|
HANS ROBERT JAUSS. LA LITERATURA COMO PROVOCACIÓN Ediciones
Península. Barcelona, 1976. (Fragmento) I La palabra modernidad, que
debería servir para hacer resaltar
lo natural de nuestro tiempo desde el punto de vista cronológico
frente a su
pasado, encierra la paradoja de que (si miramos
retrospectivamente su
tradición) la pretensión que formula viene
continuamente desmentida de un modo
evidente por su retorno histórico. El término no fue
acuñado para nuestra
época ni parece en general apropiado para caracterizar de
forma inequívoca lo
singular de una época. Es verdad que la
acuñación sustantiva de la
modernité francesa, al igual que su correspondencia alemana
die Moderne, es de fecha reciente. Las dos palabras
aparecen
cronológicamente ya en la
frontera del horizonte que separa la percepción del mundo
histórico que nos es
familiar de aquel pasado que ya no nos es accesible sin la
mediación de la
comprensión histórica. Lejano, en este sentido, como
pasado separado de nuestra
modernidad, puede considerarse hoy el Romanticismo, como
época literaria y
también política. Si se considera s final
histórico en la Revolución de 1848,
la aparición de la nueva acuñación de la
modernité parece en realidad
anunciar la conciencia de un nuevo modo de entender el mundo. La
modernité, que
aparece por primera vez, en 1849, en Mémoires
d'Outre-Tombe, de
Chateaubriand,[1] fue
elevada, en Francia, sobre todo por obra de
Baudelaire, a la categoría de lema programático
de una nueva estética.[2] En
Alemania, die
Moderne se puso de moda a partir de 1887, después de que E.
Wolff, en una
conferencia ante la sociedad berlinesa «Durch» hubiese
formulado con diez
tesis su nuevo Princip der Moderne, .el cual, sin
embargo, comparado
con la tendencia de Baudelaire hacia el surnaturalisme, sólo
es capaz
de atestiguar un atraso nacional.[3] No
obstante, incluso como
signo de una nueva época del arte, la modernité de
Baudelaire no puede
hacer olvidar que la acuñación de este término es
la tardía sucesora de una
larga historia verbal y que, incluso en el significado más
reciente del
sustantivo, depende del adjetivo, acuñado inicialmente, modernus,
el
cuál, como «uno de los últimos legados que la
lengua latina tardía hizo al
mundo posterior», se encuentra en una tradición literaria
aún más antigua.[4] Y
esta tradición tiende
completamente a hacer aparecer como ilusoria la pretensión que
se encierra en
el concepto de modernidad: la de que el tiempo, la
generación o la época
actual tiene un derecho propio a lo nuevo y, por consiguiente, a
afirmar un
progreso más allá de lo antiguo. Ya que casi a lo largo de toda la
historia de la literatura y cultura
griega y romana, desde la crítica alejandrina de Hornero hasta
el diálogo de
los oradores de Tácito, con tales pretensiones de los
«modernos» se encendió
una y otra vez la disputa con los devotos de los
«antiguos», pero también, en
última instancia, el curso de la historia se ha encargado
de poner fin a esta
disputa. En la medida, pues, en que los «más nuevos»
se convirtieron inevitablemente
con el tiempo a su vez en los antiqui, los sucesores
asumieron el papel
de los neoterici y, en vista de esta consecuencia propia de un
ciclo
natural, resultó al cabo confirmada la opinión con
que Tácito pone fin a la
disputa de Aper y Messalla por medio de Maternus: «Dado que a
nadie le es
posible al mismo tiempo alcanzar gran fama y gran sosiego, cada
cual debería
gozar de las ventajas de la época en que vive sin disminuir las
de otras épocas.»[5] Desde este punto de vista, la autosuficiencia
histórica con la que, desde la época carolingia, los moderni
se han
venido enfrentando a los antiqui en todos los
«Renacimientos» de la
literatura europea, puede convertirse también en una
«constante literaria» y
aparecer para la historia de la cultura occidental tan natural y
corriente
como el cambio de las generaciones en biología. Entonces, la
serie de Querelles
des Anciens et des Modernes, que surgieron de la pregunta
continuamente
formulada y respondida acerca de la ejemplaridad de los antiguos y
acerca del
sentido de su imitación, y señalan el camino de la
literatura europea hacia su
clasicismo nacional, ¿no sería todavía,
después de todo, una «herencia
antigua», previamente marcada por un modelo clásico,
es decir, no estaría al
cabo también nuestra actual conciencia de la modernidad
prendida en el mismo
ciclo de una sucesión desconocida o acaso no confesada? Sin embargo, detrás de
esta argumentación se esconde un ardid de la
metafísica filológica (fundada por los Anciens) de
la tradición. Este
ardid, en la Europäische Literatur und lateinisches
Mittetlter, prototipo de la investigación orientada hacia la «supervivencia
de la
Antigüedad», se utiliza de diverso modo, pero se aplica
en la forma más impresionante
cuando Ernst Robert Curtius cita el escrito pseudolonginiano Sobre
lo
sublime para sugerir que también el concepto moderno de la
imaginación creadora
ya se había formado previamente en una tradición de
la Antigüedad durante
mucho tiempo olvidada: «Por ello se encuentra un profundo
sentido histórico en
el hecho insignificante de que el culto a Virgilio, del paganismo
tardío,
exprese, por primera vez, aunque a tientas, la idea referente a la
poesía
creadora. Esta idea brilla como una lamparilla mística en
el atardecer del
mundo senescente. Por espacio de casi un milenio y medio estuvo
apagada. Pero
en el fulgor matutino de la juventud de Goethe vuelve a
encenderse.» ¡Como si
se tratase sustancialmente de la misma idea, la cual, por desgracia,
«fue ahogada
por la indestructible cadena de la tradición de la
mediocridad» y sólo podía
encontrar de nuevo en Goethe a su genio correspondiente![6] De
esta manera puede
salvarse también el concepto moderno del arte creador, dirigido
contra el
antiguo principio de la «imitación de la
naturaleza», para la continuidad mística
de la sustancia de la cultura occidental. La Querelle des Anciens
et des
Modernes tiene, en este contexto, la misma
significación: constituye un
tópico literario, acuñado en la Antigüedad, que
vuelve una y otra vez en las
revueltas de la juventud, condicionadas por las generaciones, y
que indica la
forma en que de siglo en siglo van desplazándose las
proporciones entre los
escritores antiguos y los más nuevos.[7]
Así, es posible ver
preformado en el modelo de los antiguos moderni y antiqui incluso
el proceso secular mediante el cual la literatura y el arte de la
época moderna
fueron apartándose más y más del canon de la
Antigüedad como pasado normativo
es posible pasar por alto la ruptura entre el concepto antiguo y el
concepto
cristiano de la modernidad y volver a incluir finalmente en el ciclo de
un
retorno natural el alejamiento irreversible, realizado en nuestra
modernidad,
del modelo que se había hecho histórico. En cambio,
si nos fijamos en el
proceso histórico que se esconde aquí en una
tradición aparentemente
autónoma, entonces la historia de la palabra y del
concepto de modernus indica que el significado del
término latino
tardío en tiempo de su
acuñación aún no existía por completo y
ciertamente aún no se podía prever. El
sentido de modernus no se agota en el significado intemporal
del tópico
literario. Más bien aparece con el cambio histórico
de la conciencia de la
modernidad y podemos reconocerlo en su poder formador de historia
allí donde
se manifiesta la oposición condicionante, la
«separación» de un pasado mediante
la autocomprensión histórica de una nueva actualidad. Que el significado de la palabra moderno
es más fácil de
comprender a partir de sus opuestos, puede demostrarse en el mero y
cotidiano
uso del lenguaje. Moderno designa aquí la frontera
entre lo de hoy y lo
de ayer, entre lo nuevo y lo viejo; dicho más exactamente y
explicado en el
fenómeno, a este respecto tan ilustrativo, de la moda: la
frontera entre lo que
acaba de producirse y lo que acaba de ser puesto fuera de
circulación, lo que
ayer aún era actual y hoy ya es anticuado. En el terreno de la
moda, el rebasar
la frontera de lo moderno aparece como un proceso mediante el cual lo
que hasta
'hace poco tenía validez se ve no sólo
desvalorizado, sino arrojado a la
inutilidad de lo caduco, sin la curva de descenso de los procesos
orgánicos: «Ce
qui paraîtra bientôt le plus vieux,
c'est ce qui d'abord aura paru te plus moderne.» [8]Ahora bien, dado que
lo moderno de hoy no puede distinguirse sustancialmente de lo que
mañana puede
estar démodé y caer en el ridículo
papel del anacronismo, la oposición
con respecto a lo moderno deberá buscarse más
allá del cambio. En realidad, la
firme oposición con respecto a un vestido confeccionado
según la última moda no
es, por ejemplo, este mismo vestido cuando haya pasado de moda,
sino un
vestido que el vendedor nos encomia como «intemporal» o
«clásico». Lo moderno, en el sentido
estético, ya no se distingue para
nosotros de lo antiguo o
de lo pasado, sino de lo clásico, de lo eternamente bello, de lo
que tiene
validez intemporal. Al final de nuestra consideración
veremos que la
comprensión previa de lo moderno, como se advierte en este uso
de la palabra y
en su oposición implícita, fue configurada hace
aproximadamente un siglo por
una nueva orientación de la estética. Es atestiguada
primero en Baudelaire y su
generación, cuya conciencia de modernité determina,
en parte, nuestra
comprensión estética e histórica del mundo. II ¿De qué modo en la
aparición y en la historia de la palabra moderno se
anuncia la conciencia de haber dado un paso desde lo
antiguo hacia lo
nuevo, y cómo se hace palpable la autocomprensión
histórica en las cosas que se
oponen a lo que cada vez se experimenta como modernidad? La siguiente
historia
de la palabra debe limitarse a estas preguntas. Se dirige de
preferencia a las
transiciones de una época a otra y persigue el objetivo de
buscar, en el
significado de la palabra y en sus oposiciones, el reflejo de una
experiencia
temporal que, según Schelling, puede reducirse al concepto de
«separación de lo
pasado» y considerarse como constitutivo de cada conciencia de
época.[9] La palabra modernus está
atestiguada por primera vez en la
última década del siglo v, en la época de
transición de la antigua Roma al
nuevo mundo cristiano, de suerte que en seguida se suscita la
pregunta de si
en esta nueva acuñación se anuncia una conciencia del
final de la época antigua
y del comienzo de la era cristiana. En los documentos más
antiguos, la palabra
tiene al principio únicamente el significado técnico de
la frontera de la
actualidad, que corresponde a su origen etimológico. Modernus
(al igual
que hodiernus, de hodie) se deriva de modo, palabra
que en
esa época no significa sólo únicamente,
precisamente, en seguida, sino
que probablemente pudo haber tenido ya el sentido de ahora, en el
que pervive
durante el románico. W. Freund (cuya excelente exposición
nos sirve de pauta)
ha demostrado con razonamientos suficientes que modernus no
significa
tan sólo nuevo, sino actual, matiz de
significado decisivo que
justifica la nueva acuñación de la palabra.[10]
Solamente modernus, entre
los conceptos temporales afines por su significado, cumple la
función de
designar exclusivamente el histórico «ahora» de la
actualidad.[11]
Así, aparece en 494-495
en las Epistolae pontificum, en Gelasio, el cual emplea
la palabra para
distinguir unos hechos muy recientes, es decir, los decretos (admonittones
modernas) del último sínodo romano, de las antiquis
regulis. La antiquitas, a la que aquí modernus
entra en una
oposición completiva, es el
pasado cristiano-eclesiástico de los patres o veteres,
o sea, los
sucesores de los apóstoles hasta los obispos del Concilio de
Calcedonia.[12] La
frontera en la que
tropieza esta antiquitas con la actualidad (nostra aetas) es
el
año 450, o sea, que se encuentra casi 50 años
atrás. Aquí no se pone de
manifiesto el pasado pagano-romano; poco después
aparecerá en Casiodoro como antiquitas, opuesta a nostris
temporibus o a los saeculis
modernis, y
atestiguará que «lo más tarde, hacia el año
500, será considerada como algo
pasado la cultura helenístico-romana y la estatalidad romana por
una serie de
contemporáneos».[13] A comienzos del siglo V, Orosio designa ya la
propia época como témpora Christiana. Su
filosofía de la historia sitúa
el punto inicial de la era cristiana, los germina temporis
Christiani, en
la época de la paz de Augusto, a la que contrapone la falta de
paz del pasado
pagano. En su cuadro histórico, que, en la continuidad
suprahistórica desde el
nacimiento de Jesucristo, hace que desaparezca la oposición
entre cristianismo
e Imperio romano, no hay todavía sitio para la oposición
conceptual de
actualidad «moderna» y Antigüedad autoritativa.[14] Esta
oposición conceptual
se hace visible en el nuevo par de vocablos antiqui y moderni
por
vez primera en Casiodoro, el cual considera ya como un pasado
definitivo Roma
y la cultura antigua. Casiodoro dio la primera acuñación
a la oposición,
históricamente poderosa, que en el concepto de antiquitas separa
un
pasado modélico de la modernidad de una época
progresiva. Para él, la
presencia del reino de Dios se halla bajo el ideal de la misión
de renovar la
pasada grandeza del Imperio romano y de su cultura.
Formulaciones como la de
su carta a Símmaco: «Antiquorum
diligentissimus imitator, modernorum nobilissimus institutor»[15] revelan
sentimientos de admiración hacia los
«antiguos», admiración que sin reparo
alguno puede compaginarse con la afirmación de la
pretensión histórica de los
«más nuevos», porque aquí aún no se ha
planteado la cuestión relativa a
progreso, decadencia o renacimiento. Pero, precisamente por esto,
la relación
entre modernidad y antiquitas en Casiodoro se diferencia
de los
posteriores «renacimientos», como, por otro lado, de la
autocon-cepción
histórica de los moderni medievales, que se basaba en
la creencia en la
igualdad, e incluso en la superioridad de los tempora Christiana. III La oposición de la
actualidad cristiana con respecto a la Antigüedad
pagana, que se anuncia con el máximo vigor en el círculo
de eruditos que rodean
a Carlomagno y luego de nuevo en el llamado «Renacimiento
del siglo XII», es
sólo un aspecto parcial de la ulterior historia del concepto,
que en la Edad
Media despliega toda la amplitud del significado verbal entre
«límite del
tiempo» y «época». Si resumimos la
historia de la palabra, según se pone de manifiesto
gracias a las investigaciones de W. Freund y J. Spörl,
observaremos en conjunto
un proceso de periodización progresiva: la frontera
cronológica, que va
avanzando, de la modernitas se amplía primeramente
hacia un mayor
espacio de tiempo y luego vuelve a dejar este espacio de tiempo
detrás de sí
como una época definitivamente acabada, de suerte que se
intercala un nuevo
pasado entre la actualidad «moderna» y la antiquitas
de la Antigüedad
pagana. Así, la palabra modernus, que por primera
vez adquiere una gran
difusión en la época carolingia, distingue, en el siglo
IX, el nuevo reino
universal de Carlomagno corno seculum modernum de la
Antigüedad romana.[16] Pero
poco después, al
Imperio alemán le parece entonces la gloriosa época de
Carlomagno como el
pasado ideal, y la restauración de su reino como una
misión equivalente a la
restauración del Imperio romano.[17] En
el terreno de la
filosofía y de la poesía, la palabra moderni separa
a los escritores
cristianos, con Boecio como límite, de los autores
grecorromanos; pero la
distancia con respecto a los antiqui, en la tradición
docente, puede
acortarse más y más y finalmente separarse por completo
de la relación con
respecto a la Antigüedad clásica. En el siglo XIII, la pareja de conceptos
todavía indica tan sólo el breve
lapso de tiempo de una diferencia de generaciones entre dos tendencias
de
escuela, la de los antiqui, que enseñaban en
París hacia 1190 a 1220 y
la de los que vinieron detrás de ellos, los moderni, que
introdujeron la
«nueva filosofía» del aristotelismo.[18] El
movimiento así
acelerado vuelve a pararse luego en el siglo XIV, porque ahora la
más reciente
disputa de dos escuelas, el nominalismo de Gclcham y el realismo de los
seguidores de Escoto y de santo Tomás, se consolidó de
tal forma que la
oposición de via moderna y via antiqua siguió
subsistiendo por
espacio de casi dos siglos más allá de la frontera de la
actualidad
terminológica.[19] El contraconcepto de antiqui separóse
aún en otro respecto de
la Antigüedad pagano-romana. La antiquitas como
concepto del pasado
modélico pudo transferirse también a los veteres cristianos,
a los
fieles del Antiguo Testamento o a los Padres de la Iglesia.[20] Pero
el denominador común
de la palabra cargada de tradición no debe hacernos olvidar el
hecho de que en
la cuestión entre autores cristianos y paganos, patres
(sancti) y philosophi, existía una frontera a la
que se atenían
incluso humanistas como Juan de
Salisbury, aun cuando éste contase a Virgilio y a Terencio
entre «los
nuestros» e incluso una vez llamase «filósofo
cristiano» a Orígenes.[21] La
Edad Media no veía aún
a los antiqui paganos y cristianos en la unidad de una
«Antigüedad
pagano-cristiana».[22]
Y si los moderni del siglo xii tuvieron
en
especial medida la conciencia de una transición entre dos
épocas: «del comienzo
de la época nueva, comparada con la cual es "antiguo" todo
lo
anterior: la Poética de Horacio los Digestos, la
Filosofía, y ciertamente
antiguo en el mismo sentido que el "Antiguo Testamento", en esta
revuelta de la juventud contra la tradición escolar y contra la
autoridad de
los autores clásicos, había aún algo
más que un conflicto de generaciones,
detrás del cual creyó ver E. R. Curtius, lo mismo que
antes, el modelo antiguo.[23] La arrogancia con que hacia el
año 1170 una nueva generación de
autores que escribían en latín y en su lengua
vernácula (entre ellos, Mateo de Vendôme,
Juan de Hanville, Gualterio de Châtillon, Gualterio
Map, Chrétien de Troyes, María de Francia) se opuso a los
«antiguos», se basa
en el mismo motivo que todo el «Renacimiento del siglo XII». Se trata de la autoconciencia
histórica de una época
de esplendor que, a diferencia del Renacimiento humanístico de
Italia, no se
experimentó como imitación ni tampoco como
renovación de la antiquitas, sino
como superación y plenitud de la misma. La experiencia
cronológica de los moderni del siglo XII no es
cíclica (como ha indicado
Friedrich Ohly), sino
tipológica.[24]
Posee la forma específica de una experiencia
histórica cristiana: «La
tipología coloca lo separado en el tiempo en la relación
lógica de sublimación
de lo antiguo en lo nuevo. Lo nuevo suprime lo antiguo, lo antiguo vive
en lo
nuevo. Lo antiguo es redimido en lo nuevo, lo nuevo se edifica sobre
los
cimientos de lo antiguo. [...] La interpretación
tipológica es un acto de
asimilación de lo antiguo en virtud de lo nuevo, conserva lo
pasado en el
elevado sentimiento de lo presente.» [25] La
experiencia histórica
tipológica anuncia también la famosa imagen, que
posteriormente, precisamente
en el sentido inverso, se interpretó con frecuencia en
favor de la Antigüedad,
y de la que hizo uso por primera vez Bernardo de Chartres: los moderni
como
enanos sentados sobre los hombros de unos gigantes[26]
Atestigua admiración hacia
los antiqui, pero una admiración que revela al propio
tiempo la
conciencia de una sublimación tipológica de lo
antiguo en lo nuevo: el
presente alcanza a ver más lejos que el pasado. Como
justificación del
progreso que la actualidad cristiana considera que ha logrado
sobre los
maestros antiguos, podría servir esta frase de la
Gramática de Prisciano: quanto
iuniores, tanto perspicaciores. La forma como en la Edad Media se
citaba y
entendía esta frase la encontramos, por ejemplo, en el
Prólogo a la obra Lais de la poetisa, en lengua
vernácula, María de
Francia: «Los antiguos ya
sabían que los que vendrían después de ellos
serían más listos, porque ellos
[sus sucesores] podrían glosar las palabras del texto y con ello
enriquecer su
sentido.»[27]
Aquí, la comprobación de Prisciano de que la
gramática realizó progresos en
los últimos siglos, se combina con la exégesis del
Antiguo Testamento y se
concibe tipológicamente: el sentido pleno y objetivo del
texto permanece al
principio aún oculto, y sólo con el transcurso del
tiempo, puede ir
desplegándose mediante las glosas siempre nuevas de posteriores
lectores. Al
final, con la última glosa, se manifestará en forma
completa, como, sin
embargo, estuvo ya manifiesto desde el principio por lo que respecta a
la
verdad divina. Así, ahora puede descifrarse por primera vez el
sentido oculto,
es decir, cristiano, de las obras de los anciens, que
había permanecido
oculto para los antiguos filósofos, es decir, para los poetas
paganos. Pero,
en tanto que María de
Francia aun de un modo modesto se incluye a sí misma en el
proceso del desvelamiento
progresivo de la verdad y deja el juicio acerca de su obra al criterio
de la
posteridad más inteligente, en el prólogo a Cligés
(hacia 1176) de su
contemporáneo Chrétien de Troyes, ya se advierte el
orgullo de una conciencia de
sí mismo, que considera la propia época como la cima
de un progreso en la
historia universal, progreso que ya no tiene necesidad de ningún
grado
superior. La caballería y la ciencia, que a los antiguos les
fueron «solamente
prestadas», mediante la traslatio studii, pasaron de
Atenas a Roma, de
Roma a Francia, y aquí, tal es la voluntad de Dios, han
encontrado su sede
permanente.[28] Que el tiempo presente debe tener
la preeminencia ante la Antigüedad,
como el cobre viejo ante el oro nuevo, es algo que postula
también en esos años
Gualterio Map, con lo cual trastoca la imagen histórica
clásica de las cuatro
edades del mundo. Su protesta contra el escaso aprecio en que se tiene
el
presente utiliza el argumento de que en todas las épocas la modernitas
causó desagrado («ómnibus seculis sua
displacuit
modernitas»), por lo cual también
su propia obra sólo podrá" adquirir prestigio cuando un
lejano futuro le
haya conferido una antiquitas.[29] Su
obra De nugis curialium (entre 1180 y 1192) es también
digna de tenerse
en cuenta por el hecho de que en ella aparece varias veces el nuevo
término de modernitas y se le define por vez primera:
cuando llama modernitas a
«nuestros
tiempos», se refiere con ello a los últimos cien
años transcurridos, porque
desde ese espacio de tiempo los acontecimientos (notabilia) aún
están
frescos e inmediatos en la memoria de todos, aún pueden
verse en su conjunto y
aún es posible narrarlos con detalle.[30]
Desde el punto
de vista histórico, esta definición corresponde, por
ejemplo, al período del
«Renacimiento del siglo xii»; pero
también podría tener validez para el horizonte recordable
de generaciones posteriores
hasta llegar a nuestra modernidad actual. La nueva palabra de modernitas
no
fue acuñada por el propio Gualterio Map. Ya se la encuentra en
el siglo XI, en
Berthold von der Reichenau, en un relato acerca del Sínodo
romano sobre el
ayuno, de 1075, convocado por el papa Gregorio para traer de nuevo
a la
memoria unos preceptos de los padres que modernitas riostra había
olvidado.[31] Por
consiguiente, en el primer empleo (hasta ahora comprobado) del
concepto, la modernitas tiene un significado peyorativo.
El neologismo (como
indicó W. Freund) se
halla estrechamente relacionado con las ideas reformadoras durante la
lucha por
las investiduras. Aquí, la conciencia del tiempo ya no se
formula simplemente
en la oposición entre presente y pasado, sino con la mirada
puesta en una doble
pausa cronológica, «por un lado, como final del
tiempo modélico de los antiqui,
y por otro lado, frente al presente inmediato, destinado a
restablecer
aquella remota antiquitas».[32] La
modernitas aparece aquí como un tiempo intermedio
en el proceso que
conduce a un tercer grado superior, que ha de alcanzarse en el futuro
por medio
de una reformatio. Con la nueva división en tres partes
de esta
conciencia histórica reformatoria se inicia una evolución
que se manifiesta en
la época de las fundaciones de órdenes desde Pedro
Damiano hasta Joaquín de
Fiore, pero que no es posible seguir aquí.[33] El
«tiempo intermedio» de
la especulación histórica en tres fases de estos moderni
cristianos,
que, en el mundo, considerado tipológicamente, de la
historia de la salvación,
reciben la denominación de media aetas, y puede
alcanzar la dignidad de
un «alto tiempo del medio»[34], se
nos aparecerá con un
signo completamente distinto cuando pasemos a tratar de los
comienzos del
Renacimiento humanístico. IV «O seculum! O litterae!
Iuvat vivere...», la famosa
exclamación con que Ulrich von Hutten saludó en 1518
en una carta a Willibald
Pirhheimer el nuevo florecimiento de los estudios y de los grandes
talentos («Vigent
studia, florent ingenia»), no caracteriza
únicamente una conciencia de la
época cambiada.[35] Como
frase proverbial, se ha convertido en una especie de prototipo del
nacimiento
de una nueva época. La idea de que el comienzo de una
época puede llegar a ser
consciente en seguida con el acto de pasar de lo antiguo a lo nuevo, se
ha
convertido evidentemente en un esquema de percepción
histórica que dificulta,
en otros umbrales de época (como posteriormente en los albores
de la
Ilustración), el reconocer una experiencia completamente
distinta. Ya que el
paso dado por encima del umbral de una época no ha de
relacionarse forzosamente
siempre con la percepción de «mira, todo ha sido
renovado». La continuación de
la cita de Hutten alude a la situación histórica,
indicando que el sentimiento
de felicidad de poder vivir, ahora y aquí, en un mundo que acaba
de surgir de
nuevo, es producido de un modo especial por una singular experiencia de
lo
antiguo y pretérito. «Heus tu, accipe laquium,
barbaries, exilium prospice»: ahora la barbarie debe
ser encadenada y esperar el exilio.
«Barbarie»
quiere decir el pasado, ahora abandonado, de la Edad Media. La
imagen se
relaciona con la idea difundida a partir de Boccaccio de que las Musas
habían
vuelto al fin de su largo exilio;[36] a la
barbarie del tiempo
que ha tocado a su fin se enfrenta, pues, aquí el cambio fatal
de la situación.
Con referencia al comienzo de un nuevo florecimiento intelectual,
se encuentra
en un documento muy antiguo, en la poesía de Benvenuto Campesani
sobre el
descubrimiento de un manuscrito de Catulo en el año
1323, junto a la
imagen del retorno del exilio, la imagen también de la
resurrección (de
resurrectione Catulli).[37] Poco
después, la idea del nuevo despertar de la poesía se
referirá a Petrarca y a
los grandes florentinos.[38] Y
Filippo Villani alaba a
Dante, por haber llamado la poesía desde un abismo de oscuridad
hacia la luz, y
por haberla levantado de su estado de profunda postración.[39] Estas imágenes se
anticipan a la metafórica del «Renacimiento» que
interpreta orgánicamente el nuevo comienzo. Se basan en la
conciencia de una
modernidad de la que es peculiar el negar por completo a su
pasado, que acaba
de dejar atrás, el carácter de una época
independiente o incluso el carácter de
una mera fase preliminar. El tiempo que ha llegado a su fin aparece
aquí
todavía sólo via negationis como barbarie o
tinieblas, de suerte que, en
lo sucesivo, un intervalo vacío u oscuro vendrá a ocupar
en la mente de los moderni humanistas el lugar que en la
imagen histórica
tipológica de los
reformadores cristianos le correspondía a la media
aetas como tiempo
supremo de transición. La modernidad del incipiente
Renacimiento niega ante
todo la triple división de la historia que posteriormente
surgió de este intervalo
como esquema de historia universal de los períodos de
Antigüedad, Edad Media y
Época Moderna.[40] Los
humanistas restablecen la gran antítesis de antiqui y moderni,
al
no querer ver ya su pasado en los últimos siglos transcurridos,
que para ellos
eran una época de tinieblas, y en buscarlos en la antiquitas
de los
autores griegos y romanos redescubierta, remota y al propio tiempo
nuevamente
comprendida. Esta nueva lejanía constituye el indicio
más seguro para
distinguir el humanismo medieval del Renacimiento propiamente
dicho. Ya que en
el llamado «Renacimiento del siglo XII», los moderni se
hallaban tan
despreocupadamente frente a sus modelos antiguos como si tuvieran
ante sus
ojos las obras de su propia época. Y cuando la floreciente
literatura en lengua
vernácula admitía temas antiguos, los autores
utilizaban y modernizaban el
material con una libertad tan asombrosa que revela que todavía
no se sabían
restringidos por ningún principio humanístico de la
fidelidad a los textos.[41] Lo
que separa a los humanistas
del Renacimiento italiano de sus predecesores medievales no es ya
el orgullo
de pertenecer a una nueva época con la cual vuelve a despertar
la cultura
antigua, sino ante y sobre todo la conciencia, que se ha hecho
visible en la
metafórica del intervalo oscuro, de una separación
histórica entre Antigüedad
y presente propios. En el terreno del arte, esta separación es
sentida como
distancia que separa a uno de la perfección, y constituye
el fundamento de su
nueva relación de Imitado y Aemulatio. En la
concepción de un
intervalo de los «siglos oscuros» reside asimismo el germen
de la concepción
histórica del Renacimiento que hizo posible presentar la
oposición de antiqui y moderni, de
Antigüedad modélica y
época moderna consciente de sí
misma en el esquema de una periodicidad cíclica del retorno
o del
renacimiento. El abandono de la concepción histórica
medieval, unilineal, que,
en una sucesión de fases irreversible se encamina hacia su fin,
se advierte
trascendentalmente en la tradición literaria en Petrarca.
Este autor, en el
año 1341, visitó Roma por segunda vez con ocasión
de su coronación como poeta
laureatus. Su carta a Giovanni Colonna, con quien había
recorrido la
ciudad, evoca el momento en que ambos, sentados en las ruinas de
los baños de
Diocleciano, hablaban sobre el pasado y dividieron la historia en dos
grandes
períodos, el antiguo y el moderno, que habían de
tener su marca fronteriza en
la victoria del cristianismo sobre Roma.[42] A
este segundo período,
en el cual quiso Petrarca detenerse en su obra De viris
illustribus, le
da el nombre de época de oscuridad: «Nolui autem
protam paucis nominibus
claris, tam procul tantas que per tenebras stilum ferre.»[43] En
lo sucesivo, la historia antigua y la moderna se separan en un
trascendental
punto crucial: la época en que Roma cayó bajo el dominio
de los «bárbaros» y en
que con la caída del Imperio romano también la cultura
antigua comenzó a
hundirse en la oscuridad. Con ello, el fin de la antigua Roma ocupa en
el
cuadro histórico de Petrarca el lugar que para los historiadores
de la Edad
Media únicamente correspondía al nacimiento de
Jesucristo, profunda pausa de la
historia de la salvación. Sin embargo, no sólo el nuevo
punto crucial de la
historia universal, sino también la metáfora de la
oscuridad indica una
concepción originariamente religiosa. Es la oscuridad en
que vivían los
paganos antes de que Jesucristo trajese al mundo la luz de la fe.[44]
Petrarca, que en
ocasiones empleó él mismo esta metáfora en el
antiguo sentido,[45]
probablemente fue el
primero que le dio el sentido nuevo para simbolizar la luz de la
cultura
antigua que, después de ser vencidas las tinieblas en un
futuro mejor, podría
volver a brillar con fulgores nuevos y puros.[46] Lo
antiguo y lo nuevo, la
metáfora cristiana de la luz y su transinterpretación
humanística, se
encuentran aquí en directa coexistencia. Seguramente estaba
lejos del
pensamiento del propio Petrarca el contraponer lo uno a lo otro. La
competencia
entre la historia unilineal y la cíclica, que aún
había de desempeñar un papel
importante en el curso posterior de la disputa entre Anciens y
Modernes, tiene,
al parecer, en el cambio que Petrarca realiza en la metáfora de
la luz,
refiriéndola a la caída y reaparición de
Roma, un primer punto de apoyo. Cuando
parecía haberse cumplido la esperanza formulada en la misma
carta de 1341: «Quis
enim dubitare potest quin illico surrectura sit, si ceperit se Roma
cognoscere?»[47],
y los
contemporáneos de Hutten vieron regresar la pasada grandeza de
la Antigüedad
en el presente florecimiento de los estudios y de las artes,
detrás de la
metáfora de la luz hizo también su aparición la
periodicidad indicada en la
«época de oscuridad» de Petrarca.[48] «Hoc
enim seculum
tamquam aureum liberales disciplinas, ferme iam exstinctas reduxit in
lucem»: la
época propia representa para Ficino como un nuevo Siglo de
Oro que ha traído
de nuevo a la luz las artes liberales casi ya extinguidas.[49] La
nueva imagen del
retorno del Siglo de Oro va ligada aquí todavía a la
metáfora de la luz, que en
muchos otros documentos de la época es sustituida ya por la
metáfora del
renacimiento.[50]
Del cambio periódico entre épocas de luz y de
tinieblas al retorno
cíclico de la edad dorada no va más que un pequeño
paso. Pero con este paso los
oscuros siglos comprendidos entre la caída y el retorno de
Roma se contraen en
un mero tránsito en el que se apaga el recuerdo, tan pronto como
este tránsito
ha sido recorrido. El desfile del carnaval de Florencia de 1513
muestra en la
última carroza el «Triunfo de la Edad Dorada» y
comenta la imagen mediante la
figura del Fénix que, de sus propias cenizas, vuelve a
remontar el vuelo:[51]
símbolo de la
autocomprensión de una época que ve surgir el propio
mundo de la «combustión»
de una época de hierro y adquiere, por decirlo así,
la conciencia de su
modernidad en la vuelta a un pasado ideal, en la mirada
maravillada hacia el
prototipo de lo perfecto, ya realizado una vez por la
Antigüedad, prototipo
del que se cree que sólo se puede alcanzar por el camino de 3a
imitación y
quizá pueda incluso ser superado un día. V La protesta, que al final de esta
época rompió el conjuro del ideal de
perfección humanístico y tuvo como consecuencia la
destrucción de la imagen
clásico-universalista del mundo y del hombre, fue iniciada
por Charles
Perrault, en el punto culminante del clasicismo francés, en la
sesión de la Academia française de 27 de enero de 1687. Con ello
comenzó una
nueva Querelle des Anciens et des Modernes, en la que se
enzarzaron
todas las mentes más conspicuas de la época, querella que
los dividió en dos
bandos enemigos y, al cabo de más de veinte años
volvió a unirlos en una nueva
confesión que de modo imprevisto había solucionado
la oposición inicial. En
esta disputa, en la que el partido de los Modernes esgrimía
contra los Anciens y su fe en la ejemplaridad supratemporal de
la
Antigüedad la idea del progreso
según había sido elaborada por el método de la
ciencia y la filosofía modernas
desde Copérnico y Descartes, vemos la transición hacia
una nueva época, dicho
de otro modo: la posibilidad de atribuir a la Ilustración
francesa el punto
inicial de una época. Sobre esto podríamos, con
Werner Krauss, apoyarnos en
el importante testimonio de Diderot, quien en su artículo Encyclopédie
señala
en realidad a Fontenelle y a Perrault como los precursores de la
Ilustración.[52] Sin
embargo, incluso
entonces permanece en pie el hecho de que aquí, a diferencia del
Renacimiento,
el paso de lo antiguo a lo nuevo es más difícil de
reconocer, porque se
realizó bajo un signo contrario. Los precursores de la
Ilustración, que poco después adoptaron como
nombre de partido el de Les Modernes, no eran en modo alguno
conscientes
de hallarse en el comienzo de una nueva época, sino más
bien al revés, creían
que la humanidad, después de las fases de juventud en la
Antigüedad y de
madurez en el Renacimiento, había entrado en la fase de la
vejez. Perrault, en
el diálogo de introducción de su Paralléle des
Anciens et des Modernes, contra
el «prejuicio» de que la Antigüedad y la
Época Moderna se hallaban en la relación
de maestro y discípulo, utiliza como argumento principal el
de que «c'est
nous qui sommes les anciens». Dice que a los griegos y a los
romanos se les
llama sin razón les anciens, porque, dado que los
que vendrían
posteriormente podrían heredar los conocimientos de sus
predecesores y los
actuales modernos se encuentran en la cima de todas las experiencias
acumuladas
hasta ahora por la humanidad, los modernes serían
forzosamente también los más expertos y, por
consiguiente, serían los verdaderos anciens[53].
Detrás de este argumento;
se halla la
formulación que Bacon hizo famosa de que la verdad es hija del
tiempo, y
también el pensamiento expresado por primera vez por
Giordano Bruno de que la
comprensión del
progreso a través del tiempo puede transferirse a la historia de
toda la
humanidad. Hans Blumenberg explica cómo esta comprensión
fue obtenida ya antes
de Bacon y de Giordano Bruno por Copérnico y la importancia que;
tuvo
para la autocomprension de la época moderna.[54]
Sin embargo,
Perrault, que aún citará varias veces , la frase de veritas
temporis filia y
la aplicará al campo de las costumbres y de las artes,[55] no
une a ella todavía
ninguna conciencia de la historia progresiva, que comprenda la
época moderna
como un nuevo comienzo y como una misión insoslayable.[56]
Despues de aducir el
argumento de que los modernes son los «viejos» en
el sentido verdadero
de la palabra, interpreta la frase mediante las edades de la vida
del homme
universal, no clasifica el presente, como cabría esperar,
en el age
parfait, sino en la vejez, y no vacila en declarar, en otro
pasaje, que la
evolución de la humanidad, después del punto
culminante del siécle de Louis XIV, podría muy bien
volver a descender.[57]
Fontenelle considera
igualmente que la humanidad ha llegado a la edad de la virilité,
y entonces
interrumpe su comparación, para no tener que formular para su homme
universal el inevitable pronóstico de ancianidad y
muerte.[58] La
nueva conciencia de
esta modernidad, que en el siglo del progreso científico se
rebela contra la
tendencia de los anciens a considerar a la Antigüedad
como su comienzo
normativo y, por consiguiente, contra la autocomprensión del
perfecto
clasicismo francés, se encuentra aquí todavía en
el dilema de comprender el
propio presente como una época tardía de la
humanidad y, por otra parte, ver a
la historia, a la luz de la razón crítica, avanzando sin
cesar en la época del
progreso. La controversia literaria durante
el período de transición entre los
siglos XVII y XVIII, asume
este
dilema en la forma de que, en el bando de los modernes, se
intenta
suprimir la contradicción entre el concepto de perfección
en el campo de las
bellas artes y el concepto de perfectibilidad en el campo de las
ciencias, en
la perspectiva de un progreso general y continuado de la historia
de la
humanidad. La comparación en gran escala de todas las artes y
ciencias en la
Antigüedad y en la Edad Moderna emprendida por Perrault con
este propósito
(1688-1697) llegó, sin embargo, a un resultado inesperado que es
representativo
de todo el proceso y del final de toda la Querelle. El
portavoz de los modernes, al final de su obra de cuatro tomos,
viose inducido a
reconocer que la
distancia entre Antigüedad y Edad Moderna no puede medirse en
todas las artes
con el tiempo del progreso. La razón de ello no era que Perrault
hubiese
querido negar a la poesía o a la elocuencia moderna todo
progreso sobre la
Antigüedad, sino que para él mismo (como, viceversa,
también para los anciens) se le había hecho
entretanto problemática la
comparabilidad del arte
antiguo y moderno.[59] A
este respecto, el
proceso que en la Querelle, en la época de
transición a la Ilustración,
ha introducido una revolución en la mentalidad, puede resumirse
en tres fases.
Ante todo, los modernes opusieron a la pretensión de
que la Antigüedad
era incomparable en cuanto que había creado para todos los
tiempos la medida
ideal del arte perfecto, el argumento racionalista de la igualdad
natural de
todos los hombres y comenzaron a someter las producciones de los
antiguos a
los criterios absolutos del bon goûüt, dicho de otro modo: a procesarlas ante el tribunal
del gusto de la época clasicista. A ello oponían los
anciens, de
momento, en actitud meramente defensiva, el argumento de que cada
época tiene
sus diversas costumbres, o sea, también su gusto propio;
exigían que, conforme
a esto, había que juzgar los poemas
homéricos con arreglo a «las costumbres de otra
época». De ello fue
desarrollándose, en el curso de la discusión,
paulatinamente el nuevo
reconocimiento, común a ambos bandos, aunque no confesado en
seguida en forma
abierta, de que junto a la belleza intemporal había
también una belleza
condicionada por el tiempo, junto a la beauté universelle existía
también un beau relatif. Por este camino, la lenta
destrucción de las
normas estéticas clásicas condujo a una primera
comprensión histórica del arte
antiguo. El descubrimiento de la
diversidad de lo antiguo y de lo moderno en el
terreno de las bellas artes es el resultado trascendental de la Querelle
que
en Francia cambió la orientación histórica
hacia la dimensión del tiempo
irrepetible y con ello introdujo la Ilustración. Desde las
diferencias entre el
arte antiguo y el moderno, pasando por las diferentes
costumbres del tiempo
antiguo y del nuevo, la mirada se abría más y más
hacia la peculiaridad
histórica de las diversas épocas. El que primero
realizó la suma total de este
desarrollo: «nous envisageons la nature autrement que les
anciens ne Vont
regardée», fue Saint-Evremond, quien ya en 1685
formuló el postulado,
posteriormente realizado por Montesquieu, de que el diverso
carácter de la
época de los anciens y de los modernes, su génie
du siécle, había
de verse tanto en el arte como en el cambio de la religión, en
la forma de
gobierno, en las costumbres y en otras manifestaciones de su vida.[60] Con
la nueva visión de la
Antigüedad modificóse también la
autocomprensión histórica de la propia
modernidad. Durante la Querelle y en número mucho mayor
después de ésta,
se encuentran testimonios de una nueva conciencia de que con la luz de
la razón
ilustrada se había entrado en una época importante,
diferente de todos los
tiempos anteriores. Teniendo en cuenta las ciencias naturales, que
desde los
años ochenta se difundían rápidamente, y la
incipiente crítica histórica,
nacida del protestantismo, habla Pierre Bayle en sus Nouvelles de
la
République des Lettres (1685) de un siécle
philosophe, para el cual
también se apropia él una idea que hasta entonces estuvo
de preferencia
reservada a la verdad de la fe cristiana: «C'est a nous qui
vivons dans un
siécle plus éclairé de séparer le bon grain
d'avec la paule [...]. On se
pique dans ce siécle d'étre extrémement
éclairé.» [61]
En el comienzo de la época de la Ilustración, las lamieres
de la raison se
oponen a la iluminación divina (lumiére du Ciel). Durante
el siglo XVIII, le
siécle éclairé se identifica
más y más con el propio siglo. Así, por
ejemplo, en el año 1719, un periodista
habla del «siécle éclairé ou nous
sommes», el cual ha producido mayor
número de escritores que otras épocas.[62] La
época ilustrada, como siécle
éclairé et poli, está lleno de orgullo por la
altura de su moderna
civilización y recaba para sí el título de siécle
humain, siécle
phihsophique.[63] Desde
mediados de
siglo, se halla generalmente difundida en la literatura
contemporánea la
equiparación de siécle des lumiéres y siécle
philosophique con dix-huitiéme
siécle.[64] Este
uso enfático de siécle como manifestación
de la autoconciencia histórica
de los ilustradores contribuyó a que la palabra,
precisamente en esa época,
adquiriese en francés el nuevo significado
«centenario». En tanto que, por
un lado, el antiguo sentido cristiano de siéclei como
tiempo del mundo, en oposición al reino de Dios,
aún seguía subsistiendo,
pero poco a
poco iba palideciendo, por otro lado, el significado de siécle
como
«tiempo de gobierno», nacido de la idea de la edad de la
vida humana, fue
ampliándose más y más hasta alcanzar el
significado cronológico de «centenario».
Los límites de la extensión temporal de siécle
rebasaron el ámbito del siécle
de Louis XIV y coincidieron
finalmente con el comienzo y el fin del nuevo siglo, para el cual se
afirmó una
misión histórica propia frente al pasado beau
siécle[65].
Así, el esquema externo de división en
«centurias», ya empleado en la
historia eclesiástica, se llenó con la nueva idea,
formada en el saeculum de
la Ilustración, de que, al igual que el presente siglo,
también los otros
siglos podían considerarse por su contenido como épocas
distintas, y por
consiguiente, formando cada uno de ellos una época.[66] Pero
sobre todo es
característico del cambio que experimentó la
auto-consciencia histórica de los modernes ilustrados
el hecho de que éstos, desde el famoso
análisis del presente
realizado por el Abbé de Saint-Pierre en 1735, comenzasen a
considerar la
propia época ante el foro de la historia futura. En una serie de
impresionantes
testimonios sacados de novelas utópicas y de utopías
políticas, Werner Krauss
ha mostrado cómo, desde los años sesenta, surge
continuamente la pregunta de si
los hechos de la actualidad podrían resistir las perspicaces
miradas de una
humanidad progresista.[67]
En este motivo
básico cronológico, que no se encuentra
anteriormente, la modernidad de la
Ilustración se aparta en la forma más resuelta de la
contraposición de los anciens humanísticos:
en el horizonte abierto de una creciente
perfección del
futuro, ya no en la imagen ideal de un pasado perfecto, reside en lo
sucesivo
la norma según la cual hay que juzgar la historia del
presente y hay que medir
su pretensión de modernidad. [1] Según P. Robert, Dictíonnaire
álphabétique et
analog-que de la langue française, París, 1951-1964,
s.v. modernité. [2] Sobre todo en Le peintre de la
vie moderne
(1859), cf. G. Hess, Die
Landschaft in Baudelaires «Fleurs du Mal», Heidelberg,
1953, pp. 40-42. [3] Según F. Martihi, Modern, Die
Moderne, en: Merker-Stammler:
Reallexikon der Deutschen Literaturgeschichte,
2a. ed. t. II, pp. 391-415. [4] E. R. Curtius, Europäische
Literatur und lateinisches
Míttelalter, Berna, 1948, p. 257. [5] . «Nunc,
quoniam nemo eodem
tempore adsequi potest magnam famam et magnam quietem, bono saeculi sui
quisque
citra obtrectationem alterius utatur.» [6] Op. cit.,
cap.
18, § 5: «Nachahmung und
Schöpfung». [7] Op.
cit., cap. 14, § 2: «Die "Alten" und die
"Neueren"». [8] De los Faux-Monnayeurs
citado
por P. Robert, Dictionnaire
alphabétique..., op. cit., s.v. modernité. [9] Die
Weltalter, Urfassungen, ed. M.
Schröter, 1946, p. 11 [10] W. Freund, Modernus und andere
Zeitbegriffe
des Mitlelalters, Colonia, [11] Esta función no fue
percibida o dejó de serlo
por los sinónimos de esa época: la palabra extranjera neotericus
es
frecuentemente desfigurada y va desapareciendo, praesens se
convierte
cada vez más en demostrativo y no designa exclusivamente
(como coetáneas o
como novus) la actualidad histórica,
es decir,
de la
época (cf. W. Freund, op. cit., pp. 5-10, 31). [12] [13] [14] Para el pasado
falta en Orosio el
concepto de antiquitas, y en el presente
metahistórico de sus témpora
Christiana tampoco se elimina históricamente el tiempo
actual, cf. W. Freund,
op.
cit., p. 22. [15] Var. 5, 51. Además, W. Freund, op. cit., p,
32. Véase también Var. 3, 5, 3: «modernis
saeculis moribus ornabantur antiquis». [16] [17] Vease también J. Spörl, Das Alte und
das Neue im
Mittelalter, en: «Historisches Jahrbuch», 50 (1930),
pp. 312 ss. [18] M.-D. Chenu, Antiqui, moderni, en:
«Revue des sciences philosophiques et théologiques»,
17 (1928), pp. 82-94. [19] [20] M.-D. Chenu, op. cit., p.
88; W. Freund, op.
cit., p. 100. [21] M-D Chenu, Les
“philosophes” dans la philosophie chrétienne
médiévale, en “Revue des
sciences phil. et. theol.” 26 (1937), 29; excepciones en W. Freund, op.
cit.
pp.86 ss. [22]Contra E. R. Curtius, Europaische
Literatur..., p.
258: «Cuando hablamos de los "antiguos", nos referimos a los
autores paganos.
Paganismo y
cristianismo constituyen para
nuestro modo de concebir las cosas dos
campos separados
para los cuales no existe un denominador común. La Edad Media
opina de un modo
diferente. Se llama veteres tanto a los autores cristianos
como a los
paganos de antaño. Ningún siglo como el XII
percibió tan intensamente la
antítesis entre la actualidad "moderna" y la Antigüedad
pagano-cristiana.» [23] . Cf.
Ibid., p. 106: «Pero los moderni de esa
época [...] se hallan, sin
embargo, tan dependientes de la imitación de los modelos
antiguos, que siguen
imitando cuando protestan.» El esquema tipológico que
sirve de base a la
experiencia de época de los moderni del siglo XII, no
fue reconocido por
E, R. Curtius, aunque él aquí designa la oposición
con respecto a lo antiguo
mismo como «antiguo en el mismo sentido que el Antiguo
Testamento» (p. 259),
con intención evidentemente metafórica. [24] Synagoga una Ecclesia —
Typotogisches in
mittelalterl-cher Dichtung, en: Miscellania Medievalia, ed. P. Wilpert,
t. 4,
Berlín, 1966, pp. 350-369. [25] Ibid., p. 357. [26] Véase también W. Freund, op. cit., pp.
85 ss., F. Ohly, op.
cit., y finalmente A. Buch,
Gab es einen Bumanismus imn
Mittelalter? en: «Romanische Forschungen», 75 (1963)
p. 235. [27] Custume
fu as anciens, ceo testimoine
preciens, es livres que
jadis faiseient assez oscurement
diseient pur cels ki a
venir esteient e ki aprendre les
deveient, que peüssent
gloser la letre e de tur sen le surplus metre.
(ed.
Warnke, w. 9-16) Seguimos
aquí la interpretación de Leo Sfitzer, Romanische
Literaturstudien 19364956, Tubinga,
1959, pp. 3-14. [28]Ce
nos ont nostre tivre apris, Que Grece ot de
chevalerie Le premier tos et
de clergie, Puis
vint chevalerie a Rome Et de la clergie
la some, Qui ore est an
Trance venue. Des doint qu'ele i
soit retenue Et que li leus ti
abelisse Tant que ja mes de
France n'isse L'enors qui s'i est
arestee. Des Vavoit as
autres prestee, Mes des Grezois ne
des Romains He dit an mes ne
plus ne mains; D'aus est la parole
remese Et estainte la vive
brese.
<ed. Foerster,
vv. 30-44) Para la Translatio
studii y la Translatio
imperii, véase A. Buck,
op.
cit,, p. 226. [29] De nugis curialium 4. 5, ed. M. R. James, Oxford, 1914, p. 158;
también E.
R. Curtius, op.
cit., p.
259, nota 1, y W. Freund, op.
cit., p. 81. [30] Ibid. 1. 30, p. 59:
«Nostra dico tempora
modernitatem hanc, horum scilicet centum annorum curriculum, cuius
adhuc nunc
ultime partes extant, cuius tocius in his, que notabilia. sunt, satis
est
recens et manifesta memoria, cum adhuc aliqui supersint centennes, et
infiniti
filii qui ex patrum et avorum relationibus certissime teneant que non
viderunt.
Centum annos qui effluxerunt, dico nostram modernitatem, et non qui
veniunt,
cum eiusdem tomen sint racionis secundum propin-quitatem;
quoniam ad
narracionem pertinent pretérita, ad
divinacionen
futura.» [31]Según W. Freund, op.
cit,, p. 67
(«Annales», ad a 1075. MG. SS. 5, p.
277, 25). [32] Ibid. pp. 67 y 59. [33] Véase también J.
SPÖRL, op.
cit., pp. 336-341. [34] Según F. Ohly, op. cit., donde
aduce pruebas sacadas de obras de
Rupert von
Deutz, Gerhoh von Reichersborg, san Buenaventura y Joaquín de
Fiore. [35] «O seculum! O litterae!
Iuvat vivere, etsi
quiescere nondum iuvat, Willibalde! Vigent
studia, florent
ingenia, heus tu, accipe laquium, barbaries, exilium
prospice.» Ulrico de Hutten,
Schriften, ed. Böcking, t. I, Leipzig, 1859, p. 217. [36] Vita di Dante (1357-1359):
«Questi fu quel
Dante il quede primo doveva al ritorno delle Muse, sbandite d'ltalia,
aprir la
vida... Per costui la morta poesía meritamente si puó
diré suscítala.» Citado de B. L. Ullmann, «Renaissance.
The word and the
underlying concept», en: Studies
in the
Italian Renaissance, Roma, 1955, p. 15. [37]Versus domini
Benvenuti de Campexanis de Vicencia de resurectione Catulli poete
Veronensis,
que comienza: «Ad patriam venio longis a finibus exul.»
Citado de B. L. Uümann, op.
cit., p. 13. [38] De Colucdo Salutati,
véase B. L. Ullmann, op.
cit., p. 14. [39] «Ea igitur iácente stne cultu, sine
decore, vir
maxitnus Dantes Allagherii, quasi ex abysso tenebrarum eruptum
revocavit in
lucem, dataque manu, iacentem erexit in pedes.» Citado de B. L. Ullmann, op. cit., p.
17. [40]Según A. Klempt, Die
Säkularisierung der
universal historischen Auffassung, Gottinga, 1960, el concepto media
actas (medium aevum) era corriente entre los humanistas desde
1518. Como
prueba más antigua se encontraba hasta entonces en una carta de
Giovanni Andrea
del año 1496 la formulación media tempestas, cf. N.
Edelmann, en:
«Romanic Review», 29
(1938), pp. 3-25. [41] De ello puede ofrecer una
primera impresión la
publicación de un Coloquio de Estrasburgo (L'Humanisme
médieval dans les
littératures romanes du XIIe au XlVe síecle, ed.
Anthime Fourrier, París,
1964). Las relaciones debieron ceder al «humanisme
medieval» en las
literaturas nacionales durante y después del Renacimiento del
siglo XII y
llegaron por diferentes caminos al mismo resultado de que, en vez de la
esperada imitation des anciens puede comprobarse una asombrosa
libertad,
que los humanistas posteriores ya no persiguieron, en la
conexión con el
«legado antiguo»: en las novelas pseudoantiguas, que
presentan los antiguos
héroes en la actualidad del siglo XII anacrónicamente
vestidos de caballeros,
en la recreación del género de la novela en verso, que se
separó del tema de
Alejandro, en la transformación del mito de Narciso, que en el Román
de la
Rose adquiere precisamente el sentido opuesto (la fons mortis se
convierte en fons vitae), en la traducción de autores
antiguos que el
traductor se apropia en refundiciones libres, hasta que de pronto
aparecen
traducciones literales, en las que se advierte otra clase de
respeto ante el
texto original. Este paso desde la actitud medieval hasta la actitud
humanística frente a los textos clásicos lo ha indicado
también en las vulgarizaciones
del Duecento y del Trecento Cesare Segre, véase Lingua,
stile e societá, Milán,
1963, p. 56. [42] «Multis de historiis
sermo erat, quas ita
partid videbamur, ut in novis tu, in antiquis ego viderer expertior, et
dicantur anttque quecunque ante celebratum Rome et veneratum romanis
principibus Cristi nomen, nove autem ex itlo usque ad hanc
etatem» (Le
Familiari, ed. Rossi,
II, 58). Véase también Theodoy E. Mommsen, Petrarch's
conception of the«Multis de historiis
sermo erat, quas ita
partid videbamur, ut in novis tu, in antiquis ego viderer expertior, et
dicantur anttque quecunque ante celebratum Rome et veneratum romanis
principibus Cristi nomen, nove autem ex itlo usque ad hanc
etatem» (Le
Familiari, ed. Rossi, II, 58). Véase también Theodoy E. Mommsen, Petrarch's
conception of the«dark ages»
en: «Speculum»,
17 (1924), pp. 226-242, espec. 232,
que seguimos aquí. [43] Epistolae de rebus familiaribus, ed.
Fracassetti, III, 30,
cit. de Th. E. Mommsen, op.
cií., p. 234, que aún aduce otras pruebas. [44] Véase también
Franco Simone, La
Coscienza della Rinascita negli Umanisti. Primeramente
en: «La Rinascita», 2
(1939), pp. 838-871 y 3
(1940), pp. 163-186, esp. ibid., pp. 177 ss. [45] Véase también el
pasaje citado por Th. E.
Mommsen en e! que Petrarca se lamenta de que Cicerón tuviese que
morir poco
antes de que se iniciase el fin de la noche del error (De suis
ipsius et
multorum ignorantia, ed. M. Capelli, p. 45), op. cit., p.
227. [46] África, IX, 451-457; cf. Th.
E. Mommsen, op. cit.,
p.
240. [47] Fam., VI 2 (ed. Rossi, II 58). [48] El modo como el momento
cíclico puede estar
unido a la metáfora de la luz lo indica Hans Blumenberg, Koperni-kus
im Selbsverstandnis der Neuzeit (Akad.
d. Wsch. u. d.
Lit. in Mainz, Abh. d. geistes- u. soziahvsch. Klasse, Jg. 1964, 5, p.
343) en
la imagen de la aparición de una nueva luz que Giordano Bruno utiliza para el acontecimiento
de la reforma
copernicana: «La
luz,
cuya aparición debe realizarse desde Copérnico hasta
Bruno no es aún la luz de
la Ilustración, es el sol de Vantiqua uera philosophia, y
con esta
metáfora se combina la idea de una periodicidad cíclica
de la historia en la
que la ausencia de la luz es un hecho tan "natural" como su
reaparición.» [49] Carta del 13-IX-1492, en Opera,
ed.
Basilea, 1561, 778; citada por Fritz Schalk, Das goldene
Zeitalter ais Epoche, en:
«Archiv für das Studium der
neueren Sprachen und Literaturen», 199 (1962), p. 87. [50] Ejemplos en F. Schalk, op. cit. [51] «[...] come
le fenice Rinasce
dal broncon del vecchio ¿lloro, Cosí nasce
dal ferro un secólo d'oro» (citado de F. Schalk, op. cit., p.
88). [52] Encyclopédie ou
dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des
métiers, ed. Diderot et
d'Alembert, Ginebra, 1778, t. XII, p 367: «[...] ce Perrault, et
quelques
autres, dont le versificateur Boileau n'était pos en état
d' apprécier le
mérite: La Mothe, Terrasson, Boindin, Fontenelle, sous lesquels
la raison a
fait de si grands progrés». [53] Parallele des Anciens et des
Modernes en ce
qui regarde les Arts et les Sciences, par M. Perrault de
VAcadémie Française, impresión
facsímil de la edición original en cuatro tomos,
París, 1688-1697, intr. por
H. R. Jauss, Munich,
1964, I,
49-51 (p. 113). [54] Primeramente en: Kopernikus
im
Sélbsverständnis der Neuzeit, pp. 357-360,
véase nota 48, luego en: Die
kopernikanische Wende, Frankfurt, 1965. [55] «Sur quelque Art que vous
jettiez les yeux
vous trouverez que les Anciens estoient extremement inferieurs aux
Modernes par cette raison general, qu'il n'y a rien que
le temps ne perfectionne», IV,
284-285 (p. 443), véase además op. cit., Wort und
Sachverzeichnis, s.v.
temps. [56] Como, por ejemplo, Pascal en su
prefacio a un Traite
du Vide de 1647, cf. además H. Blumenberg, op. cit., pp.
357 y 359, nota 2. [57] I, 49-50 (p. 113): «[...]
ries-il pas vray que
la durée áu monde est ordinairement regardée comme celle de la vie
d'un homme, qu'elle a eú son enfance, sa
jeunesse & son age parfait, & qu'elle est présentement
dans sa
vieillesse; cf. op. cit., I, 99 (p. 125). [58] Véase ibid.,
Intr. p. 22. [59] Op. di., IV, 293; véase
también mi Intr., 43-60. [60]Saint-Evremond,
Oeuvres
meslées, IV,
196;
además en: Sur les poémes des Anciens,
Oeuvres, ed. R. de Planhol, París, 1927, vol. I, p.
273. [61] Según F. Schalk, Zur Semantik von
«Aufklärung» in
Vrankreich, en: Festschrijt W. v. Wartburg, ed. K. Baldinger, Tiibinga,
1968,
p. 259. [62] Der Jahrhundertbegriff im 18. Jahrhundert, en W.
Krauss, Studien
zur deutschen und franzosischen Aufklärung, Berlín, 1963,
pp. 9-40, especialmeníe la p. 14: «Del
círculo de] periodismo holandés en lengua francesa
proceden las siguientes
pruebas: "Dans le siécle
éclairé
ou nous sommes,il ne s'agit pas de faire le docteur." Y en la
misma
relación con ello: "Vous savez qu'il n'y a jamáis eu
de siécle si
fertile en auteurs que celui dans lequél nous avons Vhonneur de
vivre."»
Cf. nota 120. [63] Cf. ibid. pp. 13 ss. [64] Según Werner Krauss, Zur
Periodisierung der Aufklärung, en: Grundpositionen der französischen Aufklärung, tomo I de la
serie Neue Beitrage zur
Literaturwissenschaft, ed.W. Krauss y H. Mayer, Berlín,
1955, p. VIII. [65] Según Werner Krauss,
Studien
zur deutschen und irán-zosischen Aufklärung, Berlín,
1963, pp. 9-11, 17. [66] Véase también Fritz
Schalk, Das
goldene Zeitalter ais Epoche, op. cit., p. 96,
nota 27. [67] En «Beiträge
zur romanischen
Philologie», I (1961), p. 95
ss., y
en Studien..., op. cit,, p. 18. |