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CARLOS ASTI VERA. Ediciones
Castañeda. Buenos Aires, 1978.
TEORÍA DEL ARTE
PRIMERA
APROXIMACIÓN AL CONCEPTO
PLOTINIANO DEL ARTE El título
mismo de esta parágrafo es ya
equívoco; el vocablo "arte" lleva tras de sí los
supuestos de nuestra
mentalidad moderna, y difícilmente podríamos
asimilar totalmente la noción que
implica al significado de la palabra téchnee. En primer
lugar, téchnee
—en contexto tanto griego como helenístico— se aplica
indistintamente a lo que
llamamos artes y a lo que conocemos por artesanía, y más
aún. El sentido propio
del término se vincula con el "hacer", es decir, tiene que ver
con la
póieesis. Aristóteles, por ejemplo, cuando la ubica
dentro de los grados del
saber, le atribuye la característica de ser un conocimiento que
tiende a la
producción (no sólo de objetos bellos). Parecería
que lo que define a la téchnee es la
instauración de una entidad que anteriormente no
existía. Claro que
planteado el problema en estos términos parece asumir un matiz
formalista (a la
manera quizás de Focillón) que es extraño a la
mentalidad griega. Habría que
preguntarse por consiguiente, ¿es la
instauración de entes inéditos el
sentido último de téchnee en Plotino? La totalidad del
capítulo XI de la En. V, 9 está
dedicada
a una extensa clasificación de las téchnai, que
es posible sintetizar de
la siguiente manera: a)
Téchnai de imitación (pintura, escultura, danza y pantomina). b)
Música. c)
Téchnai productoras de un objeto sensible
(arquitectura y
carpintería). d)
Téchnai que auxilian a
la
naturaleza (agricultura y
medicina). e)
Téchnai que dirigen la acción (retórica, estrategia,
economía, arte
de gobernar). f)
Téchnai que tienen contacto con lo inteligible (geometría
y filosofía). Varios aspectos
son dignos de hacer
resaltar en esta clasificación. En primera instancia, no
cabe duda que es
excesivamente amplia, aun dentro del contexto plotiniano. Por otra
parte, el
esquema a través del cual ingresamos en la cuestión de la
téchne no es
aplicable a este cuadro; solamente la arquitectura y la
carpintería parecen
cumplir la condición de instaurar un ente nuevo; ¿pero
acaso la pintura y la
escultura no producen un objeto? Por razones que
luego se elucidarán, Plotino
se preocupa por distinguirlas, como si el principio que las guiara
fuera
esencialmente otro.
¿Cuál? Dice Plotino en V, 9, XI, 1-2: "Todas
las artes (téchnai) de imitación, pintura y
escultura . ..".
¿Debemos entender acaso que la pintura y la escultura, por ser
una imitación,
configuran una suerte de pseudo-producción? ¿Es entonces
la mimesis la
esencia de las artes plásticas? Estos interrogantes comienzan a
fragmentar el
simple planteo con que inicié el análisis; ha surgido la
mimesis como nueva
perspectiva, pero tampoco ella es la única respuesta, pues,
¿qué clase de
realidad imita la música? ¿Qué objeto sensible
produce la retórica? Leemos en IV, 4, XXVI, 19-21: "'La
retórica, la música y las artes que
cautivan el alma modifican a los hombres volviéndolos mejores o peores". Producción,
mimesis, modificación antropológica en tanto dirigir
una acción: tales parecen
ser las características de las téchnai. Cabe
preguntarse, ¿se agota en
estas características la esencia del arte? ¿Existe un
elemento unificador que
permita descubrir el concepto de arte en general? LAS DOS
ESTÉTICAS EN PLATÓN Y EN
PLOTINO. MIMESIS Y
TRASCENDENCIA Considera De
Keyser[1] que
la extensión amplia
del término que se desprende de la clasificación
expuesta, corresponde a la
definición estoica: "El arte es un conjunto de nociones puestas
en
práctica en vista de un fin útil a las cosas de la vida".
Chocamos así con
una nueva determinación, que agrega una incierta
teleología en la
significación de téchne. Ahora bien, ¿tiene el
vocablo útil —aplicado a
la estética plotiniana— una dimensión puramente
pragmática? ¿A qué cosas es
útil el arte? La progresiva solución de las preguntas
planteadas debe dar la
aproximación última al problema del arte en Plotino. Procuraré
mostrar en este apartado, que
tanto en Platón como en el autor de las Enéadas existen,
en el seno del
mismo sistema, dos concepciones radicalmente diferentes acerca del
arte; en Plotino,
como se podrá apreciar más adelante, ambas teorías
resultan absolutamente inconciliables. Veamos, en
primer lugar, lo que he
llamado "primera estética platónica". Hemos
leído en repetidas oportunidades
acerca de la desconfianza de Platón por el arte; este hecho
no ha dejado de
asombrar a los exégetas, resulta difícil concebir en el
gran ateniense esa
aparente falencia en su sensibilidad de gran espíritu. No es
posible despejar
totalmente las incógnitas que esta cuestión presenta; no
obstante, al menos
respecto de la poesía, es persuasiva la afirmación
de Jaeger[2]
según la cual Platón se
opuso a tendencias de la poesía de su tiempo más
que a la poesía en
general. No puede extrañarnos su ataque decidido: que una
manifestación poética
falsee la realidad, en el contexto de la polis del siglo V, no implica
una
equivocación inerte sino una grave falta, por la estrecha
vinculación con la Paideia. Esta
conexión es una constante dentro de la
estética platónica y aun
de la estética griega en general. En alguna medida es verdadera
la opinión de
Bayer: "Platón no
juzga a las artes por sí mismas sino
por su influencia pedagógica"[3]. Ingresando al
ámbito de la plástica el
problema se complica. Platón dedica gran parte del libro X de la República
(595a-608b) a largas disquisiciones acerca del arte, que se
verifican en
severas críticas a la poesía (fundamentalmente
homérica), a la tragedia y a la
pintura. Examinemos sintéticamente su argumento respecto de esta
última.
Tomando como ejemplo la pintura de una cama, observa
Platón que el
cuadro es una representación de la apariencia de un objeto,
naturalmente desde
una perspectiva determinada. Está claro que ese objeto,
entidad individual,
pertenece al reino del Devenir, y en esa medida su realidad es inferior
y atenuada
respecto del mundo inteligible. No obstante, esa entidad
individual responde a
lo que caracteriza a la esencia "cama";, posee, más allá
de las
diferencias accidentales (color, peso, etc.), lo que es común a
toda cama, la
particularidad de ser algo sóbrelo que se puede dormir. El
objeto cama, aun
reflejando la esencia cama, está lejos del mundo inteligible y
es una pálida
copia, ¿qué decir de la pintura, reflejo empobrecido del
objeto material?
Siendo la cosa a su vez un reflejo de las ideas, la obra está
doblemente alejada
del mundo inteligible, es la imagen pálida de una imagen
pálida, sombra más
sombría que la sombra misma. El arte es, como dice Bosanquet,
"una
realidad de segunda mano"[4], una
actividad que, en
definitiva, cobra un carácter puramente lúdico; "no es
más que un juego y
no se le podría atribuir una seriedad que
tampoco pretende"[5]. Este desolador
panorama es, sin duda, la
más exacta y completa determinación de la
teoría mimética del arte, que
presenta a ésta como una tarea de paradójica esencia
pues, como acota
agudamente Cornford, es aquella actividad que a partir de su
intención
"realista" se ubica lo más lejos posible de la Realidad [6]. He analizado
exclusivamente la mimesis
pictórica, ¿es posible extraer una concepción
semejante respecto de la música? No es necesario
meditar demasiado sobre
la cuestión para comprender que si hay una mimesis en la
música será radicalmente
diferente. Nos mantenemos, hasta el momento, en una cómoda
ambigüedad respecto
del significado del vocablo "mimesis". En el caso de la pintura (casi
no es necesario aclararlo) se trata de una imitación de
entidades individuales pertenecientes al mundo exterior.
La
música, que como la poesía es
esencialmente no-figurativa[7], no
puede en modo alguno
ubicarse en este plano. Por
lo tanto,
¿en qué medida puede hablarse de
mimesis
musical en
Platón? En innumerables fragmentos de los Diálogos
encontramos referencias al
arte musical; en apreciable número de casos, en
vinculación con la danza, y
casi siempre relacionándolo con la Paideia. De los
contextos más
importante (República, Libros III y X, Leyes, Libros II y VII) extraigo algunos
conceptos fundamentales. La mimesis, en
la música, aparece
como representación o imitación de sentimientos. Si esto
es así, no se
constituye nunca en mera "copia", en la medida en que es, con
palabras de Moutsopoulos[8], "Una
expresión
figurada de estados del alma". Surge como
consecuencia necesaria una
sospecha: o bien el concepto de mimesis es lo suficientemente ambiguo
como para
albergar hechos diferentes, o bien hay más de una mimesis.
Crombie se inclina
por la primera posibilidad, y juzga que este concepto, en
Platón, es una noción
vaga[9].
Traduciendo
"mimesis" por "imitación" no se resuelve demasiado, pues
¿qué significa imitación en cada caso? En
rigor, creo que en los
Diálogos existen cuatro modalidades diferentes de esta
noción: a)
Imitación de objetos externos
(pintura). b)
Imitación de situaciones (tragedia). c)
Imitación como expresión de sentimientos
(música y danza). d)
Un último concepto de imitación, puesto de relieve por
Jaeger[10] se
verifica en la poesía,
y "no es la imitación de cualesquiera objetos naturales por
el hombre,
sino el hecho de que los poetas se hagan parecidos (omoioûn
heautón), como
personalidad, en todos aquellos casos en que no
hablen en primera persona, sino a través de otro". La mimesis
musical puede incluso asumir
la forma, como observa Crombie[11], de
una semejanza entre
la expresión natural y la expresión musical de una
emoción dada, y aun de una
relación causal sentimiento-música. Pregunto
nuevamente, ¿es posible extraer
un común denominador que defina a la mimesis
platónica en general? Creo que,
más allá de las diferencias
específicas, se podría intentar una definición
genérica: la mimesis es una
correspondencia analógica entre los polos obra-realidad. Pero aquí
habrá que avanzar con suma
prudencia, pues se
bordea peligrosamente la imprecisión. En efecto,
mi definición,
lamentablemente, es aplicable a casi cualquier manifestación
artística, aun a
las concepciones profundamente simbólicas. Aclaro, pues, que la
realidad de que
se trata debe ser siempre particular, cualquier asomo de
universalidad o
de arquetipicidad no sólo diluye el concepto de mimesis,
sino que lo
transforma en su contrarío. Defino nuevamente: la mimesis
es una
correspondencia analógica entre la obra de arte y una realidad
particular. Ubicando la
cuestión en estos términos,
conservamos el significado de actividad mimética que se ha
manejado (en la
mayoría de los casos en forma oscuramente intuitiva) a
través de toda la
historia del arte de Occidente, hasta el realismo del siglo XIX. Considero
sumamente riesgoso olvidar el
carácter de particular que tiene la mimesis; Crombie, por
ejemplo, para
validar su afirmación según la cual el concepto
platónico de imitación es
indeterminado, dice que a veces Platón habla de particulares
sensibles que
"imitan " a lo Inteligible. No debemos dejarnos confundir con la
utilización del vocablo, esto no tiene conceptualmente nada
que ver con
la mimesis, como se verá en la exposición de lo que
denominé "Segunda
estética platónica". Asumiendo el
arte las características
apuntadas, se comprende el desprecio de Platón: yo diría
que se opera una
duplicación de una realidad que no merece ser duplicada. Existe una
única determinación positiva
en esta primera estética, determinación verificable
fundamentalmente en la
música y la poesía: el arte, pese a su pobre
condición, posee una utilidad
pedagógica. La música, por ejemplo, "llega hasta el alma
y le inspira el
gusto por la virtud" [12]. La
relación con la
Paideia otorga al arte una cierta significatividad, bien que utilitaria. Más
allá de esta concepción, ¿es posible
hablar de una superación de la mimesis? ¿Existe
acaso esa segunda estética
platónica que he postulado? Schuhl[13]
ofrece varios ejemplos
—extraídos del Filebo y
del Timeo— de lo que llama una "Estética
liberada de la imitación", que correspondería al concepto
que busco. Estos
ejemplos se refieren fundamentalmente a la belleza de las figuras
geométricas,
que son reflejos inalterados de las Ideas. Solamente es posible
concordar con
Schuhl, en la medida en que se entienda "Estética" como doctrina
ontológica de la belleza, es decir en la acepción
examinada en el capítulo
primero (con
referencia a Platón) y en el
capítulo
segundo (acerca de Plotino). Claro que a este respecto carece de
sentido
llamarla "liberada de la imitación", puesto que no tiene
nada que
ver con el arte. El mismo Platón lo dice: "Así, por
belleza de formas, lo que intento expresar no es lo que entiende la
mayoría,
por ejemplo la belleza de los cuerpos vivos o de pinturas; es de
líneas rectas
que hablo, persiste el argumento, y de líneas circulares, y de
superficies y
sólidos que de ellas provienen, con la ayuda ya sea de tornos o
de reglas y
escuadras . . ." (Filebo 51 c). No se trata de
lo que entiende la
mayoría, es decir cuerpos o pinturas
(Zoograféentatoon), sino de líneas
y figuras geométricas. La oposición es clara; como
acota De Keyser, Platón no
llegó a establecer las necesarias conexiones entre las formas
geométricas y el
arte [14]. Habiendo
desestimado esta posibilidad,
creo que la teoría buscada no se encuentra en las artes
plásticas sino en la
música. Precisamente en el Filebo y en el Timeo
encontramos
múltiples reflexiones que permiten sintetizar varios conceptos
fundamentales y
extraer algunas conclusiones. En primera
instancia, estoy convencido
de que una de las más importantes razones de la reducción
platónica de la
pintura a mera mimesis, es la no aparición del puente
fundamental que permita
un acceso, a través del arte, a una realidad no-particular. En
otras palabras,
no parece existir en el alma del pintor una intuición o una
inspiración
creadora que le permita transponer los límites de lo
contingente; está sumergido
en el devenir, y, lo que es peor, en aspectos parciales del devenir,
que
finalmente lo devoran. La estructura ontológica del
músico es bien diferente;
el puente a que hice referencia está tendido sobre la base de la
armonía.
Acota Jaeger[15] que
el concepto de armonía en Heráclito cobra una
significación que excede el plano
estrictamente musical. El sentido propio de "armonía" es
"ensamblaje", unión. La armonía, en tanto
unificación de lo que
tiende a oponerse, es un principio cosmológico que empapa a
la realidad toda. En rigor, esta
concepción es aún
anterior a Heráclito, aparece inicialmente en el pensamiento
órfico-pitagórico[16].
Como anota Moutsopoulos[17], en
Platón la armonía se
presenta a la vez como principio
musical y como principio
metafísico, matemático y cosmológico. A ello
debemos agregar lo que, a mi
juicio, otorga la preeminencia esencial al arte musical y constituye,
en
definitiva, la segunda estética de Platón: la
armonía se acuna asimismo en el
alma del hombre, y es un don divino. Con palabras del filósofo: "... las
Musas nos la han dado como una aliada de nuestra alma, pues ella
intenta llevar
al orden y al unísono sus movimientos periódicos,
que en nosotros se han
desarreglado" (Timeo 47 d). Esta
correspondencia entre la armonía
interior, que en el músico se hace patente y
explícita, y la armonía
universal, otorga al arte del sonido una dimensión
metafísica que supera
largamente la estrecha mimesis del pintor. La música se
constituye en el
reflejo de la armonía de las esferas, y cada sonido es una
imagen de los
sonidos y los ritmos originarios del Universo. Así las notas son
la
"imitación de la armonía divina" (Timeo 80 b).
Nuevamente es
necesario observar que la utilización del término nada
tiene que ver con la
mimesis en tanto doctrina de la imitación servil de lo
particular, de la
"ilusión naturalista" o de la mera copia de las emociones. El
músico
es un auténtico revelado, y su arte es "el arte por excelencia" [18]. Ahora es posible
penetrar en la Paideia musical desde una perspectiva
más profunda: la
música reinstaura en el alma
la armonía perdida, ilumina la dimensión esencial del
hombre con un orden
suprasensible, recuerda al alma su origen trascendente. Esta segunda
estética platónica, donde
el arte se presenta como un reflejo de la Trascendencia (por supuesto
sólo en
el caso de la música) no es contradictoria con la teoría
mimética, en la medida
en que el arte musical es un fenómeno complejo que posee —como
aclara
Moutsopoulos [19]—
paralelamente una dimensión divina y un aspecto
antropológico. Ingresemos ahora
a la doctrina del arte
de Plotino. Si mi esquema interpretativo es correcto, nos
enfrentaremos, como
en Platón, con dos teorías dicotómicas. Si tal
bifurcación existe, y si es real
asimismo la semejanza con el Maestro, la "Primera estética
plotiniana" será una variante de la concepción
mimética. Veamos hasta qué
punto las fuentes confirman esta aseveración: "Todas las
artes de imitación, pintura y escultura, danza y para-tomina,
son productos de
aquí abajo; pues tienen un modelo sensible, en tanto imitan y
transportan
movimientos, formas y simetrías visibles"
(V, 9, V, 1-5).
Si a estas
reflexiones sumamos un
fragmento (que será especialmente analizado en el
capítulo siguiente) en el
que Plotino reprocha a las obras de arte ser "imitaciones oscuras y
débiles" (IV, 3, X), la asimilación a
la mimesis pictórica de la República es total.
No es necesario detenerse
en la cuestión, pues no guarda diferencia alguna con la
teoría platónica de la
imitación plástica. Solamente importa aclarar que no se
encuentran rastros en
las 'Encadas de una correspondiente teoría
mimética de la música, por lo
que la primera estética se refiere, fundamentalmente, a las
artes plásticas. Con respecto a
la segunda concepción acerca
del arte —que juzgo la más importante conquista de la
estética de Plotino— es
necesario adelantar que asume características netamente
opuestas. Es así que
leemos en I, 6, II, 6-9: "... el
arquitecto, habiendo ajustado la casa real a la idea interior de
casa, dice
que esta casa es bella". "Las cosas
sensibles son por participación lo que se ha dicho que son; y su
sustrato
recibe la forma de otra parte, como el bronce lo recibe del arte de la
estatuaria y la madera del carpintero; el arte penetra con su imagen,
pero
permanece idéntica a sí misma más allá de
la materia, conservando la verdadera
estatua y el verdadero lecho". Las
palabras de Plotino son muy claras; ya no se habla de copia de lo
sensible,
pues el arte tiene que ver con la "idea interior de casa' (tôo
éndon oikías, éidei) o con la "verdadera
estatua" (aleethêe
andríanta). El
tránsito de la primera a la segunda estética se
verifica, en esta inicial
aproximación, como el paso de lo particular a lo universal,
de la cosa a la idea. Pero aún se
comprende
vagamente esta relación
entre arte y oídos. Conocemos la trascendencia de la
idea en su suprema
realidad inteligible: ¿cómo se coordina con la forma interior
(éndon) al artista? ".. .
simplemente las artes no imitan los objetos visibles, sino que se
elevan hasta
las razones desde donde ha nacido el objeto natural" (V, 8, I, 35-36). Se ha llegado
entonces a la
determinación de la esencia del arte en esta segunda
estética: ella plasma —a través de la obra—
la intuición interior de la
forma trascendente. Sabemos
que el mundo inteligible es el ámbito antológico por
excelencia: "El ser
es idéntico a la Inteligencia” (noûs
dé kái ón tautón, V,4,II,45-46). No creo
equivocarme definiendo el arte
como patentización del ser. Más allá,
sólo queda lo Uno. Esta
concepción es aplicable igualmente a
las artes plásticas y a la música. No vale la
pena extenderse en
desarrollos acerca de esta última, pues Plotino asimila
totalmente la
metafísica de la música de Platón (aunque no se
preocupa por la resonancia pedagógica).
Simplemente cito un fragmento ilustrativo: ". . . son
las armonías musicales imperceptibles a los sentidos las que
fundan las
armonías sensibles"
(I, 6, III,
29-30). Juzga De Keyser[20] que
esta armonía
inteligible se puede identificar sin duda con la forma
trascendente a la
que se ha hecho referencia. Luego de lo
expuesto, surge un problema,
¿qué pasa con la Belleza de la obra de arte? He seleccionado
de las Enéadas varios
caracteres que se vinculan con la Belleza que aparece en los
objetos
artísticos: a)
Determinación "La naturaleza
produce, su mirada fija sobre lo bello y sobre la determinación
que se
encuentra en la línea del bien; la indeterminación
es fea, y está en la línea
del mal" (III, 5, I, 20-23). b)
Grandeza, "La forma
lleva con ella la grandeza, no la grandeza que se extiende en la
masa, sino la
que viene, en el objeto, de la forma" (V, 8, II,
27-28). c)
Vitalidad "Las
más bellas estatuas son las más vivas.. ."
(VI, 7, XXIIj.
29-30.)
Ahora bien,
¿debemos entender que la
belleza de la obra de arte es una especie de conjunto resultante de la
suma
cuantitativa, de estos caracteres? En realidad,
Plotino jamás dice que
estos elementos sean la belleza que se verifica en las obras
de arte. A
través de sus palabras, sólo se desprende que cuando
un objeto es bello posee
estas características. Es decir, cuando en ese objeto
está presente la
Belleza, también se encuentran en él estos aspectos. Esto se
evidencia claramente en la más
importante de las propiedades asociadas a la belleza: d)
Simetría "Por otra
parte los colores bellos, como la luz solar, estarían,
según esta opinión,
fuera de la belleza, puesto que son simples y no-extraen su belleza de
la
simetría de las partes. ¿Y cómo es bello el' oro?
¿Y el relámpago que vemos en
la noche? Lo mismo sucede con los sonidos; la belleza de un sonido
simple se
desvanecería; y a menudo, sin embargo, cada uno de los
sonidos que constituyen
un bello-conjunto son bellos individualmente" (I, 6, I, 30-36). La última
parte del fragmento hace
extensiva la observación a lo que en música corresponde
al concepto visual de
simetría, es decir los principios que podríamos llamar
leyes matemático-armónicas
(que no se deben confundir con la armonía inteligible). La
formulación de la idea que tiene
Plotino de lo que es necesario entender estrictamente por
simetría, es
netamente elucidatoria para llegar a comprender la auténtica
relación entre los
cuatro elementos mencionados[21] y la
Belleza: "La belleza
consiste menos en la simetría que en el esplendor que brilla en
esa
simetría" (VI, 7, XXII, 24-25).
Refiriéndose
a la diferencia que existe
entre una mera piedra y aquélla que ha sido trabajada por el
escultor, dice
Plotino: ". .. está
claro que la piedra en la cual el arte ha hecho penetrar la belleza de
la
forma, no es belia porque sea piedra (pues la otra sería
igualmente bella),
sino gracias a la forma que el arte ha introducido"
(V, 8, I, 12-15). La respuesta al
interrogante será, por
lo tanto, que la belleza del arte es el resplandor de la forma, es
"belleza de forma" (éidous Kállos). A esta altura
del desarrollo del tema,
se presenta una grave dificultad: cuando en el capítulo segundo
procuré apresar
el concepto de belleza sensible, postulé su
reducción al ámbito de la
cosa. Sin embargo, nos enfrentamos ahora con una riesgosa y harto
sugestiva
similitud: tanto la belleza sensible como la belleza del arte se
presentan como
resplandor que acompaña la aparición de la forma.
¿Cuál es, entonces, la
diferencia? En el primer
parágrafo del capítulo
cuarto intentaré resolver esta cuestión, distinguiendo
claramente ambos
conceptos. Sólo entonces se hará patente la esencia
última del arte y de la
belleza que en ella brilla. Aún
subsisten dos acuciantes
imprecisiones: a)
Siendo la belleza del arte fulgor de la idea, no resulta
claro cuál es
el papel que desempeñan los cuatro caracteres apuntados
(determinación,
grandeza, vitalidad y simetría). b)
A través del desarrollo de este segundo
parágrafo, se han aclarado los
interrogantes que surgían de la primera aproximación1
al concepto
del arte en Plotino (parágrafo 1).
Pero
una pregunta ha quedado sin respuesta: no sabemos todavía
sí es posible mantener
en alguna medida la noción de utilidad, es decir si
puede integrarse con
la teoría del arte como reflejo de lo inteligible. Estas dos
perplejidades hunden sus raíces en un tema fundamental: la
relación
arte-hombre. ARTISTA
Y CONTEMPLADOR: INTUICIÓN Y
SÍMBOLO Se ha
configurado una idea acerca de la
esencia del arte: la obra plasma la visión interior del
artista. El
creador, en la concepción de Plotino (como el músico
para Platón), es un re-velado, ingresa en el
ámbito de lo no habitual. Hasta el
momento esto es. todo lo
que sabemos acerca de la estructura ontológica del artista. Es
válido
preguntarse, ¿qué vínculo une a la visión
con la obra como entidad acabada que expresa la idea? Dicho de
otra manera,, ¿cuál es la
garantía de que la obra sea un
fiel reflejo de la intuición, o de que la intuición
se corporice en la obra? Al menos es
factible dar cuenta de una
facultad que surge de la interioridad del creador: la capacidad de
intuir lo
transcendente de manera inmediata y secreta. Mas el reconocimiento de
esta aptitud
no basta para abarcar la totalidad del fenómeno artístico
que culmina en el
acabamiento sustancial de la obra. Se percibe claramente la
heterogeneidad que
existe entre la visión, interior y espiritual, y la
expresión, exterior y
concreta. Si se aspira a explicar correctamente este tránsito,
es forzoso
rastrear algún factor desencadenante de la
concreción del cuadro, de la
escultura o de la-melodía; es decir, algo que permita atenuar la
heterogeneidad
aludida. Ya estamos en condiciones de comprender cuál es el
sentido-de los
cuatro caracteres de lo Bello. Respecto de las
leyes de la simetría, y
de las leyes matemáticoarmónicas, dice De Keyser —con
absoluta razón— que son
"intermediarios entre lo inteligible y lo sensible, como una
consecuencia
normal del pasaje de la simplicidad esencial de la forma a la
multiplicidad de
lo sensible". Aclaro un poco este concepto: las leyes simétricas
y las
armónicas no son la belleza ni tampoco la forma, pero
organizan la
presentación sensible de la idea. Y en. tanto el eîdos se
presente, la belleza flotará sobre la obra. Respecto de la
determinación, la grandeza y la vitalidad, sólo informa
De Keyser que se
vinculan con el aspecto de la obra de arte. La cuestión
no se aclara
demasiado, puesto que ignoramos aún qué relación
guardan con la belleza.
¿Podemos juzgarlas asimismo como mediadoras? Creo que De
Keyser advierte la
irrelevancia de esta solución, por lo que guarda prudente
silencio. Personalmente,
me parece posible conjeturar lo siguiente: a poco que se medite sobre
los elementos
aludidos, debe surgir una evidente diferencia entre la simetría
y la armonía
por una parte, y los restantes caracteres por la otra. La
presencia en la obra
de aquellas determinaciones, es una consecuencia de la
aplicación mediadora de
las leyes técnicas que el artista maneja; es decir, la
simetría y la armonía
sensible son efectos de la aplicación de las leyes de
la .simetría y la
armonía que sientan las bases para que —en la obrase
presenten la forma y la
belleza. La determinación, la vitalidad y la grandeza no se
presentan como
consecuencia de la aplicación de técnicas; considero,
más bien, que son una
consecuencia directa de la Belleza misma. Cuando en una obra
brilla ese
fulgor que es lo Bello, se nos aparece como grandiosa, vital,
determinada. En todo caso,
repito, ya se trate de
caracteres que derivan de la aplicación de la técnica,
como de elementos
provenientes del esplendor de la Belleza, ninguna de estas propiedades
puede tomarse
como sinónimo de la Belleza del arte, ni como idénticas a
la forma. Surgen,
como un ornamento constante, cuando la idea y la belleza están
presentes. Ahora bien,
centremos nuevamente nuestra
atención en las leyes armónicas y en los principios
de la simetría: los he
llamado intermediarios, ¿significa esto que el problema
con el que
iniciamos este parágrafo puede darse por resuelto? ¿Hemos
encontrado ya el
puente único que permite que la intuición interior se
corporice en la obra
concreta? Solucionando la
cuestión en estos
términos, debería sostenerse que el puente entre la
visión y la expresión
empírica es simplemente la técnica. En modo
alguno aceptaría Plotino
esta alternativa pues implicaría admitir que la fuente de
la obra de
arte es la técnica, lo que no se integra con la
concepción auxiliar que de esta
última tiene el filósofo. ¿Pero qué clase
de puente se persigue entonces? En
rigor estoy preguntando por una facultad; ya se ha visto que
la
intuición no es suficiente para explicar la aparición de
la obra como tal. Mi
interrogante alude a lo que normalmente conocemos como imaginación
creadora, que se distingue de la técnica en la medida
en
que es una aptitud
espiritual de tanta jerarquía como la visión
inicial; se trataría de esa
misteriosa facultad que organiza y utiliza a la técnica
de una manera
particular, de modo que aparezca en el objeto artístico una
determinada presentación
y no otra. Aclaro el esquema: la intuición
contemplaría la idea, la técnica
organizaría el material con vistas al aspecto único que
tal idea ofrecería en
su manifestación apariencial, aspecto que sólo la
imaginación creadora puede
ofrecer. Estoy persuadido de que este esquema tripartito es la
única forma
de explicar ese tránsito de la unidad a la multiplicidad, de lo
universal a lo
particular, de la idea infinita a la obra limitada. Supongo que
Plotino puede haber considerado esta tríada, pero no he hallado
en su obra un
concepto afín a la imaginación creadora. Krakowski,
por ejemplo, habla de
ella, pero lo que entiende bajo ese calificativo es la facultad de
aprehensión
(por eso sostiene que tal imaginación no existe, siendo
reemplazada por la
intuición). En tanto lo que llamé imaginación
creadora es la sabiduría
instauradora. Correctamente
acota Bourbon di Petrella
que la fantasía, como facultad de representación, es en
Plotino una instancia
inferior, lo que la hace igualmente inasimilable al principio aludido [22]. Se puede
conjeturar que esa revelación
que constituye el ser del artista se manifiesta en una doble facultad:
intuición e imaginación creadora. Más
allá de la presunción no es posible, en
bien de la objetividad, estructurar afirmaciones categóricas
respecto de este
espinoso tema. Aceptando la
cuota de misterio que se
verifica en el hecho artístico, a través de la
indeterminada imaginación
creadora, retomemos una afirmación anterior. Se ha dicho
que la idea ofrece un
aspecto único en su manifestación en el arte; dejando de
lado el problema de la
intuición y la imaginación, nos enfrentamos con una
dualidad: a) la Idea y b)
el aspecto que la idea adquiere en la obra. Habría que precisar
el segundo
concepto, pues en realidad no es posible distinguir el aspecto de la
idea y la
obra. Por lo tanto, rectifico el esquema: a) Idea y b) aspecto que la
idea
asume = obra de arte. Faggin lo
explica así: "El artista
no crea la Idea, sino su expresión
visible". A partir de esta
afirmación, el pensador
italiano llega a una conclusión que juzgo más importante
quizás que todas las
consideraciones de Krakowski o De Keyser: "La
expresión debe ser sugestión
y
símbolo"[23]. Personalmente estoy convencido de que la
consideración de
la obra de arte como símbolo es la
más
gigantesca conquista de la Estética
plotiniana, la que rompe los últimos lazos de la mimesis y
origina una
concepción inédita en Occidente. Faggin no va
más allá del reconocimiento
del carácter simbólico; importa agregar que ese
símbolo de la Idea que es el
arte en Plotino, tiene el carácter de necesidad que
caracteriza al símbolo
metafísico o religioso. Esta necesidad se deriva —con palabras
de Mircea Eliade[24]— del
hecho de
revelar "una modalidad de lo real que no es evidente en el plano de la
experiencia inmediata" El símbolo es el camino por medio del
cual el arte
sugiere lo que trasciende infinitamente nuestro mundo sensible: la
poderosa
esencia de la Idea. Para finalizar,
menciono simplemente una
importante determinación: el arte posee un carácter iniciático,
tanto
para el artista como para el contemplador. Esta misteriosa
particularidad es
agudamente puesta de manifiesto por De Keyser, que la reconoce en dos
aspectos
fundamentales: a)
El contemplador no puede tener acceso a la obra de arte
sin un proceso
de iniciación que lo purifique de lo sensible y le
permita captar lo que
hay de inteligible en el arte. b)
El creador, identificado en este caso
como músico, debe
depurar su
tendencia a las armonías sensibles, y aprender gradualmente
a descubrir
la armonía inteligible. Anoto una
tercera forma de iniciación:
aquella que el arte a su vez implica; tanto el creador como el
contemplador, a
través de la constante vinculación con las
manifestaciones artísticas, ingresan
en el ámbito de un reencuentro del alma consigo misma, la
visión de lo
inteligible que ofrece el arte pone al hombre en el camino de su
realización
definitiva. En este sentido, puedo responder ya al segundo
interrogante
pendiente: es posible conservar el vocablo utilidad, siempre
que se
quite a la palabra toda connotación pragmática; el
arte es útil puesto
que actúa de manera fértil sobre la vida total del
hombre, sirve a la
existencia o a la realización, de determinadas
posibilidades de la existencia,
proyecta al alma hacia el mundo inteligible. Se completa
así la perspectiva que
busqué transmitir. Doy término a este capítulo con
algunas observaciones acerca
del tránsito de la primera a la segunda estética.
Hemos visto que, en Platón,
la teoría mimética y su superación no eran
incompatibles, en la medida en que
la música —arte que cumple el pasaje de una estética a
otra— posee un carácter
a la vez humano y trascendente. En Plotino en cambio, ambas doctrinas
son
absolutamente incompatibles, lo que parece hacer vacilar la
consistencia
interna de su pensamiento. Es lícito
reconocer que el problema
puede vincularse con la cronología y ordenamiento de los
múltiples tratados que
componen las Enéadas, cuestión que el mismo
Porfirio destaca, pero
también es cierto que la totalidad de la obra es el fruto de un
Plotino ya
maduro, lo que lleva a Bourbon di Petrella a negar una interna
evolución de su
pensamiento estético, bien que con argumentos poco
sólidos. Pero lo que me
interesa dejar sentado es
que la hermenéutica de los textos no permite albergar duda sobre
la
preeminencia de la segunda estética en el contexto de su
pensamiento
metafísico. He intentado
demostrar que si en su doctrina de la Belleza, Plotino fue un fiel
platónico,
respecto del arte resultó ser, en última instancia,
un tonante heterodoxo de
insospechada proyección. [1] La
signification..,, p.
25. [2] Paideia, cap. X. [3] Historia de la Estética,
Bs. As., 1965, p. 40. [4] Historia de la Estética,
Bs. As., 1961, p. 62
. [5] SCHUHL, Platón
y el arte
de su tiempo, p. 112 . [7] MOUTSOPOULOS, La musique darts l'Oeuvre de
Platón, p. 258. [8] Op. cit., p. 258. [9] Plato on man and
sodettj, p. 191.
[10] Paideia, p.
615. . Op. cit., p. 191. [11] Op. cit., p. 191 [12] SCHUHL, La musique ...,
p. 101. [13] SCHUHL,
Platón y el arte . . ., p. 20. [14]La
signification . .., p. 30. [15]La teología de
los primeros filósofos griegos, pp. 121-122. [16] MOUTSOFOULOS, op. cit.r p. 264-265. [17] MOUTSOPOULOS, op.
cit., pp.
330 y 351. [18] MOUTSOPOULOS, op. cit., p. 258 [19] MOUTSOPOULOS, op. cit., p. 258. [20] Op.
cit., p. 72. [21] Con
escasas diferencias, corresponden a los caracteres que
ARISTÓTELES vinculaba
con el reconocimiento de lo Bello. [22] Il problema dell'arte. .., cap. II. 2S Op. cit.,
pp. 102-105. [23] Op. Cit., pp. 102-105 [24] "Remarques sur le symbolisme religieux",
en Móphistophéles et l'An-dwgyne, París, 1962, p. 254. |