PARDO, Miguel Eduardo
“Madrileñas. Episodios de un Estreno”. En: El Cojo Ilustrado.
Año III, Nº 56, Caracas, 15 de Abril de 1894. pp. 148-149. MADRILEÑAS (EPISODIOS DE UN ESTRENO) Fue un
estreno de historia el estreno de Luciano;
un
estreno que ha pasado por multitud de azarosas etapas. Su autor,
Joaquín Dicenta es héroe, protagonista y mártir:
todo a un tiempo.
Desde la lectura de la obra comenzaron los tropiezos. Verán, o mejor, oirán ustedes “el cuento”, porque es un cuento con ribetes de tragedia. A María Guerrero, primera actriz de la Compañía de Mario, le correspondía desempeñar de mujer de Luciano; ora por antiguas desavenencias con Dicenta, ora por el carácter voluntarioso de aquella señorita; ora porque el papel, valga la verdad, era harto sinuoso, es lo cierto que la Guerrero se negó resueltamente a tomar parte en la comedia. Entonces fue de ver a Emilio Mario husmeando los escenarios de todos los teatros, buscando aquí y solicitando allá, una actriz capaz de resistir el poder artístico de Thuillier -que hizo de protagonista. Allá, a las mil y quinientas correrías Teodora Lamadriz ofreció una de sus discípulas del Conservatorio, y empezaron a macha martillo los ensayos. Todo iba a pedir de boca cuando se interpone a lo mejor Pérez Galdós, queriendo que se representara una vez más La de San Quintín, precisamente el día anunciado para el estreno de Luciano; se aplaza éste y a vuelta de unos días se anuncia en cartelones y periódicos la esperada aparición del “drama de los percances”, como lo apellida Luis París. Al fin, al fin llegó la noche tan soñada. El teatro está pleno; el telón se ha recogido lentamente; un silencio sepulcral reina en la sala. Ahí está Luciano. Va a relatarnos un crítico distinguido el argumento. ______
“Luciano es
un artista de grandes alientos y de
verdadero valer, como lo prueban, unas tras otras, las mordeduras que
en su nombre hacen los envidiosos. Pero Luciano, que tiene todas las
satisfacciones que proporciona el arte, se ve solo en su hogar; su
esposa no es su esposa, es la mujer unida a él sólo por
la bendición de un sacerdote; pero no lo que debe ser toda
compañera que vive en absoluta compenetración con el
hombre, lo cual abre un abismo entre ella y el artista a quien no sabe
comprender”.
“Además y para amargar más la existencia de Luciano, ni su esposa Julia ni la madre de ésta conciertan en carácter con la buena y piadosa doña Dolores, madre del artista, con la que en modo alguno quieren compartir la comunidad del hogar y a la que rechazan. Luciano está haciendo el busto en barro de Angela, una aristócrata que fue su amiga de la infancia y que, al revés de Julia, le comprende y alienta, y hacia ella se vuelven el corazón y las potencias todas de Luciano, aunque contenido por la bondad de su madre y el buen sentido de un amigo probado del artista”. “Pero fatal e inevitablemente el divorcio moral de Luciano y su mujer llega a ser un hecho definitivo; Luciano va a vivir con su madre, y Julia con la suya permanecen en el que fue de todos”. “Pero la madre de Luciano con su recta y simpática intervención, consigue que Angela, la esposa que eligió la voluntad del escultor, y que no sancionó la religión, escriba a Luciano rompiendo el lazo que une a ambos, sobre todo desde que el artista provocó en duelo a un necio adorador de Angela. Y en aquellos instantes, la esposa que no supo, o no quiso comprender y estimar en todo su valor a aquel hombre, llega para obligarle con el derecho que da la ley. Una violenta escena entre Julia y la madre de Luciano determina en ésta una crisis decisiva de su enfermedad del corazón, que la mata en brazos de su hijo”. “Entonces Luciano, en un hermoso arranque, arroja de su casa a aquella mujer, y en su soledad terrible, sólo encuentra calor y simpatía en los corazones de Angela y del amigo de toda la vida”. ______
A
través de ese argumento, sin darle vueltas
se vislumbra a un autor dramático de cuerpo entero. Tal lo
comprendió el público que no cesó de llamarlo
infinidad de veces al palco escénico. Y eso que la
ejecución fue deplorable. Excepción hecha de Thuillier
que desempeñó maravillosamente el Luciano, todos, todos
los artistas flaquearon durante la representación: hasta la
Sofía Alverá -que sabe crecerse en otras obras- estuvo
lastimosamente desacertada. De la señorita Paz, la
discípula de Teodora Lamadriz vale más callar: el
público no tuvo en consideración que era una dama; y a
las primeras de cambio, cuando apenas dijo unas cuantas frases, se le
echó encima. A bien que la ayudara su serenidad aquella noche,
pues de lo contrario el desastre habría sido espantoso. Ni los
diálogos llenos de luz ni las metáforas brillantes ni las
magníficas conclusiones que en su boca puso el autor fueron
suficientes para defenderla de la animosidad del auditorio.
Con todo Dicenta triunfó franca y sonoramente en Luciano, a pesar de la tesis audaz que expone; a pesar de los descalabros de la actriz y a pesar de los malquerientes -que los había-. Los admiradores y amigos del valiente dramaturgo y del bizarro intérprete de la obra señor Thuillier, quién según la prensa madrileña ha dado un paso de gigante en su gloriosa carrera artística, celebraron la victoria de ambos con un espléndido banquete en el restaurant Inglés y a cuyo acto asistieron los más reputados escritores y artistas de la coronada villa y corte. |