Memoria Perfecta

Jacinto Dávila

(Por y para el abuelo Paúl)

Estamos en 2089. Este no ha sido un año fácil. Pero, ¿cuál lo fue?. Los desafíos son siempre diferentes, ¿quién puede decir cuál ha sido peor?.

Cuando comenzó el ciclo final de extinción de todas las reservas petroleras, la vida se puso mucho más difícil. Sin duda. Aunque, no sé. Quizás era necesario que pasaramos por todo esto. Ahora, por ejemplo, por fin tenemos este trole eléctrico que, sin ser una maravilla, me permite ir desde mi apartasolo en el Anís hasta la Hechicera en menos de dos horas. No está tan mal cuando hay donde sentarse. Puedo usar este tiempo para navegar y memorizar cosas en mi pódder.

Desde que cambiamos la jornada laboral a 6 horas por día en Unasur, el resto del mundo dice que por acá tenemos tiempo para todo. Pero estas 4 horas al día conmutando no son fáciles de acomodar. No sé como hará la gente que cría niños, con todo y las prioridades de bienestar.

Definitivamente, tiene unas grandes ventajas el vivir en esta parte del trópico. Se supone que hace mucho más calor ahora, pero las montañas ayudan un poco y nos protegen un poco también de esos supertornados repentinos. La verdad, yo no puedo sino estar feliz. Buen lugar para vivir. Soy libre. Mucho teletrabajo y los créditos-salario como delegado en la centenaria Fundacite no están mal.

Tampoco está nada mal lo que me toca hacer. Cuando me gradué de licenciado en leyes pensé que pasaría años tratando de entrar a la barra de defensores certificados y tendría que ganarme la vida resolviendo conflictos domésticos, divorcios instantáneos, desalojos forzosos y cosas así. Fundacite fue una buena movida laboral. Me recibí en poco tiempo como ingeniero organizacional. Con el miedo que yo le tenía a lo electrofísico. Ahora nadie me gana montando unos agentes gestores de conocimiento. La verdad, yo no sé cual era el misterio con las bases de datos. La lógica que nos enseñaron en la escuela de derecho de la ULA ha sido más útil que cualquier otra cosa al momento de diseñar los bancos de datos de los agentes.

No es por nada, pero ese sistema para el banco de sangre del hospital me quedó perfecto. Ahora cualquiera puede saber la disponibilidad de sangre en toda la comuna y, lo mejor, su propio perfil de donante. Es tan difícil conseguir sangre no intervenida en estos días!. Pero, con ese perfil, los donantes puros podrán recibir fácilmente la beca sanguínea para ayudarlos a cuidarse.

Y todo lo hice yo solito. Lo único que falta es que la Ministra lo digifirme. Claro que eso no va a ser nada fácil. No es fácil pasarle un punto de cuenta al Ministrómetro. Con todos esos chupamedias electrónicos mandando spam. La última vez lo logré gracias a que me colé por la vía de los proyectos prioritarios para alimentación y, bueno, la verdad es que esa otra idea también era genial: El sistema de puntos de alimentación le da al ministerio toda la información que necesita para saber si todo el mundo está comiendo bien o mal.

Pero el haberme coleado me trajo mucho rollo local. Ahora los colegas del frente en Fundacite no me quieren dar ni un chance. La verdad es que la envidia es una cosa seria. Como si el éxito de uno significara que ellos la van a pasar mal. Yo creo que es al revés. La propia ministra nos otorgó 3 puntos de incentivo grupal por aquel proyecto. Claro que a mí me tocaron 3 puntos más y la certificación de mi título de ingeniero, pero ellos también recibieron créditos. Y sin hacer nada.

Por suerte, toda esa historia está allí, en la memoria organizacional. Algún día, los guardianes de la historia la van a a analizar y pondrán las cosas en su justo lugar. Qué suerte que ahora todo se guarda. Cada paso. Cada acción de trabajo. Cada decisión. Nada que sea personal, eso sí. Lo que ha hecho la gran diferencia ha sido esa memoria perfecta.

Es perfecta porque recuerda perfectamente lo que debe e ignora todo lo demás. Y recuerda perfectamente porque es fácil recuperar cualquier reporte de logros alcanzados, intentos fallidos, planes, estrategias y, especialmente, el know how.

Mi abuelo me contaba historias de cuando no se tenía esa memoria y, la verdad, no puedo imaginar cómo sobrevivían. Deben haber sufrido horrores andando a la deriva, sin saber qué era lo mejor que se podía hacer en cada caso para resolver esos problemas complejos en la tecnociencia.

Pero, según el abuelo, tampoco fue fácil llegar a tener la memoria perfecta. Primero tuvieron que reconciliar todos esos sistemas primitivos que manejaban la data en formatos propios y muy rígidos. Producir un sistema que pudiera entenderlos a todos y traducir sin problemas de unos a otros no debió ser fácil.

Pero lo que más me intriga es cómo se sentían los funcionarios comunes que, entonces, poco sabían sobre teleinformática. Eso de confiarle toda la data de su trabajo a una máquina no debió ser fácil. El abuelo dice que la mayoría de ellos creía de corazón que esa data era suya y que si la soltaban todo el mundo tendría acceso a su vida toda, incluyendo su data íntima y personal. Como aquellas historias de culturas ancestrales en donde se creía que al tomar una videografía, se perdía el alma.

Joselo dice que yo debería sacar la especialización en antropotécnica si sigo pensando en estas cosas. Después de todo, tenemos la mejor escuela del mundo acá cerca. No sé. Me llama la atención entender cómo pensaba la gente entonces. El porqué les resultaba tan difícil confiar en el ciberespacio para trabajar.

Entiendo, desde luego, que eso de que nuestra data personal esté segura es fundamental. Todos aquellos crímenes como secuestros, hostigamientos sistemáticos y segregación médica, fueron posibles gracias al acceso que tuvieron los criminales a los registros íntimos de las personas. Quien hubiese anticipado que colocar fotografías familiares en línea pudiera ser tan peligroso. O que el perfíl genético que pusieron en las tarjetas de identidad pudiera ser usado para negarle el acceso a una clínica al enfermo porque su probabilidad de sobrevivir era muy baja.

Sin embargo, con la data laboral pública el asunto es completamente diferente. Todo el sistema de contraloría social depende de lo que los puebloempleados entreguemos. Todas esas bitácoras de lo que hacemos son la fuente. ¿De que otra manera se podría hacer la asignación justa y correcta de los créditos por nuestro trabajo?. Eso de que unos empleados privilegiados, los jefes, que tan difícilmente se ponían de acuerdo entre ellos, pudieran decidir cuanto debía ganar cada uno me parece una solución muy expuesta a errores. De hecho, tenían salarios colectivos para no tener que decidir persona por persona.

Me los imagino preguntándose, “sin jefes en la cosa pública, ¿cómo hacer para poner a todo el público de acuerdo en cuanto debe recibir cada esfuerzo de cada puebloempleado?”. El premiómetro debió ser impensable: un sistema para cosechar la opinión de cada persona responsable acerca de cada acción de un puebloempleado que le pueda afectar o involucrar.

Así la gente vota y su opinión específica nos premia o nó. Se le puede mejorar mucho todavía, pero yo ya me siento muy bien sabiendo que esos créditos me los he ganado más allá de toda objeción razonable: la mayoría se siente bien con mi trabajo.

Admito, sin embargo, aquella idea sutil que me discute el abuelo: con un sistema así será más difícil que quienes se dediquen a explorar “problema extraños” que a nadie importen, puedan sobrevivir. Y, en esos “problemas extraños” pueden estar ocultos problemas que luego se vuelven sumamente importantes para todos, como en las guerras médicas.

Yo creo que eso quedó resuelto con el innovatrón; aquel sistema para escapar a los óptimos locales en la cosa pública financiando la exploración de mundos posibles. Con esos puebloempleados imbuídos en esas realidades alternativas debería ser posible ese escape y la evolución de todo el sistema. Y ellos pueden aprovecharse del premiómetro, sólo que con problemas y soluciones simuladas.

He oído decir que esas simulaciones no son muy confiables, pero supongo que es sólo cuestión de tiempo para que las perfeccionen. Por lo pronto, creo que nadie puede discutir que tenemos un sistema efectivo para validar los indicadores públicos y globales de rendimiento individual. Y, así, no necesitamos jefes, ni sindicatos, para discutir nuestro salario: los créditos los asignan nuestros prójimos!. Me gusta esta palabra, prójimo. El abuelo me dice que es muy antigua. Su papá la usaba. Una variante de la palabra próximo que se usa para referirse a ese otro u otra que sufre o disfruta las consecuencias de lo que yo hago.

Lástima que el bisabuelo no alcanzó a ver en lo que se convirtió esa noción de proximidad. Con todo en línea, cualquiera puede ser mi prójimo (y yo puedo serlo de cualquiera claro) en todo el universo. Puedo hacer cosas por gente que jamás he tocado directamente. Como Zusha, allá en la amazonía, a quien he querido tocar desde que ví su copia avatar en línea. Es preciosa. Pero las veces que he conseguido permiso para viajar al lugar ha sido imposible coincidir.

Puede que sea un mundo más conectado, pero es más difícil moverse en él. Nuestros bordes políticos se han vuelto muy refractarios a la movilidad. Por fortuna, en la Unasur uno puede viajar con sus créditos en sucres, disponibles para gastos en cualquier parte. Parece natural, pero el abuelo me contó que a principios de siglo era otro sueño. Sólo en Nórtica era posible y entonces eran dos sistemas: norteamérica y europa, cada uno con una solución que competía con la otra.

Al parecer, ellos confiaban mucho en la competencia como él mecanismo de mediación para resolver conflictos por recursos escasos, simulando la selección natural. Según el abuelo, hubo tanto énfasis en esa estrategia que lo permeó todo, incluso a la tecnociencia, creando un superespacio legal, definido por la llamada propiedad intelectual y los derechos de autor, para “proteger” lo que llamaron “libre competencia en la sociedad del conocimiento”.

No entiendo como sociedades enormes tardaron tanto tiempo en entender que la evolución alcanza buenas soluciones a costa de mucho tiempo de ensayos y fatales errores. Algo que tiene que ser inaceptable para humanos que viven apenas un siglo y, aún más, para quienes entienden sobre procesos ambientales y sus sensibilidades.

Ahora seguimos creyendo que la libertad es el principio fundamental. Que el buen vivir, lo que entonces llamaban calidad de vida, tiene que ver con poder hacer lo que queremos. Pero claro, los límites están allí: “donde comienza la naríz del vecino”, dice el abuelo.

Por eso, si a mí me preguntaran por el mayor avance en las décadas de un siglo cualquiera como este, diría que ha sido en la cultura de la resolución de conflictos. Se nos acusa de tecnócratas, al estilo ancestral, pero justamente resolviendo el conflicto, los tecnoabogados sabemos que siempre que haya coincidencias históricas, habrá espacio para construir una solución y diluir el conflicto.

Y pensar que todo comenzó con la sociomatemática. Si tienes posiciones irreconciliables comienza por plantearlas. Debes hacer explícito cada punto. Eso es imposible si no hay, al menos vestigios de, un lenguaje común. Pero con un lenguaje común mínimo es posible articular los puntos de vista y, cuando menos, distinguirlos de las posiciones que no se desean. Hecho eso, uno puede iniciar una búsqueda sistemática de alternativas, no para contarlas, cosa que puede ser imposible si son infinitas, sino para guíar el diálogo entre las partes. Nuestros métodos para generar agendas para resolución de conflictos han sido tan eficaces que se nos reconoce en todo el mundo por ello.

Ese fue también el origen de un acuerdo fundamental y sin precedentes. Todas las partes aceptaron, luego de muchos y muy terribles eventos, negociar un nuevo marco legal para producir y compartir el conocimiento de todos.  El punto base del acuerdo fue que, para preservar la libertad y la salud de todo el planeta y sus especies, el conocimiento tendría que ser compartido fácil y rápidamente entre todos.

Eso condujo a un rechazo general de la llamada propiedad intelectual y de las leyes de derechos de autor y luego su reemplazo con un cuerpo de leyes globales que reconocen nuestra herencia común, nuestro futuro co-dependiente y el derecho fundamental al conocimiento que cada uno y una tiene.

No es un mundo perfecto. Odio este clima cambiante. Odio los brotes microbianos y virales que lo acompañan. Me parece terrible el nivel de fragilidad del cuerpo humano que, ahora sabemos, se debe a dos siglos de mala alimentación, que incluye lo que a principio de siglo se consideraba buena alimentación: harinas, azúcares refinadas, café y grasas animales. Es decir, mala comida que parecia muy buena. Una más entre muchas ilusiones que los mantenían alejados de toda consciencia profunda.

Consciencia práctica se podría agregar: la que es realmente útil para la supervivencia. Ahora tenemos más de eso. No sé cuanto más. Pero es más. Lo que quise explicar en ese ensayo de fin de proyecto es que todo eso, la consciencia, la resolución de conflictos, el innovatrón, el premiómetro, el pódder y todo lo demás dependen, requieren, son hijos de esa memoria perfecta de y para todos. Aprovecharé el viaje de vuelta a casa esta tarde para pensar en los detalles. FIN.

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