PERÉZ, Francisco de
Sales.
"LOS PATIQUINES", en: El Cojo
Ilustrado (Caracas) (13): 202, 1 de julio de 1892
Los Patiquines
Creo
innecesario explicar la
significación de esta palabra.
Para no dejar de parecer etimologista, o pedante que es lo mismo, diré que viene la de la voz italiana partiquino, que significa actor de baja escala. Un paje mudo, por ejemplo, aquel que sale a decir -aquí están las velas, no son más que partiquinos. La palabra patiquín, degeneración de aquella es nueva en el diccionario venezolano, así como es nuevo, y original de nuestro suelo, el tipo que ella designa. Los antiguos no conocieron esta sabandija, nacida de nuestras revoluciones, como brotan lombrices y sanguijuelas de los pantanos. No he querido comparar al patiquín con la tímida lombriz ni con la chupadora sanguijuela, ni mucho menos con el lodo de nuestras convulsiones políticas; líbreme Dios de hacer comparaciones tan exactas. Ante todo amo la ficción si no, parecía extranjero en mi patria. El patiquín no nace precisamente el día de una convulsión: él existe, pero vive en incubación durante los períodos pacíficos, que por cierto son muy cortos. Así como el gusano vive en su capullo hasta que se comvierte en mariposa, esos jóvenes turvulentos, ociosos y sin carreras viven en las cantinas hasta que se transforma en patiquines. La cantina es el capullo de esta crisálida. Con el primer grito de una insurrección y la primera proclama del Gobierno, brotan a millares como las ranas con las primeras lluvias. El patiquín nace sin opinión: él se declara en ejercicio, como abogado noble, antes de saber qué causa defenderá: los acontecimientos van a fijar su opinión. Lo único que él sabe de cierto es -que en el río revuelto ganan los pescadores. Aquellos que logran una ración del Gobierno como agregados; una comisión para embargar bestias, -empleo que produce dos ganancias, -una por embargar y otra por no embargar; una comandancia de patrulla para cobrar reemplazos, o cualquier otra ganga, se deciden por el Gobierno, o sea por la constitución y las leyes. Los que no caben en la gracia del Gobierno, se hacen conspiradores y andan de corrillo en corrillo, hasta que creen llegado el momento del triunfo. Entonces se incorporan a la facción. Ya está el patiquín en su verdadero elemento. Se le distingue a leguas por el talante, más dramático que bélico. Gran sombrero, con el ala izquierda apuntada, sosteniendo una hermosa pluma que arrancó a la gorra de la mamá: Chaqueta azul con botones amarillos: Pantalón metido por dentro de las botas, remedando las jacobinas: Carriel fileteado, con cigarros, cepillos, peines, un billete amoroso y una clineja de Laura, Sable curvo y mohoso; enorme revólver. Los patiquines no entran a servir en ningún cuerpo regular; ellos se acomodan en el Estado Mayor, o forman esos cuerpos ligeros, insubordinados e inútiles que llaman piquetes. Su oficio es recoger ganado, bestias, empréstitos, etc. Nadie más violento que ellos contra los hombres, las mujeres y objetos indefensos. Los patiquines tienen para la guerra una ventaja muy envidiable, y es-su horror a los peligros. Entre ellos y las balas no hay ni puede haber ningún punto de contacto: son antípodas. De ahí viene que no se ha dado el caso de un patiquín muerto en campaña, como no sea de miedo o de calenturas. En compensación de esto, son los más avanzados cuando llega la hora de comer. ¡Ay de las gallinas donde cae una manada de estos zorros! ¡Cuando el soldado, muerto de fatiga, está jadeante de sed, el patiquín se está bañando! En la hora del combate ocupan también su puesto, no precisamente en las filas de batallas, sino en las de observación. Allí, trémulos de corajes, esperan el resultado. Si es adverso, nadie les quita la vanguardia en la carrera; si es favorable, se queda recorriendo el campo para recoger los heridos, y los caballos. Cuando el campamento es sorprendido, sin que los patiquines hayan tenido tiempo de acomodarse, la derrota es infalible, porque no hay soldado que resista sus gritos de terror, ni las patas de su caballo que se llevan por delante todo lo que encuentran, menos al enemigo. Un ejército recargado de patiquines está siempre próximo a ser destruído, porque lleva en su seno un mal elemento -el pánico. Sin embargo, en los desastres tienen reservado un puesto de honor en que lucen mucho -¡la lista de prisioneros! Y es gusto verles entre las filas de sus vencedores, cabizbajos, ennegrecidos por el polvo y con gesto que parece decir: "¡Oh ironía de la suerte! ¡tanta humillación por premio de tanto heroísmo! ¡La posteridad me hará justicia!". Pero si llega un día de triunfo para su causa, entonces entran erguidos como grandes libertadores; cada cual cree que todos los arcos son para su gloria y que las damas no piensan más que en su bravura. Al referir sus hazañas, cree uno que oye al mismo Marte. El triunfo se debió únicamente a él: ¡el jefe no hacia nada sin consultárselo: los soldados no seguían más que su plumaje! Todos los destinos deben ser para él, porque sólo su denuedo los ha conquistado: deben darle una Aduana, y no para administrarla, sino para disfrutarla. ¿Qué menos? ¿No expuso él su vida a un constipado, a una mordedura de culebra? ¿No ha podido recibir un balazo al cargar su revólver? ¡El día de las recompensas honoríficas, consigue sin esfuerzos que le confirmen su grado de general, que él mismo se había dado, y ya lo tiene usted creyendo que es verdad su propia fábula! De esos patiquines generales, es que se han formado eso miles de generales patiquines que cuentan nuestra lista militar, para asombro de las naciones del orbe. ¡Y no es lo peor, sino que tenemos en expectativa una cosecha que va a poner la especie por el suelo! ¡Los generales se cotizarán como los mangos, a tres riales el ciento! ¡Por fortuna yo tengo mi grado antiguo, y no fue ganado con plumajes, ni clinejas, ni fanfarronadas; ese me costó, -lo digo con vanidad- muy buenos veinte pesos! Febrero 4 -1879. |