consternación a muchos sujetos, cuando se encuentran en el imprescindible caso de despojarse del gabán, que hace contraste con la americana raída y de color indefinido que dejan a la vista. El gabán, o “sobre-todo”, en España es, muy generalmente, un “sobre-nada”. Hay individuo que no da su brazo a torcer y así se ahogue o pesque un tabardillo continúa en pleno verano con el abrigo abrochado hasta el cuello. Y otros que se apresuran a llevarlo a la casa de empeño… para que no se les apolille, andan expuestos a pillar pulmonías, porque a lo mejor se desata el viento del Guadarrama y vuelta al abrigo y a las capas. Los que me hacen más gracia son los que se adelantan a la estación y aparecen en sociedad con el sombrerito de paja, la camisa flotante a rayas rojas, el correspondiente cinturón que suple al chaleco, la corbata de alas de mariposa y el pantalón bombacho que cae en forma de embudo sobre los lazos del zapatico color buñuelo. A esos los apellida gomosos la gente seria. Mas por lo único que yo deseo el verano es por el traje del bello sexo; en el verano no hay algodones, ni aditamentos, ni cosas que den lugar a sospechas. La bella mitad del género humano se echa a la calle con los claros trajes de percal tan ceñiditos a las formas que nos van informando de la clase… del percal, como dijo el otro. Una mujer en tales condiciones ondeando la vaporosa falda, la cabeza al aire libre, los colores de poma asomando a las mejillas y los ojos húmedos por la última savia de la primavera, es la culpa de muchas catástrofes entre los célibes; de ahí los bardos improvisados, los matrimonios como de lance, los suicidios ruidosos con pistolas de dos cañones y dinamita; las fugas, el desbarajuste… y el punto final de esta revista –que no quiero se pase de la cuenta. |