PERÉZ, Francisco de Sales."EL BOMBO", en: El Cojo Ilustrado (Caracas) (163): 687, 1 de octubre de 1898.


El Bombo


    Si por alguna cosa desearía yo ser jefe de un gobierno, sería por meter a la cárcel a todo el que me soltara un bombo.
    No hay cosa que haga más daño a los gobernantes que la eterna alabanza.
    Cierto escritor contemporáneo ha dicho, que la adulación es un tapiz de jabón que se extiende a los pies de los poderosos para que resbalen y caigan.
     Pero ellos no le creen así: el jabón les parece un alfombrado de flores.
    Un magistrado me explicó este fenómeno de apreciación, diciéndome: -"No se ve lo mismo de abajo para arriba que de arriba para abajo".
    Y desde entonces he llegado a desconfiar hasta de mí mismo.
    No estoy muy seguro de que en llegando a las alturas del poder, no premiaría con una Aduana al primero que me llamara hombre y única esperanza de la patria.
    ¿Por qué he de ser yo diferente a los demás?
    Sigamos observando desde abajo.
    Cuando un gobernante tiene asegurado el aplauso, no medita ninguna resolución.
    Si los desatinos, las injusticias y las arbitrariedades han de ser celebradas como obras meritorias, ¿para qué empeñarse en evitarlas?
    El hombre es débil, y sólo encuentra criterio honrado y claro en aquellos que lo alaban. Y siempre cree que la censura es producto de la pasión y de la envidia.
    Es preciso que la censura desapasionada no se duerma, porque los mandatarios que no oyen más que el coro de los aduladores.
    No ha habido un solo tirano que no se crea infalible.
    Esto no quiere decir que todos los infalibles hayan sido tiranos; muchos de ello no han podido pasar de insignes mentecatos.
    El elogio desmedido engendra dos hijas gemelas -la presunción y la soberbia.
    Decid a una mujer que tiene los ojos muy hermosos, y ya la pondréis a bailar las pupilas hasta perder toda gracia.
    Habladle de sus labios preciosos, como dos corales, y en el acto sacará la lengua, como la culebra, para darles lustre.
    Decid a un hombre que tiene la voz muy sonora y el acento muy agradable, y comenzará a oírse a sí propio, y se volverá impertinente y amanerado.
    Y si esto pasa en asuntos tan triviales como los ojos, la boca y la voz ¿qué sucederá cuando se trate de talento, la sabiduría, la popularidad y otros motivos del orgullo humano y de las aspiraciones a la inmortalidad?
    Convenceos:
    Si amáis a una mujer y tenéis interés en conservarla discreta y pura, no le digáis que tiene la garganta y el pecho como una Venus, porque, desde ese día, estará pensando en vestidos que trasparenten sus encantos.
    De allí al abismo no hay nada.
    Si créeis en la honradez, en la inteligencia y sano criterio de un magistrado, no lo emborrachéis con el incensario, porque, cuando el humo funesto lo haya inflado como un globo, humillará a los mismos que lo enal­tecieron, se creerá superior a la nación y dueño de ella, dará de puntapiés a las leyes y las pospondrá a sus caprichos.
    Los aduladores son traficantes en sangre humana y en honra nacional: ellos son los que han envilecido a los pueblos, levantando ídolos de barro que humillen y empobrezcan: ellos son los que han convertido en vergüenza y azote de las naciones a hombres que, acaso no eran malos, y que hubieran podido engrandecerlas, y pasar a la historia como bienhechores, y no dejar un cuerdo execrable, como el de Judas, para ser eterno baldón de la humanidad.