PARDO, Miguel Eduardo “Madrileñas. La Cervecería Suiza”. En: El cojo Ilustrado. Año III, Nº 63, Caracas, 1 de Agosto de 1894. pp. 292-293.


MADRILEÑAS
(LA CERVECERÍA SUIZA)


    En medio de ese mundo de hoteles, restaurantes, cafés y demás centros donde los madrileños encuentran motivo para holgar, existe una célebre Cervecería que ha sido y es un refugio de muchos escritores, poetas, artistas, actores y jóvenes de buen humor a quienes les trae muy sin cuidado el odio de la asociación de Padres de Familia.
   
    De este café soy uno de los más asiduos parroquianos; o mejor, he llegado a ser un camarada entre estos señores que vienen de dos a tres de la tarde a departir familiarmente de sucesos literarios, políticos, teatrales, etc., etc., allá en los últimos divanes del rincón de la derecha. Si me preguntaran por que vengo a diario no sabría contestar, pues mirándolo despacio no es toda gente alegre  la que aquí se reúne,  ni el café que nos dan es cosa de saborearlo con placer, ni todos son amigos míos. Esto no obstante la broma es aquí moneda corriente y la Cervecería puede decirse que es un consuelo para los tristes o un lugar de salvamento para las crisis intelectuales y para las del bolsillo, a veces.
   
    Pedro el camarero, no me dejará mentir. Se ha dado el caso de salirnos de allí sin pagar, por distracción o porque dejamos el porta-moneda en casa.
   
    Ya todo el mundo respeta aquellos sitios del rincón, donde se charla, hasta por los codos, se grita, se ríe y se fuma que es una barbaridad. Se le pasan a uno las horas muertas oyendo a Luis Taboada, el gran risueño, que a menudo lleva la voz cantante en el famoso congresito. Van llegando en grupos de dos a tres o uno a uno muy calladitos primero: de estos “calladitos” es Félix Llana, amigo íntimo de Clarín, ahijado literario de Echegaray y autor junto con Francos Rodríguez, director de La justicia, de un drama muy aplaudido, Francos Rodríguez es Concejal, republicano, pasea en coche con el alcalde y escribe perrerías contra el Gobierno en el número de la noche. Luis Valdes es hombre serio y no hace chistes porque es candidato para la Academia. Angel Pons, (nuestro artista) tampoco habla, pero a días se suelta… Y hay que llamarlo al orden. Joaquín Dicenta es el alborotador por excelencia; se le oye desde la Puerta del Sol y como siempre está en escena le apellidamos por el título de su drama: Luciano. Alejandro Lerroux es un elegante chico director de El País: Alejandro para ser director completo y estar en carácter cuando triunfe la República (?) en España, acaba de casarse, creo que es lo único bueno que ha hecho en toda su vida. Eduardo de Lustonó que se parece a Castelar, no le da el naipe por los discursos, sino por las recitaciones de los autores antiguos; y don Manuel Quesada un ilustre cesante, gran comentarista, aficionado a la tauromaquia y padre de diez y ocho años…
   
    Son estos los que pueden llamarse del uso; los de todos los días; los primeros que hablan y discuten sin entablar polémicas apasionadas. Se disparan sátiras, se comentan, entre explosiones de risa, los sucesos de la noche anterior, se censura acerbamente al Ministerio, se aplaude la acción de un hombre probo, se remueven las sesiones del Congreso, y para el asunto más trivial se poseen todos los matices, todos los tonos y todas las armas del epigrama culto y chispeante. En este círculo van del brazo las letras, la ciencia, el arte y la política y no riñen de veras nunca; la agudeza sustituye al concepto; el ingenio a la severidad de la razón y a la lógica contundente la frase flexible, amable, ligera y como cubierta de flores.
   
    Por otra parte no es este uno de esos montones oscuros donde tantas fuerzas inútiles se gastan o en donde se agitan envidias, egoísmos y despechos. Todos son amigos desinteresados y nobles; sólo se estrechan manos leales; no hay orgullos, ni rivalidades, ni envidias rastreras, ni es aquello como lo tituló el Ministro de la Gobernación -según me dijeron- “un nido de víboras” que calienta injurias y calumnias con objeto de agobiar de ignominias el nombre del ausente. De tejas abajo, la verdad, no hay acontecimiento sensacional que pase inadvertido y sin su cola larga de comentarios por aquellas mesas; pero no son los comentarios sangrientos o destilando hiel, esos comentarios cobardes de emboscada, los que allí se destilan, no. No hay campo en esa reunión para la infamia: se hila más delgado, es decir caballerosamente.
   
    El chiste es entre españoles una necesidad; el chiste sano se entiende; en este café las bromas son algo así como un bombardeo que a veces toma proporciones de batalla colosal: un extraño creería de fijo que de tales alborotos iba a surgir un duelo a muerte;… Nunca llega la sangre al Manzanares. Y es tan exacto todo cuanto escribo que al día siguiente del estreno de Nieves, drama de Ceferino Palencia y en momentos en que se iba a poner el drama sobre la mesa de disección entró a la Cervecería Ramón Tubau, cuñado del autor, y entonces uno se puso de pie y le gritó:

    -¡Ramón, no entres que vamos a hablar mal el drama de Ceferino!...

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    A ratos y a días se presentan por aquellos contornos como de  visita Leopoldo Cano, el poeta siempre inconforme, pero siempre buen amigo; Antonio Sánchez Pérez, a quien llamamos “el maestro”; Eduardo Bustillos, persona inofensiva que sólo tiene el defecto de andar preguntando a todas horas sí han leído su artículo de La Ilustración; López Ballesteros, americano y redactor de La Correspondencia, dos cosas que constituyen una sola desgracia; Buhiquez un carlista de palmo y medio capaz de comerse crudo al mismo Salmerón; Domingo Blanco, el más activo reporter de El Imparcial y otros muchos que entran y salen maldiciendo del café y luego “reinciden” como si aquel sitio tuviera imán y ellos no pudieran sustraerse mal de su grado a la tirana imposición. Unos van con el pretexto de ver a Fulano; otros para hacer un encargo; (por el café nunca; aquel café es veneno y hay que bebérselo de un trago). Mas para encargos o para lo que sea, es lo cierto que todos entramos a lo mismo de siempre; a conversar, a poner como chupa de dómine al prójimo y a seguir las chirigotas hasta las tres o las cuatro de la tarde, sin que nadie muestre prisa porque se toque a retirada. El que quiere se va y vuelve, o hace como Zahonero que entra siempre “de lance” haciéndose el loco; aquí dice una majadería filosófica y allá la emprende a cachetes con la lógica.
   
    El hombre hosco, el ceñudo, el grave, el hombre formal o el que por demasiado formal toma la vida por lo serio huye de estos lugares, donde suena como un trueno jovial la carcajada y como un canto siempre sonoro la alegría.
   
  La Cervecería Suiza es una puerta que se abre al periodista extranjero; y como detrás de esa puerta no se halla la envidia, ya se puede asegurar que se tiene compañeros y la palabra “compañero” es en Madrid como la de “camarada” en París –según Eusebio Blasco- sagrada: sólo que ese título no autoriza en la tertulia la lectura de poesías y otros excesos literarios.
   
    Menuda bronca que le armamos a quien tales cosas pretenda. En cuanto alguno intenta dar lectura a un trabajo literario todos se le echan encima:
  
    -¡A leer versos al Ateneo!
    -¡Aquí no se lee versos!
    -¡Fuera el lector!
   
  Y el abroncado sin llevarlo a mala parte se sienta y pasa el momentáneo sofoco entre sorbo y sorbo de café.
   
   Esta reunión es tan amena y todos estamos tan contentos que ni siquiera tenemos que lamentar la presencia de Federico Urrecha, que es una especie de Julio Calcaño en punto a pequeñeces literarias.

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     Ahora que me voy a París llevando a cuestas mi eterna montaña de hastíos, de impresiones y de ansiedades, siento prematuramente la nostalgia de este simpático círculo donde dejo tantos cariñosos amigos míos… Mañana cuando vencido por el cansancio de los grandes boulevares, solo, entre aquel mundo de gente desconocida, eche una mirada hacia este Madrid de mis pecados, de lo primero que habré de recordar es la Cervecería Suiza: los chistes de Taboada, los gritos de Dicenta, la seriedad cómica de Pons… Por eso quiero regresar pronto a Madrid; por eso… y por lo otro: lo otro permitirán ustedes que me lo reserve.

Madrid: mayo de 1894.