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Una vez quise


Una vez quise escribir un cuento o relato llamado Telonia, o Crónicas de Telonia. Iba a ser un escrito irónico y procaz acerca de una tierra imaginaria e insólita, llamada así, Telonia, con capital y todo: Casterod se iba a llamar. La criatura no nata fue anunciada en una de las Literarias del libro del Prof. J. M. Salcedo Picón, El control social y su devenir histórico (Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes, 2004) (Íntegro en electrónico: http://www.saber.ula.ve/handle/123456789/33925 ). Y del mismo modo en la segunda edición, cuyo título es: El control social desde una visión histórica. Versión en físico en: https://www.eae-publishing.com/catalog/details/store/fr/book/978-3-8484-6811-9/el-control-social-desde-una-visi%C3%B3n-hist%C3%B3rica?search=Salcedo%20Pic%C3%B3n  Versión electrónica íntegra en: http://webdelprofesor.ula.ve/cjuridicas/jsalcedo/index.html
La idea era desarrollar un ensayo con base en aspectos políticos, criminológicos, sociales e incluso filosóficos y cuya trama o centro hubiese sido un país imaginario que hubiese tenido o vivido una revolución – o algo parecido - que progresivamente iría tomando vuelo hasta alcanzar cambios tan radicales como la abolición de las penas contra los delitos, ciertos delitos, la abolición de la propiedad, la prohibición del lucro o ganancia, etc. En cuanto a los delitos, la cosa en Telonia no iba a ser superficial sino de fondo: el delito no se puede abolir, humanamente eso es imposible, pero el gobierno telonés iba a lograrlo al menos en muy buena parte, mediante la abolición de las penas contra el robo y el hurto, entiéndase los delitos contra la propiedad. Al no ser castigadas tales conductas desviadas, dejaban de ser desviadas. Y claro que sí lo lograba el gobierno telonés, porque la propiedad iba a dejar de existir; y al no haber propiedad, todo es de todos, nada es de nadie y lo mío es tuyo, y tuyo, y tuyo y de todos… Y si yo lo necesito, pues simplemente lo tomo y ya. No es robo, no es hurto, desapareció. Desapareció en profundidad; ni siquiera porque desapareció la sanción, sino porque desapareció el fin u objeto apreciado o deseado.
Pero… Pero ¿qué pasó? Pues me demoré mucho y mucho pasó. Mientras no escribía y no escribía, de todo pasó. El país imaginario dejó de serlo. Apareció. Hay un país que en el plano informal y real despenalizó el robo, sí, como se oye. El robo perpetrado por la llamada hampa común. A veces es porque no hay capacidad en las prisiones, a veces porque se le ocurrió a algún funcionario – o funcionaria -, a veces se hacen batidas violentas sólo en barrios populares, ojo, tipo “vagos y maleantes…” de la Cuarta… Pero al mismo tiempo ese país real, el que dejó atrás el invento telonés, penaliza vehementemente el delito “no popular”, el de vendedores formales, emprendedores necesitados de insumos y divisas, empresarios, propietarios de bienes, especialmente fincas productivas…
Y en el Estado imaginario que iba a ser el de Telonia, pero que ahora es real y corre tranquilamente por entre las sendas históricas, como realidad concreta dentro de un lugar de América, las instituciones del gobierno no funcionan como Estado, funcionan como mixtura personal y personalizada, beneficiando a panas y arrimados. Y a las comunidades también benefician, ocioso es negarlo. Y el Estado no está a cargo de casi nada – ¡atiza! - . Comunas, unidades vecinales, unidades de distribución, juntas comunales, cooperativas, asambleas de vecinos, pobladas, condominios extendidos y gente puño en alto de todo cuño (me salió en verso) se encargan de todo: venden pollo, cemento, cabillas, distribuyen cupos y tiques en las colas, cierran y abren calles, asfaltan, entregan bombillos (entregaban, cuando había), dan certificados de quién puede comprar y quién no, cartas de buena conducta y de residencia, definen requisitos para créditos bancarios, dictaminan acerca de quién es competente o no en materias tan delicadas como educación e ingeniería; hacen puentes y calzadas con lo que pueden, piden dinero para comprar papel y otros insumos para las escuelas. Pero también el país redefinió a las comunidades educativas: hasta el heladero, que a veces no sólo vende helados en la puerta del plantel, forma parte de ellas; y deciden sobre qué enseñar y qué no a los párvulos (tenía tiempo que no escribía esta palabra); privatizan parques y plazas públicas, pero también calles y avenidas, con tan solo una frase: “Bien cuidao, señor…”, cuando uno para su carro. Venden en cualquier parte mercadería universal: guapitos, picante, lechoza, ley del tránsito (que prohíbe vender en la calle), calcomanías misteriosas, antenas, forros de volante, desodorante de carro (cuando había)… Me faltó evocar a un amigo y decir: “cantan corríos, ponen inyecciones…”
Cómo serán de personalísimas, de inéditas, inauditas, las formas y fondos de este país, que ambulancias, escuelas, avisos oficiales de construcción, señales de tránsito… tienen infaltablemente el rostro del mandatario inmortal; y a veces de mandatarios más mortales, los regionales y municipales… En este país real, no superado ni siquiera por Macondo, por Comala o por Parapara de Ortiz, los pueblos imaginarios de las novelas Cien años de soledad, Pedro Páramo y Casas Muertas respectivamente, la ley es…, es…: ¡optativa! Todo puede hacerse por los caminos reales, los caminos verdes, literalmente: los caminos vecinales. El vecino puede ayudarte a conseguir un caucho, una bolsa de leche, un paquete de pañales, un bultico de papel sanitario, un bultico vale, no sea rata… Un cupo para un carro nuevo, una clave para apostillar papeles… Es una solidaridad rayando en la complicidad. Es como cuando al hermano de Cristóbal Colón, Diego, le dieron la gobernación de la isla de La Española, allá por el siglo XV. ¿Tan viejo es el nepotismo? Sí señor…
Son tan verdes los caminos, tan inmaduros, que nadie es responsable de nada: yo llegué tarde por el tráfico, yo no hice la tarea porque se fue la luz, no me van a dar el chip porque no hay sistema, no hay sistema porque vino una iguana… Yo sé eso porque me lo dijo un pajarito que cantaba bello, bien bonito… Hay colas por culpa de Obama, perdón, por culpa de Santos, por culpa de los oligalkas, por culpa de los escuálidos. Por culpa de la oposición no hay maíz, ni sorgo, ni abono, ni cemento, ni carros, ni atún, ni jabón… Pero qué oposición tan poderosa iba a haber en Telonia, Telonia, el país imaginario que hubo de ser abortado por su creador, quien se quedó atrás en todo. Lo que imaginó plasmar en aquel Wonderland criollo y sin cerveza, fue rebasado con creces por otro país, otro para nada imaginario, que no lo quiero nombrar pero lo estoy viendo – diría Cantinflas - . Un país de cuando la anomia andaba por el mundo… Un país donde escasea el papel moneda y los cajeros automáticos tienen colas (in)imaginarias, valga el disparate, o sea no imaginadas, ni por el autor de Telonia ni por nadie, salvo los griegos contemporáneos, que ya advirtieron a este país acerca de cómo se hace una bancarrota. Cómo será de escaso o nulo el valor de la propiedad, que invadir o tomar por la fuerza un terreno o un inmueble desocupado no es delito. Un país de gordos y diabéticos, por cierto, por las malas dietas y el exceso de fécula en la ingesta. La gente feliz con sus tarros de margarina, de aceite de soya y de salsa mayonesa, corriendo hacia sus venas y arterias, perdón, corriendo hacia su casa… “¡Pero eso es lo que hay…!”
En ese país todo es posible. Menos mal que García Márquez, Juan Rulfo y Miguel Otero Silva, respectivos autores de las obras mencionadas, no vivieron para ver esto. Se hubiesen frustrado al ver que todo lo mágico que imaginaron se hacía real, dejándolos como escritores poco imaginativos.
Un país donde la plaza mayor o central de cada pueblo es al mismo tiempo mercado, dormidero de saltimbanquis y menesterosos, librería popular, venta de pescado salado en Semana Santa… ¿Cómo se llama la plaza? No sé, es el nombre de un prócer, pero en cualquier momento se lo cambian. No sigo nombrando fenómenos habidos y ocurridos en esa Telonia real y no imaginaria porque resultaría redundante y fastidioso. Prendan la tele, la radio, entren a las redes y verán aquello con lujo de detalle.

Jesús Manuel Salcedo Picón
Septiembre de 2015
jsalpicon2@yahoo.es
@JSalcedoPicon

 

 

 

 

¿Otra vez la planta insolente?

Cipriano Castro (Capacho, 1858-Puerto Rico, 1924), autócrata presidente de Venezuela entre 1899 y 1908, irrumpió al poder desde los Andes iniciando lo que más tarde se conocerá como hegemonía de los andinos, recordado como compadre de otro andino, Juan Vicente Gómez, y como quien en 1903 profiriera la proclama contra potencias europeas cuyos buques de guerra se apostaron a las costas venezolanas para ejercer su derecho al cobro de la enorme deuda que Venezuela había contraído con ellas. La famosa proclama, una arenga, un alegato de nacionalismo efectista, se iniciaba con el verbo inflamado de: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo…”. Fue esta respuesta la que mejor registra la historia, ante los barcos – quince unidades - que bloquearon y bombardearon costas y puertos venezolanos entre 1902 y 1903. Hubo no obstante ataques de artillería venezolana en el puerto de Maracaibo.
Como la historia es una síntesis o encuentro entre memoria y olvido, estamos hoy olvidando, en medio de una verborrea, una glosolalia retórica, hueca y chauvinista, que ante esta exagerada y compulsiva forma de cobrársele, la cosa no fue a peores consecuencias para nosotros gracias a la intervención de - ¿adivinen?-: EEUU, quien ofreciéndose como mediador – aunque por supuesto muy interesado - logró la firma de los llamados protocolos de Washington o protocolos Bowen de 1903, mediante los cuales Venezuela se comprometió al pago de la deuda, reducida gracias a las negociaciones. Hemos de recordar que el representante de Venezuela fue ¡sorpresa de nacionalismo!: un norteamericano: Herbert Bowen. Se firmaron los protocolos, se levantó el bloqueo, EEUU afirmó su zona de influencia y todos felices.
¿Qué hizo Obama hoy? ¿Lo que hicieron ayer Alemania, Inglaterra, Italia y Holanda? No, no se alegren, señores (pseudo)nacionalistas; la historia no les va a pichar esa bombita. Obama, ejerciendo el derecho y su deber de protección sobre todo financieramente a su país llevó a la Casa Blanca a decretar que:"…Los oficiales venezolanos que en el pasado y en el futuro violen los derechos humanos de los ciudadanos venezolanos y se involucren en actos de corrupción pública no serán bienvenidos aquí, y ahora tenemos herramientas para bloquear sus bienes y sistemas financieros…" (Diario El Universal, 9/03/2015, edición digital), con lo cual no hizo sino ejecutar una medida punitiva-administrativa a su alcance contra siete particulares, a quienes se les acusa por “…erosion of human rights guarantees…” algo visto no solo por EEUU, por la comunidad internacional, sino por la propia sociedad venezolana.
Para la Cumbre de Las Américas el gobierno hizo firmar a los ciudadanos una nueva proclama contra la planta insolente, en un ademán histriónico y efectista. Gente que llamamos de oposición, incluyendo diputados, se dejó arrastrar por la trampa de confundir sanciones dentro de EEUU contra particulares, con amenazas a toda la nación. ¿Qué otros países iban a pronunciarse en contra de los indiciados? ¿Bolivia, Ecuador, Cuba…? Jamás. Son interesados o lo fueron, recibiendo ayuda financiera nacional. Nos quejamos cuando en un hogar el hombre golpea a la mujer y a los niños, pero no intervenimos. Sabemos y no queremos declarar ni decir. Volteamos la mirada, para no meternos en problemas o porque la justicia no hará nada, tras la norma que protege la privacidad. Igual nos quejamos como Castro, con aquella jerga vocinglera sin tener con qué combatir a los buques que bloqueaban nuestras costas. Además, los derechos humanos no son ya asuntos internos; y esto pasa con la declaración de Obama, se refiere a amenazas a esos derechos. ¿Entonces? El parecido no es falaz: salimos del problemón del bloqueo (por deudas, por cierto y cuyo pago el país había suspendido unilateralmente aduciendo el escaso erario público) merced a la intervención de EEUU. Hoy la rechazamos con un discurso patriotero y chauvinista, sin ver que nuestra enorme deuda pudiera conducir a otro bloqueo, ya no militar sino financiero; y ya no por parte de EEUU sino del otro imperio, el acreedor, el que vestido de socialista vive bajo un capitalismo salvaje, allá por Asia. ¿Tendrá el Cipriano Castro de hoy el mismo discurso, de manifestarse el imperio asiático al respecto, en forma parecida? Y no me refiero a cobros compulsivos con barcos de guerra. ¿Qué es lo que les duele, la (supuesta) injerencia extranjera o quién la ejercería?

Jesús M. Salcedo Picón

28 de abril de 2015


@JSalcedoPicon

jsalpicon2@yahoo.es
 
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no sale