PERÉZ, Francisco de
Sales. "LOS MORDISCOS", en: El Cojo
Ilustrado (Caracas) (2):
27, 15 de abril de 1892
Los
Mordiscos
Voy a
escribir
sobre lo más antiguo que hay en el mundo.
Pero no por ser antiguo, deja de ser muy importante. Me atrevo a asegurar que la suerte de la humanidad, con todos sus sinsabores y placeres ha dependido de un mordisco. Si Eva no hubiera mordido la fatal manzana, aún estaría gozando los encantos del paraíso. Y no fuera nada que la mordiese, lo peor fue que la encontró agradable y se empeñó en que Adán la mordiera también. ¡Aquí fue Troya! ¿Quién le dice que no a una mujer? Adán mordió la fruta y, después de saboreada, reparó que las mejillas sonrosadas de Eva tenían algo de manzana, y la dio un mordisquillo cariñoso. De aquí data la perdición de nuestra especie. El primer mordisco fue causa del primer pecado; y por eso, los mordiscos serán el castigo del género humano hasta la consumación de los siglos. Esta fue la primera maldición que cayó sobre los culpables, y me fundo en que, el mismo Dios, condenó a la mujer a ser perseguida por los mordiscos de la serpiente. Si no hubiera habido el primer mordisco, no habría muerto el pobre Abel de un trancazo, ni Caín habría llevado sobre sí el crimen del fratricidio. Verdad es que fue culpa de los tiempos, más que del delito. Si Caín hubiera encontrado un abogado que le defendiera, habría pasado a la historia como un buen muchacho, incapaz de hacer mal a nadie, aunque un poco atolondrado y quisquilloso. Pero en aquellos tiempos estaban las ciencias muy atrasadas: no se había descubierto esa alquimia, llamada el derecho, que sirve para hacer blanco lo negro. Los mordiscos, pues, nacieron en el Paraíso, y sus efectos comenzaron a sentirse allí mismo. No hay mal más antiguo, y sin embargo no hay cosa que sorprenda más. Los hombres miserables que son, sin duda, los más sabios, han empleado toda su ciencia en precaverse de ellos y no lo han logrado. No hay un peligro que nos amenace por más variados caminos que un mordisco. Es un enemigo disfrazado que nos acecha entre sombras. ¿Quién puede temer que un abrazo, una sonrisa, un saludo reverente, una atención o un elogio, sean otros tantos lazos tendidos a nuestro bolsillo? En un día de duelo os acompaña un hombre cuyo afecto no habíais medido bien; llora sobre el cadáver de vuestro deudo, es el primero en cargar sobre sus hombros el pesado ataúd, y el que arroja la primera palada de tierra entre la huesa. ¡Quién lo pensara! todo eso no es más que una red tendida a vuestro alrededor, de que no podréis escapar. -Detrás viene el mordisco. Un amigo os obsequia con un espléndido banquete. En un discurso levanta vuestras cualidades a las nubes -¡no ha conocido otro hombre más noble, ni amigo más cabal! -La copa de champaña se apura por la felicidad de vuestro hogar. ¡Quién lo creyera! dentro del champaña estaba el tósigo -detrás del obsequio viene el mordisco. Algunos días después tendréis que firmar una fianza que pondrá muy cerca de la ruina "al más noble de los hombres","al más cabal de los amigos". Hacéis conocimiento con un individuo, ocasionalmente, en un viaje. Trabáis una de esas amistades que duran hasta el puerto de desembarque. Llegados al muelle, cada uno toma por su lado, casi sin despedirse. No tenéis de aquel hombre más noticia de la que puede dar su tarjeta. Fulano de Tal. Un día, el oleaje de la vida vuelve a poner aquella misma fisonomía en vuestra presencia. Le encontráis parecimiento a una persona que habéis visto otra vez: no lo reconocéis, pero él os ha conocido a una cuadra de distancia; os abraza, os pregunta por la familia, adivinando que la tenéis; y después de todo, os cuenta una historia de calamidades, os pinta una situación angustiosísima; os llama su providencia, o el árbitro de la providencia para sacarlo del apuro en que se encuentra. En una palabra, os pone el dogal y lo va apretando con un tortol. Resultado -Un mordisco gordo- Pero tendréis la satisfacción de haber hecho un gran favor a un hombre en desgracia. ¡Mentira! -Le habéis desquitado de la pérdida que hizo la noche anterior en el juego; le habéis dado nuevo capital para seguir su vida de azares, de ostentación y de mentiras. ¡Pocos minutos después negáis una limosna a un ciego, porque no lleváis centavos, porque la menor moneda que tenéis vale medio real...! ¡Ah! Pero el ciego no empleó palabras ruines para daros un mordisco -¡él os pidió por el amor de Dios! ¿No veis esas adhesiones serviles que se venden a los magistrados; esos afectos que se juran, tan antiguos, tan desinteresados y tan invariables? Cada uno de esos juramentos lleva entre sus pliegues, un mordisco por lo pronto, y para más tarde, un desencanto para el hombre privado, y un cúmulo de contrariedades para el hombre público. Pero los hombres públicos se olvidan de que, los que venden opiniones y afectos, están siempre a la orden del mejor postor y sólo pertenecen, temporalmente, al último que los compra. Dejo en el tintero mil ejemplos que llenarían un libro. Cuando contemplo, lleno de tristeza, todas las miserias de la vida y el enojo que causan a los que tienen que remediarlas, me consuelo repitiendo las palabras que me dijo una viejecita:"Dios te dé que dar y no que pedir". |