URBANEJA Achelpohl, Luis Manuel. "DEL MORRAL" en: El Cojo Ilustrado (Caracas) (201): 295-297, 1 de Mayo de 1900.


Del morral

I

CHICHARRAS

    ¡Salud! La musa del trópico ha venido a buscarme; la hermosa muchacha me ha dado un fuerte estrechón de manos. Con mi morral a la espalda y mi grueso bastón de camino emprendemos la marcha. ¡Qué buen sustazo hemos de darle a esas pobres gentes que me daban por muerto! ¡Qué cara han de poner, los que esperan el porvenir obstruyendo la vía! Virotes que hablan del Arte con la misma propiedad que si lo hicieran de sus zapatos. Sobre todo, a los que miran de reojo al criollismo, ese pobrecito muchacho, cuyo pecado consiste en tener las ropas impregnadas de los aromas fuertes de la selva, en ser tosco, porque todavía no ha visitado las Universidades, ni viste a la moda.
    Vamos, ya me esta fastidiando la ciudad y me marcho. ¿No se han marchado las chicharras? Sin ellas me es indiferente la Plaza Bolívar. Las amo, porque su estribillo es una ingenua "Silva a la Zona-tórrida" y como yo peco por ahí, no tiene nada de extraordinario, que nuestra amistad nos haga inseparables. Además, esto dicho en reserva, siempre he creído necesario para vivir de una chifladura; cada cual posee la suya; y hay tantas chifladuras como chiflados andamos por el mundo: quienes desean dinero y esos otros vanidades; y, como en todas las cosas, hay chifladuras loables y otras malsanas: Bolívar es un chiflado de la Libertad; Carlos XII del arte de la Guerra; Luis de Baviera de la música wagneriana; Nerón, un chiflado del crimen; Lucrecia, del amor. Para todos alcanza, tanto para los grandes como para los humildes; las hay que consumen toda una vida y otras que se disipan como las nieblas del Ávila. Las unas son las rebeldías supremas; las otras ensueños de verano. Desgraciado, del que no se forja una hermosa mentira con que engañar la vida, no pone una gota de dulzor en el vaso de las realidades.
    No se como he venido a dar en lo mutuo de nuestra chifladura. Las chicharras son unas grandes chifladas. Todo, pues, entre nosotros se reduce a una afinidad sentimental. Por lo tanto os ruego que no os preocupéis, que eso es cosa de las chicharras y mía.

*

    ¡Oh! las chicharras son burlonas! Se burlan de nuestros señores poetas, que se van lejos de nuestras selvas a fabricar sus nidos. Y eso es de perdonárselo a las chicharras. ¡Se encuentran ellas tan a sus anchas en el follaje de los samanes! Y también le gusta divertirse a costa de esos pobres muchachos inconformes, seres inofensivos y felices, que le dan en emperifollarse, realizando así, un pedazo de vida, el día de un estreno o cuando dicen a hablar de lo blanco de sus pecheras y lo lustroso de sus zapatos. Pero, como las chicharras no gastan en toda su vida sino un solo traje, no comprenden nada de eso y se burlan...
    Las chicharras no solamente se burlan de los malos rimadores y de esos seres que todo lo encuentran mal en la tierruca, donde se han criado a toda leche, sino también de nuestras "eminencias parroquiales."
    Es de ver, como los persiguen cuando se pasean a lo largo de la Plaza Bolívar. Si alguno de ellos se detiene bajo el follaje de un árbol las chicharras redoblan su estribillo como para decirle: Mentecato, chirrichirri... tú si que eres un pobre de espíritu... chirrichi... Y el papirote atormentado se aleja, y las chicharras impertérritas lo asedian, hasta que respirando grueso el desgraciado se detiene lejos de aquel árbol, donde las chicharras se adormecen sosteniendo una nota aguda. Pero pocos instantes goza de tranquilidad; cuando ya se esta haciendo el hombre fuerte, comienza a intranquilizarlo una garúa menuda, que lo humedece: vuelve los ojos buscando el cielo, ¡pero si el cielo esta azul! se dice, y la garúa aumenta y las chicharras a una revientan chirri... y el infeliz se aleja diciendo: ¿qué hará el Gobierno, que no se ocupa de las chicharras?
    Sí señor, mal poeta; si, peor ciudadano, las chicharras hacen más por el terruño, que todos vosotros; por lo menos su estribillo, que tanto os mortifica, es un himno ligero y nervioso con que ellas anuncian el triunfo del sol, de ese buen amigo nuestro que calienta los nidos, pone gotitas de miel en los racimos y puebla de ensueños la musa del trópico.
    ¡Oh! las chicharras son crueles! ¿sabéis por qué? porque a menudo cuando os sorprenden en uno de esos estados de ánimo, en que sois francos, sinceros, hombres honrados con vosotros mismos, y hacéis examen de conciencia y vuestra obra resulta nimia, no podéis menos que confesar que no valéis uno solo de sus redobles. Entonces las chicharras que os han visto malgastar la vida en boberías, os hacen muecas y se burlan de vuestros proyectos y redoblan hasta estallar.
    Si cuando dados a fantasear encontráis al paso una chicharra sin vida, tened presente, de que esa ha muerto de reírse en vuestras barbas.
    ¡Oh! las chicharras aman el sarcasmo! Dejadlas reír y no lo llevéis a mal. Sed prudentes, os lo recomiendo, evitad en todo lo posible un disgusto. ¿Quién puede asegurarnos, cuáles serían las consecuencias de un duelo, entre una alegre chicharra y un mal rimador?

*

    Se han ido las chicharras y me marcho en su busca. Quedaos con vuestra Plaza Bolívar, gozadla, pero estad alerta, pues cuando menos se ocurra las burlonas, las crueles, las sarcásticas chicharras, en una tarde diáfana os darán el sustazo de un alegre redoble.
    
*

    Se me olvidaba deciros señores rimadores, que las tripas de chicharra en aceite son buenas para los oídos torpes y para otras cosas más...


II


Cascos de oro

    La ciudad la dejo muy atrás, con sus torres y sus techumbres rojas y su tropa gentil de facistores, por quienes suspiran, queriendo salvar la balaustrada de las toscas ventanas, las hermosas muchachas orgullo de ese terrón de mis amores.
    Ya voy lejos. Cabalgo en el viejo "Casco de oro", seco de remos, pobre de carnes, pero con unos ojazos, señor tan abismáticos, que a veces me dan miedo, pues temo reviente a hablar como el pollino de la Santa Biblia.
    Cabalgo al través de la Sierra, metido en mi saco de cobija, recibiendo en el sostro el aire puro de las montañas. ¡Qué bien se esta aquí! lejos de todo lo pequeño, de todo lo humano, a solas con la gran madre naturaleza!
    Bien hace "Casco de oro" en dar de corcoveos, cuando le impulsan a ganar la carretera en la llanada. Este viejo caballo, nacido en la montaña, que jamás se deja seducir por la llanura, donde crece abundante el gamelote y saltan a su gusto las potrancas, demuestra conocer mejor que muchos hombres, que la mayor de las dichas consiste en no abandonar sus correderos, sus derechos y cañadas, donde siempre encuentra su hambre pastos frescos y aguas claras.
    Y eso no lo aprendió así así, mi "Casco de oro" ni mucho menos en los libros, sino a fuerza de palos y maltratos, a fuerza de dolor, que es como se llega a atrapar sabiduría.
¡Qué de aventuras en la historia de su vida! Recuerda, que en su edad de bríos, muy tierno aun para la silla, cuando pajarero amugaba las orejas e ibase de lado huyendo de su sombra, fue sorprendido en su abundante comedero, por unos cuantos hombres, los cuales hacia días cruzaban la montaña, escondiéndose al más leve ruido detrás de los troncos y mogotes. Pero en aquella ocasión llegaronse hasta él, y echándole un bozal se lo llevaron por el mundo, sin valerle saltos y corcovas; sin pedir permiso a su dueño, un pobre hombre, de quien era el único tesoro y el orgullo de los días festivos; cosas que él recuerda por la tanda de palos que le daban.
¡Cuántas cosas vio en ese entonces "Casco de oro"! La llanura sin límites, en su inmensa soledad, las anchas carreteras que cual rojizas cintas se perdían culebreando por las abruptas sierras; pueblos y ciudades, triunfos y derrotas, pero siempre caminando, día tras día, de fatigosas y complicadas marchas. Y él no se rendía, sus cascos eran de hierro, no de oro, según el decir de su jinete, un hombrazo de doscientas libras; aindiado, con una cara donde siempre se estaban retozando las ganas de apalear, y a quienes todos llamaban "general," "mi general".
    Entre todos los ratos amargos de su vida, el peor de todo fue su estreno como corcel de guerra. Su general o el general que comandaba las guerrillas, ocupando con sus tropas unos cerritos, a otras guerrillas con otro general a grito desafiaba. De los gritos e injurias pasaron a las balas, y todo fue entonces un continuo tronar, las balas buscaban a los hombres, como pegones enconados abacoran al incauto que se acerca a su panal; y todo eso, entre los lamentos y las suplicas de aquellos, a quienes el Destino había señalado para las víctimas del sangriento combate de "Las Cumbres," como lo denominaron los que en aquella ocasión salvaron el pellejo.
    De allí saliendo ileso en toda una tarde de combate, donde sus cascos y su vientre se empaparon en sangre, fue a parar muy lejos, tanto que no creyó jamás volver a sus desechos y cañadas.
    Sin fuerzas, doloridos los cascos, mal comido, llevando en el lomo su jinete, paseo mi "Casco de oro", de cabo a rabo la República; hasta que gracias a lo débil de sus remos, fue abandonando por inútil, en unos cerros tan ásperos y empinados, como escasos de pasto; y en los que pronto los zamuros y oripopos hubieran estado de festín, si un desertor no lo llevara camino de las nativas sierras.
    Con las cosas que vio, bien pudiera "Casco de oro", si fuera un potro letrado, como muchos que andan por el mundo coleando la Fama, hacer un libro interesante, capaz de producir ganancias, dejando siempre un saldo en favor de su editor. Pero su hondo padecer, su íntimo conocimiento de la vida, quien sabe si lo hicieron tan escéptico, cuanto puede ser un potro que ni en sueños conoce a Schopenhaüer; pero como la ciencia no sólo esta en los libros sino en los tropezones diarios de la vida, y él a fuerza de tantos quedó despeado, nada tiene de extraño que fuera el tipo perfecto de empecinado escéptico, de esos que viven paladeando cancerados dolores, sondeando lo pasado, lo presente y lo futuro.
    Cosa rara, cuando las brisas siempre gratas de la tierruca le acariciaban la crin y sus pulmones se llenaban de aquel aire bienhechor, como apesadumbrado tomaba los desechos, donde meses atrás soltaba voluntario su suave pasitrote. Al llegar a una hondonada, se detuvo o lo detuvo el desertor, ahora su jinete, delante de un rancho, donde bajo el umbral, en la lumbre, una mujer, sucia, harapienta, a quien se abrazaba la miseria como se abrazan en la selva los frondosos matapalos a los árboles que en el combate por la vida no llegan a poner su copa al sol. Acongojada, secaba el río de su llanto con la manga de algo que en otro tiempo fue una cota de colores vivos. ¡Quién sabe si con ella sedujo al padre de los hijos, que ahora se agarran de sus faldas, y, lloriquean porque la ven llorar!
    Ella no se atrevió a preguntar. El desertor aunque montuno, buscaba hacerle menos daño y le decía: "quedó allá, abajo no llores mujer,    otros han muerto, no te aflijas, que al de la señora Gumer se lo fusilaron."
    Si "Casco de oro" hubiese venido al mundo en aquella edad dichosa, en la cual los animales charlaban con los hombres y los dioses, de seguro, que en aquella ocasión se hubiera declarado socialista o nihilista feroz.
    Cuando se vio a las puertas del rancho de su dueño, bien escondido en la montaña, con toda la expresión de que puede ser capaz un joven potro de experiencia, envolvió en un mirar de sus ojazos, desde lo alto de la sierra, el horizonte sin fin de la llanura, que allá abajo se extendía, como un mar de verdes ondas. Y desde entonces, sólo obedeciendo al chaparro y a la espuela, baja remolón, allí donde crece abundante el gamelote y saltan a su gusto las potrancas.
    Sigamos adelante "Casco de oro", dejemos que cronistas imparciales se ocupen de relatar tu vida y aventuras; que tu historia, siendo de caballo, es igual con pocas diferencias a la de todo buen venezolano. Arrastrado por la fuerza te impulsaron a bajar a la llanura, como a los otros por la fuerza se lo llevan a la muerte...
    Como en este mundo nuevo es muy difícil saber quiénes son nuestros abuelos, voy a dejar anotado, para que tus historiadores no se tomen el trabajo de irlas a buscar a "Las Españas," ni hacerte sobrino de aquel famoso con que Antar ganó la mano y amor de la preciosa Abla, que tu abuelo es aquel que se encuentra en el escudo nacional, orgullo de esta raza de Juan Bimbes, suelta la crin, la nariz al viento, simbolizando la Libertad, que huye a escape en la llanura.
    Otro detalle, característico de tu noble estirpe, es que tú como tu abuelo el del escudo, en la pata derecha delantera, tienes una goma tamaña; por la cual tú, como él, cojeas...