PERÉZ, Francisco de Sales. "EL TENIENTE PERDIGÓN", en: El Cojo Ilustrado (Caracas) (186): 601, 15 de septiembre de 1899.



El Teniente Perdigón


A JABINO.-Te dedico este bosquejo,
porque se parece a alguno de tus
admirables cuadros.


    En los anales de nuestras guerras civiles, no hay un hecho de armas más extraordinario que la batalla de Santa Inés.
    Es tan importante, que, cuando algún veterano quiere probar que se ha visto en muy grandes peligros, dice simplemente:
    -Yo fuí de los derrotados en Santa Inés.
    Conozco un tal teniente Perdigón, que todavía no ha pasado el susto después de cuarenta años.
    El recuerdo de aquella espantosa jornada es el mayor timbre de su vida militar, y se ha grabado de tal modo en su memoria  que no habla de otra cosa.
    Dios lo libre a usted de encontrarse con el teniente, en la estación de La Guaira, frente a la casa que tiene por nombre "Santa Inés", en memoria de la hija mayor de quien la fabricó.
    En el acto le dirá a usted, declamando:
    -¡Qué nombre! ¡Cómo despierta en mí, recuerdos de días heroicos! ¡Ese nombre huele a pólvora y a sangre caliente! Le voy a contar a usted: en diciembre de 1859 fue la batalla de Santa Inés... Oiga usted como paso...
    Afortunadamente el tranvía, usted se monta sin haberlo pensado, y se salva de mil descargas de fusilería y de artillería y quién sabe de cuantos lanzazos...
    Nombra usted la palabra más común, hablando con el teniente Perdigón, por ejemplo: membrillo.
   -¡Ah! le dirá él -No hable usted de membrillos hombre. Si usted hubiera estado en Mérida podría decir membrillo con propiedad.
    -El  año 1859 estuve en la Cordillera, después de la batalla de Santa Inés, ¡qué  batalla!...
    -Sí señor -le interrumpe usted por salvarse- la conozco.
    -¡Qué va usted a conocer! Figúrese usted, que yo iba en la  brigada del coronel Jelambi.... Ya va usted a ver lo que es un militar pundonoroso...
    -Señor, estoy de prisa; hágame usted el favor de reservarme para otro día el placer de oír su relación; y se va usted.

   
*


     En una presentación ocasional dice un ami­go:
    -El teniente Perdigón; el señor Pedro Maica.                     
    -¡Maica! -exclama Perdigón, abriendo la boca como para tragárselo - ¿Es posible que usted se llame Maica?
    -Servidor de usted.
    -Usted debe ser pariente del comandante Maica, a quien le debo la vida.
    -Vamos, hombre, échenos ese cuento.
    -Cuando el glorioso desastre de Santa Inés, venía yo corriendo desde Curbatí: había botado las espuelas, las pistolas, la espada, la cobija y cuanto podía estorbarme: en una encrucijada, de repente, oigo un tropel de ca­ballos y me agazapo en una cepa de gamelote. Verme aquellos jinetes y venírseme encima el de adelante fue todo uno: era un joven aindiado con una lanza de media vara que me puso en las costillas...
    -¿Y no lo atravesó?
    -No, señor.
    -Pues, ciertamente, le debe usted la vida.
    -No es así, señor; sino que era comandante de un escuadrón de los nuestros, y al reconocerme, me montó en ancas de su caballo y me salvó de que me mataran los enemigos.
    -Pues, señor teniente, está usted hablando con un sobrino del comandante Genaro Maica.
    -Deme usted un abrazo, y véngase conmi­go para contarle toda esa historia.
    -No se moleste usted; ¡cuantas veces me la habrá contado mi tío al suave vaivén de los chinchorros de su quesera!


*


    Con el teniente Perdigón se necesita un diccionario sin palabras para poder hablar.
    Si nombra usted el calor, le contesta:
    -¡Calor! si usted hubiera estado en las montañas de Barinas en 1859, cuando la bata­lla de Santa Inés, podría hablar de calor. 
    ¿Había nada más bello ni más inocente que la nieve?
    Pues Dios libre al más afanado poeta de decir, en presencia de Perdigón, la casta nieve,  porque le caerá encima y le dará:   -¡Qué sabe usted si la nieve es casta o no es casta! Si usted hubiera pasado el páramo de Mucuchies sin cobija, vestido de andrajos como íbamos todos los que tuvimos la gloría de salvarnos en Santa Inés,  no diría usted que la nieve es casta, sino todo lo contrario, ni an­daría usted buscando comparaciones para presentarla como lo más bello del mundo; muy lejos de eso, diría usted lo que decía yo en aquellos momentos: maldita sea la casta nieve, y maldito sea el inclemente granizo, y maldita sea la Federación, y maldito sea el [602] centralismo, y maldito sea Rubín, y maldito sea Zamora, y maldito sea todo lo que, de algún modo, tenga parte en que yo venga pasando este páramo nevado, con tanto frío, muerto de hambre, y sin tener siquiera un trago de aguardiente.

*


   Y no hay escapatoria con el teniente Per­digón.
    Por donde quiera que usted le salga él lo esperará en Santa Inés, y acabará con usted, para vengarse de Zamora.
    ¡Hay tanto teniente Perdigón!
    Unos que han tenido antepasados ilustres; otros que han ejercido altos empleos; otros que tuvieron parientes ricos; otros que
han pronunciado discursos, etc.
    A todas manos le dirán a usted:
    -Cuando mi abuelo hizo tal hazaña...
    -Cuando el Libertador almorzaba con mi tía...
    -Cuando mi tío el Arcediano, en tiempo de Carlos IV...
    -Cuando mi tía sacaba las onzas al sol...
    -Cuando yo, desde el ministerio, imprimía el sello de mi carácter a la política...
    -Cuando terminé mi discurso en la escuela municipal, tembló el pueblo de LosTeques..


*


    ¡Y después dicen que los viejos son decrépitos!
    ¡Cuántos decrépitos hay que parecen viejos antes de tener años.

1898.