PERÉZ, Francisco de Sales. "LA CRISIS", en: El Cojo Ilustrado (Caracas) (16): 254, 15 de agosto de 1892.


La Crisis
Escrito en 1884
(Inédito)


    Quiero tratar hoy sobre la crisis, o más claro -sobre la miseria pública.
    Es tan serio el asunto, que no puede tratarse si no con seriedad.
     La cuestión es esta.
    -¿Por qué estamos pobres?
    Cualquier gracejo me responderá.
    -Porque no tenemos dinero.
    -¿Y por qué no le tenemos?
    La causa salta a la vista.
    -Porque gastamos más de lo que ganamos, o porque ganamos menos de lo que necesitamos.
     No hay más que falta de equilibrio en el presupuesto.
    Ajústese la salida a la entrada y el mal quedará remediado.
    Nuestra caja es como un estanque que tiene la llave abierta.
    La entrada es inferior a la salida.
    El agotamiento es infalible si no torcemos un poco la llave.
     Pero nosotros encontramos más cómodo esperar siempre un aguacero para llenarlo.
    Sobre todo, en verano, es cuando más contamos con las nubes.
    Y sucede muchas veces que llueve, y que, con recursos inesperados, mantienen algunas familias, por medio ficticio, una posición, si no holgada, al menos durable.
    Pero también sucede que no llueve. . .
    ¿Y entonces. . .?
    ¡Ahora, por ejemplo se ha declarado una sequía espantosa!
     No hay una nube que prometa refrescar el tiempo, sin embargo de que el horizonte no está claro.
    Los estanques están casi todos vacíos.
    En algunos pocos se ve un sedimento verde, donde todavía pueden refrescarse los labios.
    En otros hay un aguaje sucio, lleno de sapos y sanguijuelas.
    -¿Sabéis lo que puede sacarse de ese fango?.
    -Medios violentos, arbitrios indecorosos, recursos de la desesperación que cierran todas las puertas para el mañana.
    Apenas hay unos pocos estanques llenos... ¡y cuán grandes son!
     Tienen las llaves cerradas: ¡no destilan una gota!
    -¿Qué líquido es ese, tibio y amargo, que los llena?
    -¡Ah! es llanto de muchas angustias y sudor de muchos afanes...
    Esos estanques son...
    No los envidiéis.
    Vale más llorar la sed, que saciarla con lágrimas ajenas.
    Volvamos a la cuestión.
    Estamos pobres; es una cruel verdad por más que el país esté mil veces más rico que antes.
    Hoy tenemos, como pretexto, la baja del café para explicarnos el abatimiento de todas las industrias.
    Ciertamente es una causa agravante, pero la verdadera causa es esta.
    -¡El alza de nuestra soberbia!
    Este mal viene de una época remota que yo no quiero fijar.
    Las pasiones, el patriotismo, los errores, las ambiciones legítimas, los deberes sagrados y los odios feroces, en espantosa confusión produjeron choques violentos, y, como consecuencia, cambios de fortuna-riquezas destruidas y riquezas improvisadas.
    Los que no sabían cuanto trabajo cuesta levantar una pirámide grano a grano, no tuvieron dolor de tirar a la calle el oro que la casualidad había puesto en sus manos.
    Entonces comenzó el lujo entre nosotros, y esta sociedad cambió de golpe sus costumbres sencillas.
    Los hombres laboriosos sintieron humillada su modestia, y para ponerse al nivel de los favoritos del acaso, comenzaron a imitarlos en sus cuantiosos gastos.
    ¡Cosa singular!
    Los advenedizos no tuvieron pudor de parecer ricos--y los ricos tuvieron vergüenza de no parecer advenedizos.
    El mundo moderno no toma en cuenta el origen de las riquezas.
    El corre su nivel sobre las cifras que re­presentan las fortunas para fijar las catego­rías sociales.
    Así han venido confundiéndose en estrecho abrazo, y acatándose recíprocamente, los hijos mimados de la fortuna, y los hijos del trabajo.
    Entretanto los que no han sido llamados a la distribución del cuantioso botín; ni han tenido éxito en sus labores; en una palabra,—los pobres, luchan por parecer ricos, y hacen gastos superiores a sus fuerzas: empeñan el porvenir; enajenan su tranquilidad y comprometen su decoro.
    He ahí, pues, la explicación de nuestro malestar.
    -Todos queremos vivir en una misma esfera, y por cierto-en la más elevada.
    Los ricos que van cayendo en la miseria, agobiados por el peso de sus derroches, y los pobres que se van hundiendo día por día, batallando entre la soberbia y la impotencia, se levanta y vociferan poseídos de una desesperación infernal.
    ¿Qué es lo que piden esas voces salvajes que parecen graznidos de animales feroces?
    -¡Guerra! -¡Confusión! -¡Anarquía!
    -¡Insensatos!
    ¿Queréis remediar el mal, renovando las causas que lo han producido?
    Nuestras desgracias comenzaron con la guerra, que anuló el respeto a la propiedad. Se acabó el estímulo del trabajo; faltó la fe en sus resultados y se agotó la riqueza.
    ¡Acordaos de aquellos días tenebrosos!
    La escena pasaba en nuestras llanuras, pobladas de rebaños.
    Una tropa de jinetes, armados en nombre de la. libertad y del derecho, invadía la propiedad de un ciudadano laborioso; recorría sus sabanas y, a despecho de toda súplica, le despojaba la mitad de sus bienes.
    Detrás de estos venían los defensores de la propiedad y de las leyes, y se llevaban la otra mitad.
    Otro tanto sucedía a la riqueza agrícola y a la riqueza mercantil.
    El derecho de un lado y la ley del otro, como dos puñales, dieron muerte a la pro­piedad.
    ¿Y habrá quien quiera renovar esos tiempos aciagos?
    ¿No habrán pasado para siempre esos días de sangre lágrimas y miserias ?
    Yo quiero creer que sí, aunque sea men­tira.
    Prefiero vivir engañado.
    Limítese cada cual a la esfera de sus fa­cultades. No haya emulación para derrochar sino para producir.
   Piensen que las privaciones de hoy, aseguran el bienestar de mañana; y que un bienestar anticipado y ficticio nos condena infaliblemente a la miseria.