PERÉZ,
Francisco de Sales.
"LOS RETRATOS", en: El Cojo
Ilustrado (Caracas) (79): 196, 1 de abril de 1895
Cuando el pintor no logra hermanar estas dos fases, no llega nunca a grandes alturas. En el estrado social no hay puesto para el talento que no produce dinero. Para ser reconocido como hombre de ingenio, es preciso llevar camisa limpia, ropa nueva y dinero suficiente para no necesitar de nadie.
Un hombre de talento en
la
miseria es una especie de
apestado, de quien huye la amistad, cortesana siempre de la fortuna.
El operario
que quedó contento; ¡y hay gentes tan malas y tan
envidiosas que dicen que lo robé! ¡Pero todos irán
ahora buscando su taller! Nadie se atreve a aplaudirlo por temor de que le pongan una contribución. Los rasgos luminosos del ingenio pobre, se llaman chifladuras. El alejamiento que le impone la pobreza, se traduce por locura ¡A cuántos locos he conocido que no tenían más enfermedad en el cerebro, que un talento superior, reconocido por los mismos que lo escarnecían! ¡Mezquinos hombres! ¡tributan homenajes al crimen afortunado, y no tienen piedad, siquiera, del mérito en desgracia, al contrario, lo pisotean para hundirlo en el polvo de la ignominia! ¡Quieren que desaparezca aquel proceso viviente contra la injusticia humana! Pero ¿en qué berenjenal me voy metiendo? ¡si yo lo que pretendo es hablar de los retratos! Perdonadme, lector benévolo. Volvamos a la ruta perdida. Conocí en La Habana a un joven pintor de gran talento, que habría llegado a ser una notabilidad, si hubiera comprendido la parte económica del arte, pero era demasiado honrado, para adquirir fortuna. Sin elementos para la alta composición, se había dedicado al ramo de retratos, en que era una maravilla, por la exactitud con que copiaba todos los detalles y la expresión de la fisonomía. Esa fue su desgracia . Un retrato exacto no será nunca del agrado del original. La gente que se hace retratar, no quiere quedar muy parecida, sino bien parecida. Nuestro pintor era incapaz de profanar el arte, alterando la verdad. De ahí que todas sus obras eran rechazadas; que su reputación bajaba un grado para cada retrato que hacían, y que todo cliente que llegaba al taller, era un enemigo más para el día siguiente. Viéndolo tan contrariado, le dije algunas veces. -"¿Cómo queréis que vuestros retratos agraden, si persistís en copiar los originales con una exactitud intolerable?" Dejad de hacerlos parecidos y ya ganaréis fama y dinero. Rebajad mucho los años, sobre todo a las mujeres: no copiéis nunca las arrugas: suprimid las patas de gallina: si encontráis una verruga, sustituidla con un lunar: no entréis nunca en detalles desfavorables: tomad sólo las líneas características de la fisonomía y los contornos que la hermoseen: dulcificad todas las asperezas: si no encontráis una facción perfecta explotadla cuanto podáis y duplicad el tamaño de los ojos, sin alterar la forma del óvalo: haced las pestañas largas y crespas, y las pupilas brillantes; inventad una sonrisa plácida, que os contará poco y podréis venderla cara: si se presentan orejas muy grandes, recortadlas, que no verterán sangre; si vienen narices tuertas, enderezadlas: poned todas las canas negras, que así las usamos ahora; dad un bonito color a la tez y suavizadla: haced todo eso, y yo os garantizo que nadie rechazará vuestras obras, que ganaréis mucho dinero y la reputación de ser el más fiel copista del mundo. El pobre muchacho se reía de mi discurso, y tomaba por broma lo que yo le decía con la mayor seriedad y buena fe. ¿Qué le sucedió? -Lo que sucede en este mundo falaz, a los que aman la verdad a todo trance -que pareció por ella. La clientela se acabó, el taller quedó desierto; el astro que se levantaba quedó sepultado entre los vapores de la vanidad ajena, y la combatida llama del ingenio se apagó entre las lágrimas y las miserias propias; y un día, desesperado, arrojó al fuego los pinceles y renegó del arte. Este fracaso se explica. Todo el mundo tiene de sí propio, en cualquier ramo, y muy particularmente en materia de belleza y donaire, una idea muy superior a la que forman los demás. Aparte la humana soberbia, la costumbre de verse todos los días en el espejo, desde la más remota infancia, familiariza al individuo de tal modo con sus defectos, que no lo conoce. Lo que es para los demás una deformidad, una negación de estar hecho a imagen y semejanza del Creador; es, para él, la cosa más corriente. Entre la persona y su espejo hay como un pacto, que pudiéramos llamar inofensivo, lo cual salva a los espejos, con frecuencia, de ser destrozados. Ese pacto no existe con la lente inflexible del fotógrafo, que reproduce la imagen, estampada en tintas oscuras y en brillantes luces, que son, como un reto al vanidoso original. Por fortuna para el retratado, es él mismo quien paga, y tiene el derecho de imponer condiciones. Si el fotógrafo no altera el negativo, hasta negar todas las verdades injuriosas que publica, pierde su trabajo, porque no le reciben el retrato. Como la fotografía no es más que industria, bien puede faltar a la verdad, sin menoscabo de los fueros del arte. Conozco, por las mías propias, todas las flaquezas humanas, y, para evitar desagrados, ajusto previamente con el retratista una propina de cuatro bolívares por cada año que me rebaje. El último retrato me costó, después de larga disputa, ¡veinte pesos de propina! ¡Si hubiera un Mefistófeles que hiciera efectiva la rebaja de los años, cuántos hombres y cuántas mujeres le pagarían, no con el alma, como Fausto, sino como el caudal, que estiman más que a su alma los que refunden toda la vida en el orgullo de su persona y en los placeres de la materia! Bárbula: Marzo 19 de 1895.
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