PERÉZ, Francisco de Sales. "LOS QUINCALLEROS TURCOS", en: El Cojo Ilustrado (Caracas) (4): 53 y 55, 15 de febrero de 1892.



Los Quincalleros Turcos

     Con este nombre designamos la funesta invasión de buhoneros que nos está llegando de la Palestina.
    Cuando vinieron los napolitanos, pensé que no podía caer sobre nuestro país una plaga más terrible.
    Después vinieron las langostas, y me parecieron los napolitanos unos excelentes sujetos.
    Ahora han venido estos turcos y encuen­tro que las langostas son unas mariposas inofensivas, comparadas con ellos.
    En efecto: -las langostas dejan abonado el campo que devoran; al paso que los tur­cos son, como el caballo de Atila, que "donde ponía los cascos, no volvía a retoñar la yerba."
    En Europa dicen, que para luchar con un genovés, se necesitan siete judíos, y que para cada napolitano se necesitan siete genoveses; yo añado, -que para cada turco se necesitan setenta napolitanos.
    En Caracas no se puede dar un paso, sin tropezar con una mujer que lleva un muchacho de la mano, otro a caballo en el cogote, y una caja de baratijas colgando por delante.
    A esta caja le sirve de firmamento, otro muchacho que se oculta en el voluminoso vientre.
    El espectáculo no puede ser más repug­nante, ni más ajeno de nuestra cultura y de nuestra riqueza.
    Estamos acostumbrados a que la miseria, si acaso existe, viva entre sombras, y no azotando las calles, plazas y paseos.
   Esta gente viene de la cuna del cristia­nismo, y son creyentes fanáticos; pero tienen otro fanatismo más arraigado que el religioso -el fanatismo de los centavos!
    Llevan a la iglesia la caja de quincalla, y serian capaces de vender un par de boto­nes, en el momento más solemne de la misa, si encontraran un comprador.
    No pueden negar que descienden de aque­llos mercaderes que Jesús arrojó del templo.
    Ellas venden en todas partes, a todas horas, de día y de noche. Lo que no se ha podido averiguar es, a qué horas comen, y en qué día del año se lavan las manos.
    Se sospecha que pueda ser el 30 de fe­brero.
    Los franceses trasportaron a la Exposición de París una calle del Cairo, para presentar una muestra de las costumbres de aquel pueblo.
    Nosotros los hemos imitado, convirtiendo la umbrosa alameda de San Jacinto en un mercado del Cairo.
    Y está tan a lo vivo, que se siente hasta mal olor.
    Aquello está poblado de chiquillos, por­que todas las turcas son casadas.¿Cómo no? ¡si son del único lugar del mundo en que hay más hombres que mujeres!
    Dicen que allí es preciso encargar las esposas desde que nacen, como si fueran terneras para cría.
    Y que, a pesar de que el matrimonio no es hijo del amor, si no de la naturaleza, hay fidelidad en las esposas.
    Yo lo creo; porque la Palestina es el único país donde se ha apedreado a la mujer adúltera.
   No sé si las costumbres de hoy son las mismas de los tiempos bíblicos; pero sí sé que estas criaturas tienen mucho adelantado para ser virtuosas; -porque llevan una cor­teza que les sirve de armadura para proteger la honestidad.
    -¿Adivináis de qué ? -¡De sucio!
    ¿Y qué diremos del macho? ¿de ese holgazán, inútil para todo trabajo, que vive sentado sobre las aceras, obstruyendo el paso, con las piernas abiertas, y en medio, la caja maldi­ta de cachivaches?
    Ellos han cambiado su traje orien­tal, por una caricatura del europeo,  y así es como publican mejor su ori­gen.
    ¿Quién no conoce desde lejos, la patria de un hombre, ennegrecido por el polvo, y por el humo del cachimbo; que lleva unos botines descuadernados, que han calzado a otros pies; sin medias; con unos pantalones estrechos, que no cubren los tobillos, y un saco informe de lana, tirado sobre los hombros, que revela haber servido a tres gene­raciones, por lo mugriento?
    -¿Y eso se llamará inmigración ?
    -¡Eso se llama, plaga - eso se llama, azote!
    El inmigrado es el hombre labo­rioso que viene a tomar parte en la faenas del progreso; que viene  a producir y no a esquilmar; que viene a unirse con nuestras familias, para ser mañana uno de nosotros; que nos trae buenos ejemplos y costumbres sanas; que nos inicia en los adelantos de otros pueblos, y que gana pan y caudales, enseñándonos a ganarlos nosotros.
    Ese merece nuestra protección y nuestro cariño.
    -¿Pero, a qué progreso concurre esta clase de turcos?
    Ellos son incapaces de labrar la tierra o de aplanar nuestras montañas, para acortar las distancias. Se han resistido a la maldi­ción del paraíso, y prefieren no comer, antes que ganar el pan con el sudor de su frente: ven con indiferencia todo lo que no sea su rastrera especulación: son cifras negati­vas en el guarismo de la población laboriosa.
    -¿Qué producen?
    Nada; porque no conocen artes, ni indus­trias, ni oficios.
    [55]-¿Cuál de ellos formará una familia en el país?
    Son incapaces de asociarse a una mujer que no se mantenga por sí misma. Todos los encantos de Venus y las delicias del hogar, valen menos para ellos que un plato de frijoles.
    -¿Qué ejemplos pueden dar?
   -Nacidos en climas en donde la indolencia es característica: donde la ociosidad es el primer deleite; habituados a la sobriedad forzosa de los pueblos indigentes, sólo pueden darnos ejemplos de molicie y de abandono.
    -¿Qué costumbres pueden traernos?
    Ellos no practican ninguna. Porque viven enabundos, como tribus salvajes, en medio de los pueblos civilizados.
    -¿Qué pueden enseñarnos?
    Ellos no saben nada, sino explotar la sencillez, la urgencia o la caridad.
    ¿Nos enseñarán a no comer? ¿a no vestir? ¿a no lavarnos? ¿a tomar un capital con todo lo que robemos a la salud, al bienestar y a la decencia?
    Nosotros no queremos aprender eso.
    Nuestras aspiraciones son más elevadas; nuestra índole es más noble, más generosa.
    Yo rechazo esa inmigración que sólo viene a corrompernos y a explotarnos.
    Ya tenemos explotadores bastantes para poblar la Palestina.
    Nuestro Gobierno debería cerrar las puertas a esa clase de inmigrante.
    La ley debería prohibir ese tráfico ambulante y perjudicial.
    Que cada cual pague una patente de industria, y se establezca en un lugar fijo.
     Eso será una protección para el comercio honrado.
    Mucho la merece y la necesita.

Enero 29 -1892.