Versión 0.3
Jacinto Dávila
<jacinto@ula.ve>
Junio 2005
Pensemos en el uso del petróleo. ¿Para qué debemos usarlo?. ¿Para sostener una forma privilegiada y ostentosa de vida para unas pocas generaciones?. ¿O será, acaso, un beneficio especial que podemos usar para prepararnos para un futuro en un planeta sin muchos recursos y con mucha vida, humana por lo menos?.
Pensemos de nuevo. Se va a acabar. Pronto. Nuestros hijos verán el final. No serán muy probables las proezas energéticas comunes, como el viaje en avión que nos permite recorrer 1000 Km en 2 horas, amanecer en una ciudad y amanecer de nuevo el mismo día en otra. Ni el vehículo personal que nos permite llegar a casa temprano aunque vivamos a 80 Km del trabajo.
¿Por qué se nos conceden esos privilegios ahora?. ¿Por qué no se les concederán a nuestros hijos?
¿Demasiado abstracto el tema?. Pensemos entonces en términos locales y en el presente.
¿Por qué se le concede a un país, a sus empleados públicos al menos, el privilegio de vivir de la renta petrolera?. ¿Suerte?. ¿Justicia divina?. ¿Compensación por los agravios de la conquista pasada y presente?.
¿Acaso alguna de esas respuestas nos rescata de nuestra conciencia? (De eso que nos dice que tenemos ventajas que otros no). ¿Acaso esas respuestas, puestas en otro contexto que no sea la sociobiologia, sirven de excusas al egoísmo?
Si su respuesta es NO, podrá revisar sin dificultad el siguiente argumento en favor de usar el petroleo con cierto otro propósito.
El software es una clase especial de conocimiento. No solo puede ser usado, como las otras clases de conocimiento, para guiar, ilustrar y complacer a los humanos. Sino que, además, es normalmente usado para guiar a máquinas, generando conductas y procesos cuyo fin último es servir a humanos, aunque, quizás, no a todos o a muchos humanos.
Dicen los maestros que este país tiene suficiente petróleo para causarle problemas, pero no suficiente para resolverlos. De hecho, tener petroleo se convierte fácilmente en una maldición, pues atrae más la atención y menos la voluntad, como suele ocurrir con todo negocio sumamente rentable. Su contribución a la sociedad se puede diluir, como ocurrió en el pasado. El efecto sobre el ambiente es terrible. Y la percepción simplista externa es la de una nación de vividores que, si no han podido resolver sus problemas es debido a una carencia total de talento y voluntad. Todo eso, desde luego, sumamente desmoralizante para el pais.
El petróleo es un recurso que exige un tratamiento muy cuidadoso. La soluciones ingenuas o interesadas que proponen la distribución directa entre la población actual son un error económico fácil de demostrar. Al dividir el ingreso regular promedio por petróleo entre la población, el monto por habitante es de alrededor de 40 dólares EEUU por mes, obviamente insuficientes para los gastos de vida de una persona cualquiera en este país, en esta época. Incluso si se distribuye el ingreso petrolero entre los casi 2 millones de empleados públicos, servidores de los demás al menos en teoría, el monto por empleado es de apenas unos 500 dólares EEUU mensuales, cantidad por la cual muchos buenos empleados públicos no están dispuestos a trabajar.
Una solución mucho más efectiva y trascendente, sin embargo, ha sido conocida en este país por décadas: Sembrar el Petróleo. Desde que Uslar-Pietri popularizó la idea, se ha repetido y repetido, más como slogan que como que objetivo efectivo. ¿Qué puede significar “Sembrar el Petróleo”?.
La doctrina social-demócrata ofrecía, por lo menos al principio, una respuesta: Tenemos que crear la infraestructura y las condiciones para que el país se desarrolle. Para eso usaremos el petróleo. Fué esa la época en la que el Estado se convirtió en lo que todavía sigue siendo: el mayor capitalista del país, promoviendo, con su capital, grandes proyectos del llamado desarrollo nacional.
El resultado: Grandes Empresas Públicas que no funcionaron, al menos no como se esperaba.
El análisis de esa historía es una larga tarea. No nos ocupará acá.
Nos ocupa qué hacer ahora con el difícil recurso.
Venezuela despertó en el 2005 con un decreto especial que ordena a la administración pública la adopción de lo que para muchos es un nuevo tipo de tecnología. No es solamente un nuevo tipo de tecnología. Es, tambien, una forma diferente de hacer y usar tecnología de la información.
El Decreto del Software Libre, 3390, es una señal fuerte, de un gobierno que dice, de esa manera, que confía en una aproximación solidaria, anti-monopolista y efectiva, a la tecnología del conocimiento. Muchos querían una ley para obligar a todo el estado. El decreto primero fue una mejor movida, puesto que muestra la disposición de un gobierno a confiar en una manera de hacer las cosas y a hacerlas de esa manera. El palabreo del decreto, sin embargo, es flexible y habla de usar “prioritariamente” el Software Libre, permitiendo las excepciones argumentadas, sobretodo a la luz de un extraño plazo de 2 años para completar las “migraciones”.
Las excepciones ocurrrirán al punto que muchos nos preguntamos si serán realmente excepciones o se convertirán en la norma. Ocurrirán porque nadie parece interpretar ese plazo de 2 años en una forma menos convencional, pero más afín al Software Libre. 2 años para cambiar la plataformas de cualquier gobierno son, tienen que ser, muy poco tiempo. 2 años para ABRIR la plataforma de software de cualquier gobierno son un lapso perfectamente factible. En 2 años, el país debería conocer, al menos, el código fuente de los grandes desarrollos de sistemas administrativos de este país. Esa sería la mejor muestra de confianza en la comunidad del Software Libre y, estamos seguros, sería retribuida con un esfuerzo masivo, colectivo y más efectivo, para migrar lo que, todavía, haya que migrar.
Como era de esperar, entre todas, la migración que más atrae la atención es la de PDVSA. PDVSA ha hecho o pagado por mucho software. Más de 300 sistemas según reportan, de altas prestaciones y seguramente muy valioso, pues está en el corazón operacional del negocio petrolero. PDVSA declara que ellos quieren migrar, pero que mucho de ese software está hecho “sobre” (o bajo, como dicen los computistas) plataformas propietarias. PDVSA adoptó el elusivo slogan “tanto software libre como sea posible, tanto software propietario como sea necesario”. PDVSA pide ayuda al país para lidiar con el Software Libre. Y, PDVSA tiene dinero para pagar por esa ayuda.
PDVSA es, de hecho, el lugar donde la dóctrina del Software Libre Venezolano se enfrenta con una enorme contradicción. El software libre nos enseña a compartir el código fuente de nuestros programas, permitir que se les copie libremente e incluso que se les modifique y aproveche, sin pagar regalías (como dice el decreto, aunque este no es un invento Venezolano) al autor original, aunque se debe citar y reconocer tal autoría con todo rigor y precisión. Gracias a esta idea, existen ya sistemas de software completamente funcionales que resuelven problemas a todo nivel en todos los sectores de la sociedad y de la economía. Desde GNU/Linux, un sistema operativo completo y funcional, hasta OpenOffice, una herramienta de oficina que no solo es Software Libre sino que almacena la información en formatos libres, independientes y aprovechables localmente.
Los Venezolanos nos estamos aprovechando de esas contribuciones de la comunidad global del Software Libre. Y lo hacemos con un enorme entusiasmo, pues entendemos bien que es una ocasión en la que, quizás por primera vez, es perfectamente factible apropiarse completamente de la tecnología extranjera. No hay mayores barreras, ni físicas, ni intelectuales, ni legales, ni culturales, ni económicas.
Pero el slogan “tanto software libre como sea posible, tanto software propietario como sea necesario”, que se perfila como la línea política de PDVSA en esta materia, significa que los Venezolanos, a pesar de aprovecharnos de las contribuciones del Software Libre, no estaremos dispuestos a liberar también todas nuestras contribuciones públicas. Hay software en PDVSA que los ciudadanos de este país, sobretodo los empleados públicos, no vamos a permitir que se abra, puesto que eso comprometería la “ventaja competitiva” de la Empresa Nacional y, probablemente, reduciría sus ingresos. A pesar de que no alcanzan para resolver todos nuestros problemas, los Venezolanos, adoptando la posición del capitalista dueño de una empresa, no vamos a permitir que se nos reduzcan esos pingües ingresos petroleros. ¿Cómo se nos ocurre pensar que algunas de esas piezas de software hechas o pagadas por PDVSA para sus plataformas de exploracion o explotación petrolera lleguen a caer, sin esfuerzo alguno, en las garras de las grandes competidoras como Shell, Texaco y las otras transnacionales petroleras?.
Hasta allí llega el Software Libre Venezolano, por ahora.
Si lo dejamos allí, morirá. No es que el mundo libre dependa del software Venezolano para subsistir. Tampoco que dependamos de PDVSA para desarrollar todos los sistemas de Software Libre en Venezuela. Nada de eso.
Morirá porque justificar la clausura de ese software sería una señal contradictoria a la que da el Decreto 3390. Y sería contraria a los principios de la Comunidad del Software Libre en tanto que se justificaría, por razones particulares, el secuestro de ciertas piezas de conocimiento codificadas como software, que bien podrían beneficiar a la sociedad global. Y sería una señal enviada desde PDVSA, nuestra mejor vitrina al mundo, la empresa más sólida de este país y que fuera hasta hace unos años parte de “otro país”, frente a un gobierno que presume de haberla rescatado para servir solidariamente a su nación propietaria.
Por siglos, los lógicos han buscado formas definitivas para resolver las contradiciones y diluir los conflictos que causan. Pero parece que el lenguaje se resistiera, no por algún designio maligno, sino para evitar sacrificar el proceso creativo del cual surge el mismo lenguaje y surgimos todos quienes le hablamos.
Los Venezolanos podemos reconciliarnos con el espíritu del Software Libre acordando un apoyo masivo, significativo y definitivo a esa forma de desarrollar y a desarrollos de software que puedan servir a toda la humanidad. Y nuestro petróleo debe ser usado para financiar y defender (en términos legales y hasta sus últimas consecuencias) esa empresa pública, global y por lo libre. Tanto petróleo invertido en Software Libre como sea posible. Tanto petróleo en otras cosas (como mantener a los empleados públicos venezolanos) como sea estrictamente necesario.
Una locura dirán algunos. Invertir en software es invertir en nada, dirán otros mas conocedores. Y tienen razón en cierta forma: el software es un “coroto intangible”. No podemos tocarlo, aunque podamos tocar, o percibir en general, sus medios de almacenamiento y distribución. Pero ese es, de hecho, un punto a favor. No se desgasta. No cuesta mucho reproducirlo. No cuesta repartirlo en iguales y monumentales “cantidades” a quien quiera poseerlo (especialmente si es Software Libre). Pero lo mejor de todo es que puede servir tanto en el presente como en el futuro, para crear todo un universo de dispositivos que hagan la vida mejor. La vida de todos más sana, más profunda, más libre y más noble.
Si no me creen, recuerden que el requisito indispensable para resolver un problema es conocimiento. El software es conocimiento. ¿Se les ocurre una mejor manera de “Sembrar el petroleo”?.
Fin del documento
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