por Jacinto Dávila
Nota: No estoy seguro de que puedan llamarse cuentos, pero estos párrafos tienen la intención de comunicar, cada uno, una posibilidad histórica. Los ofrezco sin ninguna pretensión salvo, quizás, la de conversarlos.
Que no caigan en la bajada ni en la subida del camino Que no encuentren obstáculos ni detrás, ni delante de ellos ni cosa que los golpee. Concédeles buenos caminos, hermosos caminos planos.
Popol-Vuh
Años hacía que no corría tanto. Pero la sensación de libertad era tan agradable que el joven Luis no midió el esfuerzo. Salir con papá y mamá no siempre era tan divertido. Siempre se les ocurría algo de que cuidarse. Como si el mundo estuviera lleno de amenazas. No se sentía así corriendo a pie suelto las 4 cuadras entre su casa y la taquería. Al principio se sintió feliz de que le permitieran comer con sus amigos en la calle. Pero la verdad, ya el premio no estaba el final. Estuvo siempre en el camino.
No la entiendo. La escuché contándole esa historia a los niños: "El gran león capturó al pequeño ratoncito y lo amenazó con devorarlo. El pequeño ratón se defendió prometiendole al león que, si lo dejaba ir, él le devolvería el favor algún día. El león rugió de la risa por la pretenciosa promesa del ratón. 'Un ser tan pequeño no puede hacerle favores a un león como yo!', le dijo. 'Pero te dejaré ir porque me hiciste reir.'. Tiempo después", proseguía ella su relato, "el león cayó en una red, una trampa de un cazador. Cuando ya perdía toda esperanza de salvarse, apareció el ratoncito y, recordándole su promesa, roió la red y liberó al gran animal. ¿Cuál es la lección para el león?", terminó preguntando ella: "Ningún favor, aunque pequeño, se queda sin recompensa!". Pero, esa no puede ser la moraleja.
"Un lider debe exponer, enfrentar y resolver las contradicciones". Ese pensamiento lo visitaba una y otra vez. "Pero, ¿qué puedo hacer?. ¿Qué más puedo hacer?. He sido frontal, directo. Varias voces serias me han dicho, incluso, que he sido muy violento. Pero, ¿De qué otra manera podía exponer las contradicciones labradas en el alma de esta gente?. Estos hermanos míos han crecido creyendo que no hay alternativa. Que todos tenemos que ser como en las películas: muy individuos. Aún si eso significa pisotear cualquier sentimiento por el colectivo: 'La sociedad no existe', como decía la vieja aquella. Lo peor de todo es que me miden con la misma vara. No tienen otra. Esperan que yo manipule, que compre y que venda almas, igual que todo el mundo 'civilizado'. Cuando lo pongo así, mi locura parece una bendición. Pero, ¿bendición para quién?.
¡Cómo pasa el tiempo!. Cómo parece llenarse la vida y resulta que, al mirar atrás, uno siempre ve un espacio que pudo llenar de otra manera. Casi siempre con más cosas, más gentes-cosa, más eventos felices-cosa. Quizás, si hubiese podido hacer más, la vida habría tenido que ser más larga. Quizás hay algún desperdicio intrínseco. Por ejemplo, casi todas las horas frente al televisor se podrían desechar sin consecuencias. Quizás todas. Cierto que fueron muchas la risas y las situaciones impactantes. Pero quizás, con mucho menos impacto, mi vida habría sido mucho más interesante si yo no hubiese cedido mi rol de protagonista. Es curioso como se siembra el yo cuando uno simplemente ve a otros hacer las cosas.
Parecía una tontería. Durante meses habían batallado para reunir los fondos para la operación de la pequeña Eliza. Y lo habían logrado. 80 mil dólares reunidos a fuerza de colectas, rifas, ventas de cualquier cosa y una enorme lista de micro-préstamos, algunos claramente "olvidadizos". Otros no. Lo cierto es que John se sentía sutilmente mal y parecía tener que ver con su nueva condición de pedigüeño. Se sentía doblemente mal pues sabía que lo realmente importante era la salud de la pequeña. A veces se sentía triplemente mal por no ser más competente, brillante y productivo y poder acceder a ese dinero con más facilidad. Hasta que un día, ganó la lotería.
Adriana estaba probando a todos su valía. Esta joven antropóloga había tenido el genio y el coraje para armar esta expedición, conseguir los fondos y dirigirla personalmente con todo éxito. Un trabajo nada fácil en la última etapa: una mujer sola rodeada de hombres recios en medio de la selva hostil. Pero ya las excavaciones daban fruto y la estructura columnar, que podía interpretarse fácilmente como fálica, se podía apreciar claramente. No faltaron las bromas respecto al mensaje que contenía, especialmente para la joven doctora. Ella no paraba de preguntarse para qué usaron tal estructura los antiguos. Un buen día, todo se aclaró. Esta era sólo una parte del homenaje al gran Dios de la fertilidad.
(Para Caro)
Pancracio Solícito era un buen hombre, ordenado y diligente. Se afanaba porque todo se hiciera con la mayor eficiencia: mayor beneficio al menor costo. Siempre estaba atento a las oportunidades de negocios.
Se cuenta que, inclusive en su casa, era pura eficiencia. Fechaba los huevos para gastar primero los más viejos.
Vivía solo, desde luego, pues había calculado que una pareja era muy mala inversión: mucho dinero expuesto, poco beneficio tangible y con complicaciones.
Tenía muchos amigos, de negocios claro, porque es importante estar bien conectado.
Su diversión preferida era los juegos de azar y había, incluso, calculado su probabilidad personal de ganar más habiendo invertido una cierta cantidad de la que nunca se excedía.
De vez en cuando tenía que ir al cine o a cenar, normalmente para complacer a algún asociado o procurando una novia, temporal eso sí (la forma más efectiva de relacionarse, decía). Había calculado un recorrido típico que resultaba óptimo para gastar lo mínimo y disfrutar lo máximo.
Pancracio apreciaba el arte. Había aprendido lo increíblemente valiosas que son las obras de arte en el mercado citadino. El mismo se había provisto de una colección cubista, con predominio del rojo, que combinaba muy bien con la alfombra de su apartamento.
Pancracio amaba también la música. Sus preferidas eran las obras clásicas. Se suelen conseguir a precios muy solidarios (hasta un tercio del precio de la música pop y en lotes) CDs de Brahms, Chopin, Mozart y Beethoven.
Pancracio tenía docenas de esos. Claro que no soportaba los coros y las cantorías. Le parecía que aquella cantidad de personas, aún de niños, podría dedicarse a otra cosa. Un buen sintetizador los reemplazaba a casi todos con facilidad y fidelidad.
Las orquestas eran otra cosa, pues se trataba del arreglo óptimo de personas para sacar música de un motón de aparatos que, por separado, no se oian muy bien.
Pancracio no era avaro. Gastaba mucho. Sabía muy bien que es importante mostrar solvencia y un buen record con la tarjeta de crédito. Además acumulaba puntos de viajero. Así había conocido lugares tan impresionantes como el museo del Louvre (¿Cuanto habrá aquí en dólares?) o la Isla de Manhattan (esta gente si que sabe hacer dinero).
Pancracio tenía pocos problemas para relacionarse con la gente. Sólo ocurrían con esas tres personas que estaban a su cargo en la oficina del Ministerio de la que él era responsable. Le indignaba profundamente su falta de eficiencia y sobretodo esa tendencia a gastar tiempo solamente hablando y hablando. Pancracio estaba convencido de que por gente como esa, este país no avanzaba.
Pancracio adoraba las charlas de productividad. Disfrutaba coleccionando ideas del cómo hacer más y más con menos o con lo mismo. Creía fervorosamente que la vía a la felicidad estaba en maximar las cosas buenas y minimizar las malas. Y, por supuesto, la cosa más buena era el dinero que podía comprar todas las otras cosas buenas. Por eso ese afán por aprender a producir dinero de todas las formas posibles, legales eso sí.
Pancracio desconfiaba de cualquier cosa que pareciera una pérdida de tiempo: ejercicios espirituales, experiencias con la naturaleza, charlas sobre política o sociedad y actividades deportivas amateur (las profesionales sí son muy productivas). Había razones para esa desconfianza, claro está. En el ministerio, Pancracio estaba obligado a sacrificar muchas horas escuchando a políticos de oficio y a sus cohortes de chupamedias, todos tratando de ganar algo sin hacer nada más que declaraciones pomposas y elogios, es decir, sin productividad alguna.
Pancracio soñaba con el día en que tuviera suficiente capital para declararse su propio jefe, vivir con su propio horario y a sus anchas, sin depender de nadie. Ese día comenzaría a ser realmente feliz.
Estoy soñando. Es raro. Debo haber estado inmóvil por un buen rato. Me veo lanzado y caigo de pie, apenas sosteniéndome. Estoy en ese pasillo. Frente a esa puerta. Un lugar que desde hace mucho significa una sola cosa: Muerte. Tengo miedo, aunque no me lo creo. Me oigo suplicar: !No!, por favor!.. Hasta que aparece ese rostro sonriente que siempre he querido. Ella, la Tía M, com siempre, con sus chanzas. Pero está viva!. Y su rostro brilla, como si estuviera iluminado desde dentro. Y no está sola.. La Tía C, está con nosotros. Sonriente. Sana. Feliz!.. Y la Abuela?. Está allí también. La siento, protectora.. pero no puedo verla.. ya desperté.
Llueve. Copiosamente. Es un pueblo viejo de casas de tejas. La lluvia se cuela por los tejados y circula por los corredores. No sé porqué, pero me siento atrapado en el tiempo. En este pueblo son raros. Visten viejos trapos como ropa nueva. Los veo discutir sobre las nuevas modas con los viejos harapos. El lugar del comercio es una vieja casa, con patio central. Me acerco al centro musical y me cruzo a un viejo escuchando música con audífonos, pero tocada de un viejo disco de acetato con un empolvado fonógrafo!.
Multiples o dividas, encajas!. Si sumas 1 a 1 tienes 2. Si restas 1 de 2 tienes 1. La suma de 1 a 2 es 3. La resta de 2 de 3 es 1. Si multiplicas 2 por 3 da 6. 2 es el resultado de dividir por 3 a 6. Claro que nada de esto parece importar al multiplicar números de varios dígitos. Pero ¿Cuanto es 14 por 1,9 ? 14 1,9 x _____ 12 6 14 26,6 ¿Cuanto es 26,6 entre 14? 26,6 | 14 12 6 1,9 0 0 Fíjate que: 14 cabe 1.9 veces en 26,6 : AL DIVIDIR 14 por 1.9 es 26,6 : AL MULTIPLICAR Cuantas veces cabe/encaja uno en el otro = Las veces que crece uno al otro. ¿Viste que es la misma idea?.
Estoy en un sótano como en un hospital, sombrío y gris, salvo por el intenso resplandor a través de la ventana al fondo del largo pasillo. Obviamente, temprano en la mañana. Es mi primera actividad en el Postgrado. Me siento nervioso. No soy médico. Pero estoy a punto entrar a ese refrigerador a recoger mi primera asignación: un cuerpo. Se supone que debo estudiarlo y decir algo sobre su vida o su muerte. - Hay mucho movimiento alrededor. Somos tantos que tuvimos que hacer cola al entrar. Adentro todo el mundo está agitado, recogiendo sus asignaciones y el equipo necesario. La abundante luz artificial no hace el lugar menos frío. Alguien me señala la esquina, en el piso, la bolsa gris con el cierre al frente. Es el mío. - Hay hielo y agua sobre la bolsa y se desparrama más mientra halo el cierre. El cuerpo es de un infante, pero no un recién nacido. Su corto cabello, húmedo y oscuro, es lo primero que se muestra. Cejas pobladas le siguen y un rostro durmiendo apacible no me sorprende. Abro la bolsa para tomar el cuerpo y llevarlo a la revisión de entrega. - Ocurre entonces la primera sorpresa. ¡No tiene brazos o piernas normales!. Es decir, al comienzo sus hombros y caderas parecen normales, pero terminan en algo parecido a cordones anudados que se extienden más allá de la longitud normal de esas extremidades. Lo sostengo con cuidado. Esos miembros cuelgan, mientras lo llevo a la mesa de revisión. Lo coloco suavemente sobre la fría superficie de acero pulido. Mientras espero mi turno, lo miro sin pensar. Me descuido. - ¿Qué fue eso?. ¿Un reflejo?. ¡No!. ¡Se mueve!. Una bocanada de agua sale de su boca. ¡Está vivo!.